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Trump, última chance del apartheid estadounidense

NUEVA YORK – La virulencia de la elección presidencial de 2020 en Estados Unidos no es por Donald Trump en sí, sino por lo que representa: estructuras de poder racistas que perduran hace siglos, aunque a veces hayan cambiado de forma. La larga historia del racismo institucionalizado estadounidense no sobrevivirá a la próxima generación; por eso Trump es tan asombrosamente reaccionario en sus intentos de prolongarla. Pero si llegara a obtener un segundo mandato, su vertiente de nacionalismo blanco todavía puede hacerle mucho daño a Estados Unidos y al mundo; de allí que esta elección sea, con diferencia, la más importante en la historia moderna del país.

El racismo estuvo incorporado a Estados Unidos desde la fundación de las colonias, con sus economías basadas en la esclavización de africanos y la matanza y el saqueo de los pueblos nativos. La esclavitud se integró de tal modo con la sociedad estadounidense que sólo una sangrienta guerra civil pudo ponerle fin; no como en la mayoría de los otros países, donde el comercio y la posesión de esclavos africanos terminaron en forma pacífica.

Después de la guerra civil, hubo un breve período de emancipación de la población afroamericana durante la era de la Reconstrucción (1865‑76) al que pronto sustituyó un renovado sistema de represión racista, tan abarcador y sistemático que en la práctica fue una versión estadounidense de apartheid. El segregacionismo legalizado del sur de los Estados Unidos es bien conocido, pero no menos nocivas fueron la represión y la segregación en el norte y en el oeste, con prácticas como el acceso segregado a la vivienda, una discriminación laboral evidente, escolarización defectuosa o inexistente y mal funcionamiento sistémico de la justicia.

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