Crimen y Castigo Corporativo

El capitalismo no se arraigará alrededor del mundo si la corrupción lo deshonra. El socialismo se colapsó hace una década porque perdió todo crédito a los ojos de los pueblos que vivían bajo su gobierno. Ahora el capitalismo está recibiendo severas reprimendas y a sus críticos se les ha dado poderosa evidencia para probar que están en lo correcto al considerar que es un sistema que funciona sólo para las personas que son parte del juego y para sus compinches. Después de todo, ¿no es la bancarrota de Enron un ejemplo claro como el agua de presidiarios que controlan a sus guardias? Si Estados Unidos (EU) quiere liderear la marcha global del capitalismo, debe exorcizar la creciente cultura del capitalismo corporativo amiguista.

La opción, claro, ya no está entre el socialismo y el capitalismo. El socialismo se volvió un desorden pues las amplias expectativas de un paraíso de los trabajadores se atascaron en la burocracia. Sin incentivos y sin una decentralización radical, el progreso económico no es más que un sueño. Así lo demostró el útlimo siglo una y otra vez, razón por la que China, a pesar de su nostálgica retórica igualitaria, optó por el capitalismo a toda vela bajo los gobernantes posteriores a Mao.

¿Visualizó Deng Xiao Ping las vastas desigualdades que resultarían? Posiblemente. Pero Deng quería lograr mejores estándares de vida para todos los chinos, incluso si había desigualdad. Para funcionar y seguir siendo socialmente aceptable, sin embargo, el capitalismo debe de ser tan limpio como sea posible. Quizá no todos reciban una oportunidad para volverse ricos en un sistema capitalista, pero no debería percibirse al sistema como ataviado con tales vestidos que sólo permiten que los "miembros del club" se vuelvan ricos mientras todos los demás pagan las cuentas.

Si la desigualdad es un aspecto negativo del capitalismo radical, hasta cierto punto mitigada por el sector público, el otro es la corrupción potencial de las instituciones capitalistas: llamémoslo el síndrome Enron. Cuando los comités del Congreso estadounidense debilitan la vigilancia regulatoria de sus amigos de negocios; cuando las firmas de contabilidad entregan su independencia por el encanto de los megacontratos; cuando las juntas directivas de las corporaciones no pueden decir "no" porque los honorarios de los miembros de la junta son imponentemente altos en comparación con el esfuerzo necesario; y cuando los administradores viven en un frenesí de negociaciones entre sí mismos, el escenario está listo para que el capitalismo pierda su reputación.

Últimamente, ese es sin duda el caso en EU. El capitalismo involucra un delicado problema de delegación y confianza; dar a los administradores la luz verde de la actividad empresarial no es suficiente para asegurarse de que los intereses de los inversionistas sean salvaguardados; tampoco es suficiente que los mercados accionarios establezcan los precios del papel de forma realista. Mientras la evidencia sobre la debacle de Enron no esté completa, es justo decir que Enron es tanto un gran escándalo moral como una mancha para el capitalismo. Es una adusta luz que ilumina los defectos de las instituciones centrales del capitalismo.

La cacería de brujas que ya ha dado inicio --con los políticos, los reglamentadores e incluso la Casa Blanca buscando salvar sus pellejos políticos-- es, sin duda, esencial. Inevitablemente, contiene sentimientos populistas y antiempresariales. A veces casi parece que los activistas antiglobalización asumen el control. Pero con la caída del péndulo los excesos de ayer incitarán un mayor escrutinio y un libro de reglas más estricto para los negocios en el futuro.

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Todo sea por bien. El capitalismo es un fideicomiso público; fuciona si todos tienen una oportunidad justa y si el robo corporativo recibe un castigo altamente visible. La cacería ritual de brujas que ahora se desenvuelve podría ser la única manera de lograr que los jefes retomen el camino.

Pues la única forma de hacer que el capitalismo sea aceptable y, por lo tanto, que genere crecimiento y prosperidad alrededor del mundo, es practicar ese rito de exorcismo en público. Los jefes de Enron serán humillados; los otros jefes no aceptarán (en privado) la escala de esas purgas. Argumentarán que todas las investigaciones del Congreso y de la prensa son excesivas; que deberíamos dejar a Enron atrás y seguir adelante con el negocio de hacer dinero otra vez. Pero actuar así dejará a aquellos que tienen dudas sobre el capitalismo con una incertidumbre aún mayor. Esto, en efecto, generaría el supremo peligro moral: un mundo de crímenes corporativos sin castigo.

Algunos dirán que será imposible crear buenas juntas directivas si se puede demandar a los miembros; algunos preguntarán qué sucederá con las acciones si se cuestionan con fuerza los reportes financieros de las empresas. Una limpieza, sin embargo, será al final buena para las acciones y ciertamente mucho mejor que el encubrimiento y las dudas acerca de cómo se ven realmente los libros contables.

El capitalismo, en efecto, siempre ha necesitado sus cuentos moralistas. Pero deben señalarse las diferencias. La falla de la Administración de Capital a Largo Plazo hace algunos años nos dió una lección acerca de la administración del riesgo y de la necesidad de no soñar con una serie de ganancias enormes.

Nada remotamente ilegal pasó entonces; no hubo un paquete de salvación por parte del gobierno ni se facilitaron los errores de administración. Simplemente, los inversionistas hicieron un error por mera avaricia y perdición, a lo grande. En cambio, el asunto de Enron involucró la indecencia y quizá la conducta criminal de casi todos los que estuvieron cerca de la administración. Además, todavía no se sabe a ciencia cierta si los altos ejecutivos de Enron saldrán o no con un bulto de efectivo bajo el brazo mientras que los trabajadores de la compañía pierden sus activos para el retiro.

El capitalismo chino también está plagado de corrupción y de tratos entre conocidos. La reacción del gobierno chino es, demasiado frecuentemente, decapitar a un bonche de villanos evidentes y odiosos. Esto podría parecer una solución extrema para las democracias occidentales. Pero enviar a los administradores, los reglamentadores y los políticos corruptos a prisión es un elemento esencial de un capitalismo funcional y respetable. Puesto que el capitalismo se redistribuye agresivamente, es vital que haya confianza, transparencia y responsabilidad. Después de Enron, que representa no sólo un evento aislado sino un desliz de la cultura corporativa en conjunto, podremos retomar el camino sólo a través de la imposición de un castigo severo a los crímenes corporativos.

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