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Después del golpe en Birmania

NUEVA DELHI – Hasta hace poco, la última vez que los militares birmanos supervisaron una elección general cuyos resultados no les agradaron fue allá por 1990. En esa ocasión, una junta militar se negó a reconocer los resultados, arrestó a los líderes democráticamente electos de la Liga Nacional para la Democracia (LND), el partido de Aung San Suu Kyi, que había obtenido una victoria aplastante, y siguió gobernando el país a través del Concilio del Estado para el Restablecimiento del Orden y la Ley (SLORC, por su sigla en inglés).

Lo mismo volvió a ocurrir el 1 de febrero cuando Suu Kyi —ahora líder de facto del país— y otros políticos, entre los que se contaban ministros del LND, fueron arrestados en una redada por la madrugada. Los militares asumieron el mando, declararon el estado de emergencia por un año y transfirieron rápidamente el poder al comandante en jefe del ejército, el general Min Aung Hlaing. El vicepresidente Myint Swe, un exgeneral, fue nombrado presidente, pero transfirió el poder a Hlaing.

Una vez más los uniformados, que gobernaron el país desde 1962 hasta 2011 y coexistieron con los líderes civiles en una transición política que avanzó con lentitud durante la última década, dejaron en claro que la democracia no es de su agrado. En las elecciones generales del pasado noviembre, hubo una nueva victoria arrasadora para el LND de Suu Kyi, que ganó 396 de 476 los escaños en juego en el parlamento y limitó los del frente político que representa a los militares, el Partido de la Unión, la Solidaridad y el Desarrollo, a solo 33.

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