

Though Polish voters in October ousted their right-wing populist government, recent elections in Slovakia and the Netherlands show that populism remains as malign and potent a political force as ever in Europe. But these outcomes also hold important lessons for the United States, where the specter of Donald Trump’s return to the White House haunts the runup to the 2024 presidential election.
TEL AVIV – ¿Qué implica el tercer mandato, sin precedentes, del presidente Recep Tayyip Erdoğan para la política exterior turca? No mucho. De hecho, incluso si la oposición hubiera ganado, solo hubiera cambiado el estilo, pero no lo sustancial. Para Turquía, lograr un equilibrio pragmático entre sus obligaciones como miembro de la OTAN y las relaciones de trabajo con Rusia y China es un imperativo cultural y estratégico inevitable.
Erdoğan puede ser un autócrata islamista con mecha corta, pero en términos del papel de Turquía en el mundo es indudablemente práctico. Desde hace mucho se dirige a los votantes frustrados con ataques periódicos a Occidente, promocionando el «euroasianismo» que tradicionalmente ha sido el grito de guerra de la extrema izquierda en Turquía. Además, en una época de realineamiento mundial, decidió que lo mejor para Turquía es cubrir sus apuestas relacionándose con los antagonistas de Occidente.
Pero Erdoğan —quien a principios de su presidencia dio pasos significativos para cumplir con los criterios de ingreso a la Unión Europea— sabe que a su país también le conviene evitar alienar a Estados Unidos y Europa. Abandonar la OTAN, desconectarse de Europa y unirse a la facción «antiimperialista» liderada por Rusia y China nunca fue una opción para la Turquía posotomana.
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