WASHINGTON, DC – Estados Unidos y China deberían cooperar en el espacio. Si bien Estados Unidos ya no puede dar por sentado su predominio extraterrestre, sigue siendo el actor principal, mientras que las capacidades espaciales de China están creciendo aceleradamente. Más importante, ambos países, junto con el resto del mundo, se beneficiarían de un conjunto de reglas claras que gobiernen la exploración y comercialización del espacio.
China hizo historia en 2019 al convertirse en el primer país en aterrizar una sonda en la cara oculta de la luna. Y sigue apuntándose logros impresionantes, más recientemente su misión Chang’e-5 para extraer muestras lunares. El ex presidente norteamericano Donald Trump también mostró un interés activo en el espacio, al anunciar que Estados Unidos haría regresar astronautas a la luna en 2024 y al crear la Fuerza Espacial como la rama más nueva del ejército de Estados Unidos.
La próxima fase de competencia en el espacio será establecer una base minera en la luna. La minería lunar es importante por dos razones. Primero, el hielo en la superficie de la luna se puede convertir en hidrógeno y oxígeno y utilizarse como combustible para cohetes, lo cual es crucial para las misiones del espacio profundo.
La segunda razón está más cerca de casa: la superficie de la luna contiene metales de tierras raras sumamente valiosos que se utilizan en tecnologías como teléfonos celulares, baterías y equipos militares. China actualmente produce alrededor del 90% de los metales de tierras raras del mundo, lo que le da una influencia significativa respecto de otros países, incluido Estados Unidos. Al extraer esos metales de la luna, los países podrían reducir su dependencia de China.
Históricamente, la minería y otros reclamos de objetos en el espacio se consideraban prohibidos por el Artículo II del Tratado de las Naciones Unidas sobre el Espacio Ultraterrestre (OST) de 1967, que estipula que “el espacio exterior […] no es objeto de apropiación nacional por reivindicación de soberanía, uso u ocupación ni de ninguna otra manera”.
Este acuerdo resultó de la colaboración entre Estados Unidos y la Unión Soviética, las dos potencias espaciales líderes del momento. A pesar de su rivalidad, pudieron crear un marco para la exploración espacial que impidió la militarización y consideraba a los astronautas, de manera alentadora, como “enviados de la humanidad”. La Carrera Espacial muy disputada continuó –al igual que la Guerra Fría en términos más amplios-, pero con normas establecidas para proteger el bien común.
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Este régimen comenzó a fracturarse después de la adopción del Tratado de la Luna de las Naciones Unidas de 1979, que intentaba colocar los reclamos comerciales privados de recursos espaciales bajo la órbita de un organismo internacional. Ninguna potencia relevante con capacidad espacial ratificó el acuerdo y la legalidad de los reclamos privados en el espacio siguió en la nebulosa. Luego, en 2015, el Congreso de Estados Unidos les otorgó a los ciudadanos estadounidenses el derecho a poseer cualquier material que extrajeran del espacio, abriendo la puerta a la exploración espacial comercial.
En octubre de 2020, Trump llevó las cuestiones aún más lejos al iniciar los Acuerdos Artemisa –un conjunto de acuerdos bilaterales entre Estados Unidos y Australia, Canadá, Italia, Japón, Luxemburgo, Emiratos Árabes Unidos y el Reino Unido que fijaron principios para la futura exploración espacial civil-. Los acuerdos dicen ratificar el OST, pero en realidad expanden la interpretación de Estados Unidos del derecho espacial comercial al afirmar que la minería “no constituye inherentemente apropiación nacional según el Artículo II” del tratado.
Con estos acuerdos, Estados Unidos y otros signatarios están interpretando bilateralmente –y de manera cuestionable- un tratado internacional, e intentando determinar los futuros intereses comerciales en el espacio sin un acuerdo multilateral. A falta de estándares internacionales, los países podrían entrar en una carrera hacia el abismo para ganar una ventaja competitiva. Una actividad comercial no regulada podría causar una cantidad de problemas, desde contaminación orbital que ponga en peligro a las naves espaciales hasta contaminación biológica de sitios valiosos desde un punto de vista científico.
Es más, los Acuerdos Artemisa eluden deliberadamente a las Naciones Unidas para evitar tener que incluir a China, deteriorando así las relaciones espaciales internacionales justo cuando se necesita de la cooperación para enfrentar desafíos comunes. China históricamente ha sido excluida del orden internacional liderado por Estados Unidos en el espacio. No es un socio en el programa de la Estación Espacial Internacional, y una cláusula legislativa de los Estados Unidos ha limitado la capacidad de la NASA de cooperar con China en el espacio desde 2011.
