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La eterna promesa de la Primavera Árabe

VIENA – La Primavera Árabe, que estalló hace una década, fue una cruzada por la dignidad humana cuyos protagonistas trataron de superar décadas de represión, pobreza y desigualdad. Ocurrió en dos olas, la primera se formó en Túnez, Egipto, Libia, Siria y Yemen; la segunda, en 2019-20 en Argelia, Sudán y Líbano.

Lamentablemente, ninguna de ellas concretó totalmente los objetivos de los manifestantes. En lugar de experimentar una transición genuina hacia la libertad y la justicia social, casi todos los países de la Primavera Árabe regresaron a diversas combinaciones de autocracia y varios niveles de pobreza y violencia. Excepto por Túnez, en cierto grado, la mayoría de las sociedades árabes están actualmente más polarizadas y fragmentadas que nunca.

La democracia no es como el café instantáneo, necesita un entorno favorable y una cultura acogedora para prosperar y crecer. La historia de colonialismo y las dos décadas de autoritarismo posteriores implicaron que ese entorno no existiera en el mundo árabe. Quienes se sublevaron y tomaron las calles aborrecían los regímenes que los sometieron a la tiranía durante tanto tiempo, pero carecían de una visión clara y unificada del cambio que buscaban.

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