CAMBRIDGE – Como muchas otras cosas, el área del desarrollo internacional ha sido muy afectada por la pandemia de coronavirus. ¿Cómo podemos usar lo aprendido para redefinir el sector, en vez de volver al statu quo?
En primer lugar, la crisis nos ha recordado que la naturaleza todavía manda; esto debe alentarnos a intensificar los esfuerzos de mitigación y adaptación de cara a otros riesgos sistémicos, en particular el cambio climático, que seguirá siendo la mayor amenaza al desarrollo. Según el Laboratorio de Impacto Climático, de aquí a 2100 el calentamiento global puede provocar no menos de 1,5 millones de muertes en exceso por año en la India, lo que implica una mortalidad comparable a la de todas las enfermedades infecciosas combinadas. Además de aplicar el conocimiento científico actual a los problemas presentes (lo que incluye desde mejorar los procesos de auditoría medioambiental hasta extender el uso de variedades de arroz resistentes a inundaciones) tenemos que acelerar la búsqueda de innovaciones que permitan reducir las emisiones de dióxido de carbono y la contaminación, facilitar la adaptación al cambio climático y proveer acceso a energías limpias. Y sobre todo, debemos hacer pruebas piloto de nuevas iniciativas para evaluarlas e implementar a gran escala las más efectivas.
La pandemia también nos enseñó que la salud pública no es sólo una cuestión de enfermedades físicas. Para muchas personas (en particular en los países en desarrollo) quedarse en casa no es una opción segura. Se prevé que las medidas de confinamiento provoquen un marcado aumento de la violencia doméstica (incluido el maltrato físico y emocional). Períodos de aislamiento prolongados pueden agravar cuadros de ansiedad, depresión y otros trastornos de salud mental relacionados. Y quienes luchan contra adicciones están teniendo dificultades para acceder al apoyo que necesitan. En vez de esperar que estos problemas desaparezcan (que no lo harán) cuando se levanten las cuarentenas, hay que reconocer que el debate sobre políticas lleva mucho tiempo descuidando la cuestión de la salud mental.
CAMBRIDGE – Como muchas otras cosas, el área del desarrollo internacional ha sido muy afectada por la pandemia de coronavirus. ¿Cómo podemos usar lo aprendido para redefinir el sector, en vez de volver al statu quo?
En primer lugar, la crisis nos ha recordado que la naturaleza todavía manda; esto debe alentarnos a intensificar los esfuerzos de mitigación y adaptación de cara a otros riesgos sistémicos, en particular el cambio climático, que seguirá siendo la mayor amenaza al desarrollo. Según el Laboratorio de Impacto Climático, de aquí a 2100 el calentamiento global puede provocar no menos de 1,5 millones de muertes en exceso por año en la India, lo que implica una mortalidad comparable a la de todas las enfermedades infecciosas combinadas. Además de aplicar el conocimiento científico actual a los problemas presentes (lo que incluye desde mejorar los procesos de auditoría medioambiental hasta extender el uso de variedades de arroz resistentes a inundaciones) tenemos que acelerar la búsqueda de innovaciones que permitan reducir las emisiones de dióxido de carbono y la contaminación, facilitar la adaptación al cambio climático y proveer acceso a energías limpias. Y sobre todo, debemos hacer pruebas piloto de nuevas iniciativas para evaluarlas e implementar a gran escala las más efectivas.
La pandemia también nos enseñó que la salud pública no es sólo una cuestión de enfermedades físicas. Para muchas personas (en particular en los países en desarrollo) quedarse en casa no es una opción segura. Se prevé que las medidas de confinamiento provoquen un marcado aumento de la violencia doméstica (incluido el maltrato físico y emocional). Períodos de aislamiento prolongados pueden agravar cuadros de ansiedad, depresión y otros trastornos de salud mental relacionados. Y quienes luchan contra adicciones están teniendo dificultades para acceder al apoyo que necesitan. En vez de esperar que estos problemas desaparezcan (que no lo harán) cuando se levanten las cuarentenas, hay que reconocer que el debate sobre políticas lleva mucho tiempo descuidando la cuestión de la salud mental.