Si Estados Unidos logró coordinar con la Unión Soviética sobre política espacial durante la Guerra Fría, puede encontrar una manera de cooperar con China ahora. Los dos países probablemente seguirán enfrentados en muchas cuestiones, como el comercio, la ciberseguridad, la gobernanza de Internet, la democracia y los derechos humanos. Pero la administración del presidente Joe Biden también debe reconocer esas áreas en las que la cooperación es en el mejor interés de Estados Unidos. Las amenazas globales como las pandemias y el cambio climático son ejemplos obvios; fijar normas para las actividades comerciales en el espacio es otro.
Como primera medida, la nueva administración debería tomar distancia de los acuerdos de Trump y, en cambio, perseguir un nuevo curso dentro de la Comisión de las Naciones Unidas para el Uso Pacífico del Espacio Ultraterrestre. Biden puede restablecer parte de la legitimidad global de Estados Unidos trabajando para establecer un marco multilateral, negociado con todas las partes relevantes, que proteja áreas de interés común otorgando a la vez oportunidades comerciales aceptadas internacionalmente.
No es una tarea fácil, dado que las relaciones entre Estados Unidos y China están en su punto más crítico en décadas. Pero la alternativa es desoladora. Sin un marco internacional que incluya a todos los países relevantes con capacidades espaciales, la luna podría convertirse en el próximo Lejano Oeste. Es poco probable que China sea un socio responsable en un orden espacial que no le otorgue la posición que merece. Aislar a China inclusive podría conducir a un choque territorial con Estados Unidos sobre propiedad de primera calidad en el polo sur de la luna, donde se piensa que existen reservorios de hielo preciosos.
La maravilla del espacio ya inspiró una vez a potencias rivales a trabajar en conjunto en el interés de la humanidad. Con un liderazgo efectivo en Estados Unidos y China, esto puede volver a suceder.
Anne-Marie Slaughter, ex directora de Planificación de Políticas en el Departamento de Estado norteamericano (2009-11), es CEO del grupo de expertos New America, profesora emérita de Política y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y autora de
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In the United States and Europe, immigration tends to divide people into opposing camps: those who claim that newcomers undermine economic opportunity and security for locals, and those who argue that welcoming migrants and refugees is a moral and economic imperative. How should one make sense of a debate that is often based on motivated reasoning, with emotion and underlying biases affecting the selection and interpretation of evidence?
To maintain its position as a global rule-maker and avoid becoming a rule-taker, the United States must use the coming year to promote clarity and confidence in the digital-asset market. The US faces three potential paths to maintaining its competitive edge in crypto: regulation, legislation, and designation.
urges policymakers to take decisive action and set new rules for the industry in 2024.
The World Trade Organization’s most recent ministerial conference concluded with a few positive outcomes demonstrating that meaningful change is possible, though there were some disappointments. A successful agenda of reforms will require more members – particularly emerging markets and developing economies – to take the lead.
writes that meaningful change will come only when members other than the US help steer the organization.
WASHINGTON, DC – Estados Unidos y China deberían cooperar en el espacio. Si bien Estados Unidos ya no puede dar por sentado su predominio extraterrestre, sigue siendo el actor principal, mientras que las capacidades espaciales de China están creciendo aceleradamente. Más importante, ambos países, junto con el resto del mundo, se beneficiarían de un conjunto de reglas claras que gobiernen la exploración y comercialización del espacio.
China hizo historia en 2019 al convertirse en el primer país en aterrizar una sonda en la cara oculta de la luna. Y sigue apuntándose logros impresionantes, más recientemente su misión Chang’e-5 para extraer muestras lunares. El ex presidente norteamericano Donald Trump también mostró un interés activo en el espacio, al anunciar que Estados Unidos haría regresar astronautas a la luna en 2024 y al crear la Fuerza Espacial como la rama más nueva del ejército de Estados Unidos.
La próxima fase de competencia en el espacio será establecer una base minera en la luna. La minería lunar es importante por dos razones. Primero, el hielo en la superficie de la luna se puede convertir en hidrógeno y oxígeno y utilizarse como combustible para cohetes, lo cual es crucial para las misiones del espacio profundo.
La segunda razón está más cerca de casa: la superficie de la luna contiene metales de tierras raras sumamente valiosos que se utilizan en tecnologías como teléfonos celulares, baterías y equipos militares. China actualmente produce alrededor del 90% de los metales de tierras raras del mundo, lo que le da una influencia significativa respecto de otros países, incluido Estados Unidos. Al extraer esos metales de la luna, los países podrían reducir su dependencia de China.
