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Otra vez Rusia combate al enemigo equivocado

NEWPORT, RHODE ISLAND – Igual que el zar Nicolás II, el presidente ruso Vladímir Putin ha identificado mal a su enemigo principal. Mientras lleva adelante una guerra por elección, permite que la verdadera amenaza contra su país se fortalezca. La amenaza existencial para Rusia es China, no Ucrania. En la guerra ruso‑japonesa de 1904‑05, Nicolás se enfrentó a Japón por Manchuria para obligarlo a hacer concesiones que Rusia no podía monetizar, en vez de invertir en los ferrocarriles y las municiones que necesitaría un decenio después para luchar contra el verdadero enemigo de su país, Alemania.

La derrota en la Primera Guerra Mundial les costó a Nicolás y su familia la vida, tras la toma del poder por los bolcheviques. Los nobles que no corrieron la misma suerte violenta del zar huyeron al extranjero, y muchos murieron en la miseria.

Occidente y Ucrania jamás tuvieron intención de invadir Rusia, mucho menos quitarle territorio. ¿Quién en Occidente querría algo así? Pero no puede decirse lo mismo de China, portadora de una larga lista de agravios que se remonta varios siglos, hasta los zares que arrebataron a la esfera de influencia china grandes extensiones de territorio, con una superficie superior a la de Estados Unidos al este del río Misisipi.

La decisión de Putin de invadir Ucrania fue un error trascendental, de esos que impiden volver al statu quo prebélico, y conducen en cambio a alternativas mucho menos deseables. La cuestión no es si Rusia perderá la guerra en Ucrania (en términos estratégicos, ya lo ha hecho), sino sólo cuán grande será la pérdida.

La guerra le ha costado a Rusia más de 700 000 bajas. La ha obligado a reorientar su lucrativo comercio de energía con Europa hacia mercados menos rentables. Le ha restado productividad como resultado de las sanciones. Ha llevado a la incautación de sus reservas de divisas, cuyos intereses devengados ahora se redirigen a Ucrania. Ha provocado la fuga de cientos de miles de ciudadanos en edad de trabajar (muchos de ellos muy formados y pertenecientes al crucial sector tecnológico). Ha desencadenado el bombardeo de fábricas, bases militares e infraestructuras rusas, y la primera invasión de su territorio (en la región de Kursk) desde la Segunda Guerra Mundial. Y ha llevado a que la OTAN se expanda y revitalice, con el ingreso de Suecia y Finlandia, que convierte el mar Báltico en un lago interno de la alianza.

Putin no podrá revertir estas pérdidas, ni siquiera si el presidente electo de los Estados Unidos Donald Trump pone fin del modo que sea al conflicto en Ucrania. Y cuanto más dure la guerra en Ucrania, más débil se volverá Rusia, y muchos se preguntarán cuándo decidirá detener las pérdidas. Los rusos derrocaron a Nicolás II porque gestionó mal la guerra, arruinó la economía y fue pródigo con las vidas de sus súbditos. Igual que el entorno de Nicolás, el de Putin lo está ayudando a insistir en su errada decisión de invadir Ucrania, en lugar de irse mientras todavía pueden. Pero cuanto más se aferren a Putin, más crecerá su vulnerabilidad ante China.

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La pregunta no es si China se volverá contra Rusia, sino cuándo. Tarde o temprano saldará cuentas con ella, lo único incierto es cuán grande será el golpe. Rusia ha consumido en Ucrania buena parte de su arsenal de la Guerra Fría, dejando Siberia expuesta a las ambiciones chinas. Siberia tiene recursos codiciados por China: no sólo energía y minerales, sino algo más importante: agua. El lago Baikal es más grande que Bélgica y contiene el 20% del agua dulce superficial del mundo, algo que el norte de China necesita con urgencia.

Al parecer Putin piensa procurarse la victoria escalando la guerra. Esta comenzó con su torpe plan de invasión y cambio de régimen en Kiev, seguido por intentos de someter a golpes a los ucranianos, masacrando civiles en ciudades como Bucha, destruyendo hogares y pueblos porque sí y secuestrando miles de niños para llevárselos a Rusia. Luego vinieron los ataques a refugios de civiles, hospitales, escuelas, museos y centrales eléctricas; ejecuciones sumarias y torturas a prisioneros de guerra; la destrucción de la enorme presa de Kajovka en el río Dnipró; las amenazas contra la central nuclear de Zaporiyia (cuando es Rusia y no Ucrania la que está en la dirección del viento); y el uso de minas, drones turcos, misiles balísticos, bombas de racimo y planeadoras y ahora tropas norcoreanas.

Si Putin llegara a usar armas nucleares (amenaza que ha lanzado varias veces), los rusos se convertirían en los parias del siglo XXI en reemplazo de los nazis en el siglo XX. Igual que los alemanes antes que ellos, los rusos también apoyan guerras de conquista. Después de que la Unión Soviética empobreció a gran parte del mundo (incluida ella misma) con la exportación de su modelo económico, un ataque nuclear contra un vecino consolidaría la posición de Rusia como el país más regresivo del mundo y a su pueblo como el más brutal. Los efectos negativos estratégicos para Rusia y para los rusos durarían generaciones (pregunten si no a los alemanes).

La pregunta del millón de rublos es si el entorno de Putin piensa acompañarlo hasta las últimas consecuencias, quedando así a merced de China (no de Putin) y condenados a un destino económico similar al de Corea del Norte. De China sólo pueden esperar represalias por una cadena de abusos rusos que se remonta a mediados del siglo XIX.

Las grupos de poder en Rusia tienen que preguntarse a quién beneficia la guerra en Ucrania. A estas alturas, la respuesta es clara: sólo a Putin. El resto del mundo puede asistir al espectáculo de su desastre nacional en desarrollo, mientras deciden si salvarán lo que puedan o se hundirán con el barco.

Para no correr la misma suerte de la nobleza rusa (o terminar cayendo por una ventana), la élite rusa podría tratar de incentivar a Putin para que se retire y limite las pérdidas para el país, devolviendo territorio a cambio de conservar unos y otros sus patrimonios. Por desgracia, parece que los rusos necesitan una catástrofe nacional para replantearse sus estrategias.

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