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Todos los ojos sobre la relación franco-germana

BERLÍN – Que en el pasado todo fue mejor es un prejuicio humano común, aunque raramente este sesgo ha resistido un escrutinio, y las relaciones franco-germanas no son la excepción. Si bien la relación bilateral ha sido por largo tiempo de la mayor importancia para Europa, también es cierto que siempre se ha visto caracterizada por disputas y hasta rupturas profundas.

Esa mitologización es comprensible. La relación entre Francia y Alemania constituyó los cimientos de la Unión Europea, que comenzó como una comunidad del carbón y el acero a principios de la década de 1950 y sigue siendo su eje central. Sin esos países -los actores más importantes, política y económicamente hablando, y que encarnan el equilibrio entre el norte y el sur mediterráneo del continente- no habría sido posible hacer avances reales hacia la integración europea.

Sin embargo, tras su ampliación de 2004, se complicaron los engranajes internos de la UE, ya que se añadió una nueva dimensión a la tradicional orientación norte-sur: la de Europa central y del este. La importancia de esta región no ha hecho sino aumentar ahora que el Presidente ruso Vladimir Putin ha invadido un país vecino soberano, trayendo de vuelta al continente un conflicto bélico a gran escala

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