MADRID – Puede que finalmente los planetas estén alineados para una cooperación transatlántica más estrecha en la lucha contra el cambio climático. El inminente viaje del presidente de los Estados Unidos Joe Biden a Europa es una ocasión para aprovechar al máximo esta conjunción prometedora.
Ya hay un compromiso de la Unión Europea y Estados Unidos para alcanzar la neutralidad climática en 2050. Y se han establecido metas intermedias similares: de aquí a 2030, la UE espera reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) al menos un 55% respecto del nivel de 1990, mientras que Estados Unidos se ha fijado la meta de reducirlas entre un 50 y un 52% respecto de los niveles de 2005.
Para cumplir estos compromisos, la UE y Estados Unidos tendrán que superar obstáculos, en muchos casos, parecidos. Para empezar, deben aumentar el despliegue de tecnologías limpias que ya existen (como paneles solares, turbinas eólicas y vehículos eléctricos) y fomentar la innovación en tecnologías emergentes (hidrógeno verde, baterías de estado sólido y las innovaciones digitales complementarias). La cooperación en estos temas puede acelerar en gran medida el progreso.
En segundo lugar, la UE y Estados Unidos tienen que mejorar el uso de la fijación de precio a las emisiones, una cuestión en la que Europa lleva la delantera: ya instituyó el mercado de derechos de emisión más grande del mundo, y tiene planes de mejorarlo y expandirlo en breve. Estados Unidos todavía no tiene un sistema nacional de precios de emisión, pero el impulso intelectual y político para su creación es cada vez mayor.
Aun así, para convertir ese impulso en avances reales en Estados Unidos (y para garantizar la justicia de un eventual sistema de derechos de emisión y su continuidad independientemente de cambios políticos), es necesario tener en cuenta los efectos distributivos. Un componente esencial puede ser que la recaudación del sistema vuelva a la sociedad en la forma de «dividendos de carbono».
En tercer lugar, la UE y Estados Unidos tendrán que hacer frente a las disrupciones socioeconómicas derivadas de la transición a una economía verde. Esto implica facilitar la transformación industrial en las regiones con altos niveles de emisión y ayudar a los trabajadores que deban cambiar de profesión. La provisión de empleo y oportunidades económicas es un elemento central de la estrategia climática, en Estados Unidos (recientemente Biden declaró: «cuando hablan de clima, yo pienso en puestos de trabajo») y en Europa, con su «estrategia industrial» ecológica.
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La UE y Estados Unidos también están alineados respecto de los imperativos internacionales a los que se han de enfrentar como resultado de la cuestión climática. Los esfuerzos de ambas partes serán inútiles si no apoyan la transición a una economía verde en los países en desarrollo. Para ello es esencial movilizar la financiación climática y facilitar la transferencia de tecnologías limpias.
Ayudar a los países en desarrollo a llevar a cabo la transición a una economía verde puede contribuir a desalentar la «fuga de carbono», que se da cuando las empresas relocalizan procesos productivos en países con precios de emisión más bajos o regulaciones ambientales no tan estrictas. Pero también se necesitarán soluciones más directas, por ejemplo un mecanismo de ajuste en frontera para las emisiones, que aumente el costo de importar bienes en cuya producción se hayan emitido más GEI.
La UE ya está trabajando en la creación de un mecanismo de esa naturaleza dentro del Pacto Verde Europeo. Es un buen comienzo, pero sería mejor un mecanismo conjunto con Estados Unidos (sobre todo como parte de un pacto verde transatlántico más amplio).
De hecho, la UE y Estados Unidos deberían ir más allá, y crear un «club climático», como propuso en 2015 William Nordhaus (Premio Nobel de Economía). Como defiende uno de los autores (Simone) junto con Guntram B. Wolff en un artículo reciente, el ingreso de los países al club estaría supeditado a cuatro condiciones: fortalecer y alinear las metas nacionales; aceptar la aplicación de un sistema para la cuantificación y comparación de las políticas climáticas nacionales; establecer criterios para la medición de la huella contaminante de bienes complejos; y garantizar la transparencia tributaria y regulatoria.
El club debería estar abierto a cualquier país que quiera ingresar. Esto será favorable a otro interés que comparten la UE y Estados Unidos en establecer reglas de juego para los sectores y mercados emergentes (por ejemplo los del hidrógeno verde y la financiación sostenible).
Para crecer y desarrollarse los mercados necesitan reglas con amplia aceptación, y participar en su diseño supone una importante ventaja estratégica. Los actores mejor posicionados para obtener para sí esa ventaja son Estados Unidos y Europa, que juntos representan un 40% del PIB global y el 30% de las importaciones de bienes.
El resto del mundo no será indiferente a lo que hagan Estados Unidos y Europa juntos. Si los dos se ponen de acuerdo (ya sea para adoptar una taxonomía conjunta respecto de la financiación sostenible o introducir un mecanismo de ajuste en frontera para el clima) es seguro que otros países seguirán el ejemplo. Además de acelerar la acción climática en todo el mundo, esto fortalecerá la posición de liderazgo internacional de la UE y Estados Unidos y reforzará el sistema multilateral abierto basado en reglas que ambos apoyan.
Si a esto le sumamos los valores y principios compartidos por la UE y Estados Unidos (entre ellos el respeto a los derechos humanos y el Estado de Derecho), resulta evidente que una mayor cooperación en el ámbito del clima conviene a ambas partes. Y la gira de Biden por Europa es la ocasión ideal para ponerla en marcha.
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By choosing to side with the aggressor in the Ukraine war, President Donald Trump’s administration has effectively driven the final nail into the coffin of US global leadership. Unless Europe fills the void – first and foremost by supporting Ukraine – it faces the prospect of more chaos and conflict in the years to come.
