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¿Es Europa demasiado grande para otra ampliación?

MADRID – Este mes, la Unión Europea celebró el 20.º aniversario de su mayor ampliaciónde la historia, que incorporó a diez nuevos miembros. El acontecimiento sigue siendo un recordatorio del potencial de la UE para promover la paz y unidad en todo el continente. Pero en un momento de profundas divisiones internas y un entorno externo crecientemente volátil, el eufórico idealismo de 2004 parece un sueño lejano; y las perspectivas de una futura ampliación inciertas.

La promesa de entrada en la UE siempre se ha visto como un poderoso mecanismo para fortalecer la estabilidad, la democracia y la prosperidad en Europa. Un buen ejemplo de esta dinámica es la adhesión de Portugal y España en los años ochenta, con transiciones democráticas en ambos países.

Pero cuando se unieron ocho países poscomunistas (junto con Malta y Chipre) en 2004 -y más aún cuando entraron Bulgaria y Rumanía en 2007-, la lógica de la ampliación ya no era la misma. Ampliar el mercado común y fortalecer los fundamentos de la democracia en toda Europa seguían siendo objetivos cruciales, pero había más.

Dando la bienvenida a países de Europa Central y del Este a la «familia» europea, la UE también estaba demostrando que había superado su pasado de guerra y división. Por su parte, los nuevos miembros de la UE abrazaron la posibilidad de salir de siglos de limbo entre Rusia y Occidente, aunque el Kremlin ya no parecía una amenaza importante para sus vecinos (al menos, desde dentro de la Unión).

Hoy, con la guerra que se libra en la puerta de Europa, ya nadie niega el peligro de Rusia. Sólo cuatro días después de la invasión total iniciada en febrero de 2022, Ucrania solicitó adherirse a la UE; y ésta -compelida por un sentido de responsabilidad moral más que por auténtico entusiasmo ante la idea de una mayor ampliación- tardó poco en concederle la condición de país candidato. Hoy, los candidatos oficiales a ingresar a la UE son nueve, situados -en su mayoría- en Europa del Este.

Aunque el «Big Bang» de 2004 fue un éxito, no se puede usar como modelo para futuras ampliaciones. La futura ampliación incorpora retos particulares, que exigen soluciones matizadas. Actualmente, una complicación importante (que debilita la vieja narrativa de la UE sobre los beneficios de la ampliación) es el retroceso democrático en algunos Estados miembro.

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El caso más emblemático es Hungría, que ha tenido reiterados choques con la UE por las políticas antidemocráticas de su primer ministro Viktor Orbán desde que regresó al poder en 2010. En Polonia, un gobierno de derechas estilo orbaniano fue sustituido el año pasado por una coalición de tres partidos decidida a apuntalar la democracia, pero aún persisten tensiones. Además, hace poco el primer ministro populista y nacionalista de Eslovaquia, Robert Fico, fue blanco de un intento de magnicidio.

Esta tendencia ha debilitado la toma de decisiones de la UE: a menudo, los intereses

nacionales se imponen a la voluntad de la mayoría. Por ejemplo, Orbán ha obstaculizado una y otra vez el apoyo de la UE a Ucrania y ha estrechado vínculos comerciales y de inversión con China en momentos en que otros miembros de la UE buscan reducir la dependencia de Pekín. Budapest fue una de solo tres paradas del presidente chino Xi Jinping en su reciente viaje a Europa; de la mano de Orbán, anunció que sus respectivos países formarán una «alianza contra viento y marea».

En un sentido más general, la visión de futuro de la UE (desde el ambicioso Pacto Verde Europeo hasta la estrategia en política migratoria) enfrenta considerable resistencia, y esto resta entusiasmo a una mayor integración y ampliación. Si las instituciones de la UE no consiguen esbozar un proyecto común para los 27 Estados miembro actuales, ¿cómo podrán adaptarse a 36? Al fin y al cabo, la nueva UE no sólo sería más grande, sino también más diversa.

En las discusiones sobre la ampliación, el determinismo geográfico siempre ha estado presente. Pero la UE, consciente de las ventajas geopolíticas y económicas de tener más miembros, procuró evitar posibles conflictos actualizando su política de ingreso con la inclusión de condicionalidades (y no mediante la exclusión de países por motivos geográficos). Un país que quiera unirse a la UE deberá cumplir ciertos criterios en un abanico de áreas, que van de los derechos de las minorías hasta la independencia del sistema judicial. Esta es una de las razones por las que el proceso de ingreso de Turquía está paralizado indefinidamente, aunque su candidatura no entraña ninguna dificultad desde el punto de vista geopolítico.

¿Podrá Georgia, que solicitó ingresar a la UE en 2022, tener más éxito en el cumplimiento de las condiciones de pertenencia a la UE? Hoy parece improbable, a juzgar por la reciente aprobación por su parlamento de una ley sobre «agentes extranjeros» de inspiración rusa que obligaría a organizaciones civiles y medios independientes que reciban más del 20% de su financiación del extranjero, a registrarse como entidades «que defienden los intereses de una potencia extranjera». Aunque la ley terminó vetada por la presidenta Salome Zourabichvili -y, generó protestas masivas de una población que, en su gran mayoría, apoya el ingreso a la UE-, el gobierno parece decidido a invalidar el veto.

Serbia no está mejor posicionada. Pese a que el país es candidato a entrar en la UE desde 2012, una encuesta de 2023 señala que sólo el 33% de los serbios está a favor de ello. Durante su reciente gira europea, Xi también paró en Belgrado, donde firmó un acuerdo para la construcción de un «futuro compartido» con Serbia.

En cuanto a Ucrania, su guerra con Rusia no es el único obstáculo para su membresía UE: para cumplir los criterios de entrada, necesitaría amplias reformas económicas y de gobernanza. Además, el enorme sector agrícola del país ha generado temor entre los agricultores de la UE.

Para que una nueva UE más grande funcione, harán falta soluciones creativas. Muchos defienden una «Europa de varias velocidades», donde los Estados miembro avancen hacia la integración a ritmo propio, con un conjunto de países punteros mostrando el camino. Pero, sin una visión de futuro compartida (es decir, cuando son diferentes no sólo las capacidades de integración, sino también los objetivos), lo que realmente se necesita es una «Europa degeometría variable», que -frente a las diferencias irreconciliables- ofrece un enfoque más pragmático para la integración.

Hoy, la UE corre el riesgo de convertirse de jugador en mero tablero de ajedrez para la competencia entre Estados Unidos y China. Que este riesgo se materialice dependerá en parte de cómo navega el debate sobre la ampliación.

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