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¿Por qué castigar a las corporaciones por los delitos de sus empleados?

LONDRES – Según el derecho común inglés desde el siglo XI hasta 1846, un objeto inanimado o un animal que causara la muerte de una persona sería castigado, convirtiéndose en una suerte de “ofrenda de sacrificio” (“deodand”). Así, cuando William Swan cayó en un pozo y se ahogó en Wigston, Inglaterra, en 1397, el forense ordenó la destrucción del pozo. De la misma manera, los enseres que causaban la muerte de una persona eran ofrendados a Dios o a su representante en la Tierra, el monarca.

Esas ofrendas también se entregaban a las autoridades relevantes en la América colonial. Cuando George Bollington murió por caerse de un caballo en Virginia en 1664, el caballo fue sacrificado para el gobernador. Y como cuenta William Bradford en Of Plymouth Plantation, cuando el colono Thomas Granger fue ejecutado por bestialidad en 1642, los animales de la granja de los que había abusado fueron sacrificados junto con él.

Desde la perspectiva actual, parece absurdo castigar a objetos inanimados y animales por actos criminales sobre los cuales no tienen control. Sin embargo, ¿cómo se califica el reciente acuerdo de Goldman Sachs con el Departamento de Justicia de Estados Unidos, por el cual pagará una multa de 2.800 millones de dólares por su trabajo –incluida una colaboración en la malversación de miles de millones de dólares- con el corrupto fondo gubernamental malayo 1Malaysia Development Bhd (1MDB)? Si uno analiza la culpabilidad criminal como una cuestión que involucra a seres humanos individuales, parece extraño que una construcción legal inanimada –una corporación- pueda ser la culpable de cometer un delito.

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