For most of human history, economic scarcity was a constant – the condition that had to be escaped, mitigated, or rationalized. Why, then, is scarcity's opposite regarded as a problem?
asks why the absence of economic scarcity is viewed as a problem rather than a cause for celebration.
MADRID – Puede que finalmente los planetas estén alineados para una cooperación transatlántica más estrecha en la lucha contra el cambio climático. El inminente viaje del presidente de los Estados Unidos Joe Biden a Europa es una ocasión para aprovechar al máximo esta conjunción prometedora.
Ya hay un compromiso de la Unión Europea y Estados Unidos para alcanzar la neutralidad climática en 2050. Y se han establecido metas intermedias similares: de aquí a 2030, la UE espera reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) al menos un 55% respecto del nivel de 1990, mientras que Estados Unidos se ha fijado la meta de reducirlas entre un 50 y un 52% respecto de los niveles de 2005.
Para cumplir estos compromisos, la UE y Estados Unidos tendrán que superar obstáculos, en muchos casos, parecidos. Para empezar, deben aumentar el despliegue de tecnologías limpias que ya existen (como paneles solares, turbinas eólicas y vehículos eléctricos) y fomentar la innovación en tecnologías emergentes (hidrógeno verde, baterías de estado sólido y las innovaciones digitales complementarias). La cooperación en estos temas puede acelerar en gran medida el progreso.
En segundo lugar, la UE y Estados Unidos tienen que mejorar el uso de la fijación de precio a las emisiones, una cuestión en la que Europa lleva la delantera: ya instituyó el mercado de derechos de emisión más grande del mundo, y tiene planes de mejorarlo y expandirlo en breve. Estados Unidos todavía no tiene un sistema nacional de precios de emisión, pero el impulso intelectual y político para su creación es cada vez mayor.
Aun así, para convertir ese impulso en avances reales en Estados Unidos (y para garantizar la justicia de un eventual sistema de derechos de emisión y su continuidad independientemente de cambios políticos), es necesario tener en cuenta los efectos distributivos. Un componente esencial puede ser que la recaudación del sistema vuelva a la sociedad en la forma de «dividendos de carbono».
En tercer lugar, la UE y Estados Unidos tendrán que hacer frente a las disrupciones socioeconómicas derivadas de la transición a una economía verde. Esto implica facilitar la transformación industrial en las regiones con altos niveles de emisión y ayudar a los trabajadores que deban cambiar de profesión. La provisión de empleo y oportunidades económicas es un elemento central de la estrategia climática, en Estados Unidos (recientemente Biden declaró: «cuando hablan de clima, yo pienso en puestos de trabajo») y en Europa, con su «estrategia industrial» ecológica.
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La UE y Estados Unidos también están alineados respecto de los imperativos internacionales a los que se han de enfrentar como resultado de la cuestión climática. Los esfuerzos de ambas partes serán inútiles si no apoyan la transición a una economía verde en los países en desarrollo. Para ello es esencial movilizar la financiación climática y facilitar la transferencia de tecnologías limpias.
Ayudar a los países en desarrollo a llevar a cabo la transición a una economía verde puede contribuir a desalentar la «fuga de carbono», que se da cuando las empresas relocalizan procesos productivos en países con precios de emisión más bajos o regulaciones ambientales no tan estrictas. Pero también se necesitarán soluciones más directas, por ejemplo un mecanismo de ajuste en frontera para las emisiones, que aumente el costo de importar bienes en cuya producción se hayan emitido más GEI.
La UE ya está trabajando en la creación de un mecanismo de esa naturaleza dentro del Pacto Verde Europeo. Es un buen comienzo, pero sería mejor un mecanismo conjunto con Estados Unidos (sobre todo como parte de un pacto verde transatlántico más amplio).
De hecho, la UE y Estados Unidos deberían ir más allá, y crear un «club climático», como propuso en 2015 William Nordhaus (Premio Nobel de Economía). Como defiende uno de los autores (Simone) junto con Guntram B. Wolff en un artículo reciente, el ingreso de los países al club estaría supeditado a cuatro condiciones: fortalecer y alinear las metas nacionales; aceptar la aplicación de un sistema para la cuantificación y comparación de las políticas climáticas nacionales; establecer criterios para la medición de la huella contaminante de bienes complejos; y garantizar la transparencia tributaria y regulatoria.
El club debería estar abierto a cualquier país que quiera ingresar. Esto será favorable a otro interés que comparten la UE y Estados Unidos en establecer reglas de juego para los sectores y mercados emergentes (por ejemplo los del hidrógeno verde y la financiación sostenible).
Para crecer y desarrollarse los mercados necesitan reglas con amplia aceptación, y participar en su diseño supone una importante ventaja estratégica. Los actores mejor posicionados para obtener para sí esa ventaja son Estados Unidos y Europa, que juntos representan un 40% del PIB global y el 30% de las importaciones de bienes.
El resto del mundo no será indiferente a lo que hagan Estados Unidos y Europa juntos. Si los dos se ponen de acuerdo (ya sea para adoptar una taxonomía conjunta respecto de la financiación sostenible o introducir un mecanismo de ajuste en frontera para el clima) es seguro que otros países seguirán el ejemplo. Además de acelerar la acción climática en todo el mundo, esto fortalecerá la posición de liderazgo internacional de la UE y Estados Unidos y reforzará el sistema multilateral abierto basado en reglas que ambos apoyan.
Si a esto le sumamos los valores y principios compartidos por la UE y Estados Unidos (entre ellos el respeto a los derechos humanos y el Estado de Derecho), resulta evidente que una mayor cooperación en el ámbito del clima conviene a ambas partes. Y la gira de Biden por Europa es la ocasión ideal para ponerla en marcha.