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La trampa de la complacencia de Europa

LONDRES – El COVID-19 ha lastimado a casi todos los países desarrollados, pero la verdad es que los estándares de vida en muchos de ellos se venían estancando o estaban en caída desde hacía años. Muchas métricas resaltan esta tendencia, pero quizá las más reveladoras sean las que ofrece la OCDE, que informa una caída del 4% en el patrimonio neto mediano de los hogares en sus países miembro desde 2010.

No sorprende que las economías avanzadas hayan experimentado explosiones periódicas de ira en los últimos años –desde la elección de Donald Trump y el referendo del Brexit en 2016 hasta las posteriores protestas de los gilets jaunes (“chalecos amarillos”) en Francia y una elección en Italia que llevó al poder a dos partidos anti-establishment. A pesar de estas revueltas, las predicciones de un colapso democrático no se han concretado. Por el contrario, el establishment se ha restablecido.

Cuando una población furiosa coloca a aventuristas políticos en el poder, es sólo una cuestión de tiempo para que salga a la luz que no tienen soluciones reales para los problemas de la gente. Por lo tanto, no deberíamos interpretar demasiado las fallas de la gobernanza “populista”. Históricamente, los populistas han tendido a ser más efectivos desde afuera, donde pueden ayudar a enfocar la mente de los políticos convencionales en cuestiones que preferirían evitar.

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