Históricamente, la minería y otros reclamos de objetos en el espacio se consideraban prohibidos por el Artículo II del Tratado de las Naciones Unidas sobre el Espacio Ultraterrestre (OST) de 1967, que estipula que “el espacio exterior […] no es objeto de apropiación nacional por reivindicación de soberanía, uso u ocupación ni de ninguna otra manera”.
Este acuerdo resultó de la colaboración entre Estados Unidos y la Unión Soviética, las dos potencias espaciales líderes del momento. A pesar de su rivalidad, pudieron crear un marco para la exploración espacial que impidió la militarización y consideraba a los astronautas, de manera alentadora, como “enviados de la humanidad”. La Carrera Espacial muy disputada continuó –al igual que la Guerra Fría en términos más amplios-, pero con normas establecidas para proteger el bien común.
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En octubre de 2020, Trump llevó las cuestiones aún más lejos al iniciar los Acuerdos Artemisa –un conjunto de acuerdos bilaterales entre Estados Unidos y Australia, Canadá, Italia, Japón, Luxemburgo, Emiratos Árabes Unidos y el Reino Unido que fijaron principios para la futura exploración espacial civil-. Los acuerdos dicen ratificar el OST, pero en realidad expanden la interpretación de Estados Unidos del derecho espacial comercial al afirmar que la minería “no constituye inherentemente apropiación nacional según el Artículo II” del tratado.
Con estos acuerdos, Estados Unidos y otros signatarios están interpretando bilateralmente –y de manera cuestionable- un tratado internacional, e intentando determinar los futuros intereses comerciales en el espacio sin un acuerdo multilateral. A falta de estándares internacionales, los países podrían entrar en una carrera hacia el abismo para ganar una ventaja competitiva. Una actividad comercial no regulada podría causar una cantidad de problemas, desde contaminación orbital que ponga en peligro a las naves espaciales hasta contaminación biológica de sitios valiosos desde un punto de vista científico.
Es más, los Acuerdos Artemisa eluden deliberadamente a las Naciones Unidas para evitar tener que incluir a China, deteriorando así las relaciones espaciales internacionales justo cuando se necesita de la cooperación para enfrentar desafíos comunes. China históricamente ha sido excluida del orden internacional liderado por Estados Unidos en el espacio. No es un socio en el programa de la Estación Espacial Internacional, y una cláusula legislativa de los Estados Unidos ha limitado la capacidad de la NASA de cooperar con China en el espacio desde 2011.
Si Estados Unidos logró coordinar con la Unión Soviética sobre política espacial durante la Guerra Fría, puede encontrar una manera de cooperar con China ahora. Los dos países probablemente seguirán enfrentados en muchas cuestiones, como el comercio, la ciberseguridad, la gobernanza de Internet, la democracia y los derechos humanos. Pero la administración del presidente Joe Biden también debe reconocer esas áreas en las que la cooperación es en el mejor interés de Estados Unidos. Las amenazas globales como las pandemias y el cambio climático son ejemplos obvios; fijar normas para las actividades comerciales en el espacio es otro.
Como primera medida, la nueva administración debería tomar distancia de los acuerdos de Trump y, en cambio, perseguir un nuevo curso dentro de la Comisión de las Naciones Unidas para el Uso Pacífico del Espacio Ultraterrestre. Biden puede restablecer parte de la legitimidad global de Estados Unidos trabajando para establecer un marco multilateral, negociado con todas las partes relevantes, que proteja áreas de interés común otorgando a la vez oportunidades comerciales aceptadas internacionalmente.
No es una tarea fácil, dado que las relaciones entre Estados Unidos y China están en su punto más crítico en décadas. Pero la alternativa es desoladora. Sin un marco internacional que incluya a todos los países relevantes con capacidades espaciales, la luna podría convertirse en el próximo Lejano Oeste. Es poco probable que China sea un socio responsable en un orden espacial que no le otorgue la posición que merece. Aislar a China inclusive podría conducir a un choque territorial con Estados Unidos sobre propiedad de primera calidad en el polo sur de la luna, donde se piensa que existen reservorios de hielo preciosos.
La maravilla del espacio ya inspiró una vez a potencias rivales a trabajar en conjunto en el interés de la humanidad. Con un liderazgo efectivo en Estados Unidos y China, esto puede volver a suceder.
Anne-Marie Slaughter, ex directora de Planificación de Políticas en el Departamento de Estado norteamericano (2009-11), es CEO del grupo de expertos New America, profesora emérita de Política y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y autora de