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El peligro de los recortes prematuros de tasas del BCE

FRÁNCFORT – La inflación en la eurozona está cayendo de un pico del 10,6% en octubre de 2022 al 2,6% en mayo de 2024 y el Banco Central Europeo confía en que las presiones inflacionarias sigan aligerándose. Sus proyecciones de marzo demuestran que la inflación promediará el 2,3% en 2024, antes de caer al 2% en 2025 y al 1,9% en 2026. En consecuencia, se espera que el BCE recorte su tasa de política clave, la tasa de interés de la facilidad de depósito, del 4% a alrededor del 3,75% el 6 de junio.

Los mercados prevén que éste será el primero de muchos recortes que reducirán sustancialmente las tasas de política del BCE en los próximos dos años. El efecto de señal y el timing de la medida son, por cierto, relevantes, porque ésta es solo la quinta vez desde la fundación del BCE (hace 26 años) que la entidad ha iniciado un nuevo ciclo de recorte de tasas. Pero si bien una política monetaria previsora es encomiable, enfrenta limitaciones inherentes, particularmente frente a la incertidumbre de los pronósticos económicos.

Después de todo, predecir la inflación más allá del horizonte de un año es notoriamente difícil y esta incertidumbre no ha hecho más que aumentar en los últimos años. La propia incapacidad del BCE para abordar la reciente alza de la inflación de una manera oportuna y efectiva se debió, en parte, a pronósticos imprecisos. Los pronósticos basados en modelos, por diseño, tienden a recaer en promedios históricos en el mediano plazo, y la historia también sugiere que las proyecciones de inflación de largo plazo suelen converger con las metas del banco central. En consecuencia, los pronósticos del BCE que muestran una caída de la inflación son, en cierta medida, el resultado de un sesgo histórico.

Asimismo, los efectos prolongados de las medidas relacionadas con la pandemia (como los balances inflados del banco central y los mayores déficits fiscales), sumados a las sanciones económicas a Rusia, también resultan difíciles de modelar y predecir. De la misma manera, los riesgos geopolíticos adicionales -entre ellos, el conflicto de Oriente Medio y la escalada de las tensiones entre Estados Unidos y China- complican aún más la perspectiva de inflación, y la mayoría de los riesgos inflacionarios son más desfavorables de lo previsto.

Los cambios estructurales también apuntan a una inflación más elevada. Las causas obvias de las presiones inflacionarias incluyen mercados laborales ajustados (como resultado del envejecimiento de la población); amplias inversiones en transición energética, seguridad energética y defensa; la desglobalización y los eventuales costos de la reconstrucción de Ucrania.

Actualmente, la tasa de inflación anual en la eurozona sigue estando por encima del 2%, y las tendencias recientes son preocupantes. Un análisis de los niveles de precios al consumidor (en lugar de las tasas de crecimiento) revela que, después de una ligera caída a fines de 2023, los precios al consumidor se han acelerado en 2024, aumentando a un ritmo anualizado del 3,1% en lo que va de este año (medidos según el Índice de Precios al Consumo Armonizado, que se ajusta estacionalmente).

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Considerando que la inflación de los precios al consumidor está por encima del 2% y se acelera, que el desempleo está en mínimos históricos y que el crecimiento salarial es rápido (los salarios negociados amentaron el 4,7% interanual en el primer trimestre), iniciar un ciclo de recorte de tasas ahora podría conducir a otro error de cálculo importante en materia de política. El BCE ya se ha equivocado anteriormente, en 2021-22, cuando basó su política monetaria en pronósticos erróneos, y ahora parece inclinado a repetir el error. Confiar en pronósticos poco fiables e ignorar las actuales realidades económicas no es una política orientada al futuro; es una política basada en la esperanza.  

La incertidumbre de los pronósticos presenta importantes desafíos para todos los bancos centrales, ya que una formulación de políticas exitosa exige una visión de futuro razonablemente precisa. Cuando la confiabilidad de los pronósticos decae, una gestión de riesgo efectiva se vuelve crucial. En condiciones que se caracterizan por un alto grado de incertidumbre, la política monetaria, por sobre todas las cosas, debe evitar errores significativos.

El BCE podría cometer uno de dos errores potenciales: una política excesivamente restrictiva o un alivio prematuro. Una política excesivamente restrictiva podría provocar recesión y deflación, amenazando, potencialmente, la estabilidad de los mercados financieros o los precios de los bienes raíces. Si bien no es deseable, este escenario no plantea una amenaza existencial para la eurozona. El BCE tiene un amplio margen de maniobra y cuenta con herramientas y experiencia para combatir la deflación si fuera necesario.

Por el contrario, un alivio prematuro podría volver a encender la mecha de la inflación, obligando al BCE a revertir sus recortes iniciales y aumentar las tasas a niveles más elevados que los de hoy. Este escenario, en verdad, podría amenazar la estabilidad de la eurozona, ya que los estados miembro altamente endeudados podrían enfrentar una dinámica de deuda insostenible, en tanto los mercados de bonos cuestionarían su capacidad de pago. Los bancos centrales entonces estarían bajo una mayor presión de los gobiernos, lo que conduciría a un predominio fiscal. Si se muestran reacios a hacer lo que es necesario, la inflación podría tornarse persistente.

Una inflación persistente, generada por una política excesivamente expansionista, es claramente el escenario más peligroso. Sin embargo, éste es precisamente el riesgo que el BCE asumirá al lanzar un nuevo ciclo de recorte de tasas en este momento. Un giro prematuro hacia una flexibilización podría minar su credibilidad y acentuar los riesgos de inflación en el futuro. Al subestimar la asimetría de los riesgos, el BCE exhibe una mala gestión del riesgo. Los bancos centrales no deberían permitir que las presiones del mercado dicten sus políticas. Un alivio prematuro es una apuesta peligrosa.

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