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Vacilando mientras Haití arde

BOSTONEl primer ministro de uno de los países más grandes del Caribe viaja a África oriental para pedir ayuda policial contra la violencia de las pandillas, que hace poco atacaron la penitenciaría nacional y liberaron a 4000 presos. Fracasado el intento, sobrevuela otra vez el Atlántico, pero su avión no puede aterrizar porque las bandas tomaron el control del aeropuerto.

Un país vecino le niega permiso de aterrizaje y termina en un tercer país, mientras el sanguinario jefe de una de las principales pandillas exige su renuncia. Potencias extranjeras expresan preocupación, pero el desafortunado primer ministro queda librado a su suerte. La disolución estatal y la creciente agitación civil impiden hasta las actividades más básicas, y crece el temor a la hambruna. Al final, el primer ministro desterrado acepta renunciar en cuanto se forme un consejo de transición; pero los jefes de las bandas ahora exigen tener presencia permanente en cualquier nuevo gobierno.

Puede parecer la trama improbable de una telenovela barata, pero es exactamente lo que está sucediendo en Haití, la primera república negra del mundo, el primer país independiente de América Latina, y el lugar de la primera rebelión de esclavos exitosa en el Nuevo Mundo (1791‑1804). Desde el asesinato de su presidente Jovenel Moïse en julio de 2021, el país más pobre del hemisferio occidental (y uno de los más pobres del mundo) está sumido en el caos, mientras el gobierno es incapaz de imponer algún orden. Hace ya muchos años que no hay elecciones, y el primer ministro no electo, Ariel Henry, carece de legitimidad. Pero había podido contar con el pleno respaldo del gobierno estadounidense, hasta ahora.

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