JERUSALÉN – Se dice que en Irán, elementos que pertenecen al régimen están ofreciendo una recompensa de un millón de dólares por el asesinato del Presidente egipcio, Hosni Mubarak, debido a su oposición a Hamas en la Franja de Gaza. En Líbano, el líder de Hezbolá, con el apoyo de Irán y Siria, únicamente pide el derrocamiento del gobierno egipcio.
En respuesta a lo anterior, Tariq Alhomayed, un saudita que es editor en jefe del periódico Al-Sharq al-Awsat , describe a Hamas como la herramienta de Irán y sostiene que “Irán es una verdadera amenaza a la seguridad árabe”.
El ministro de asuntos exteriores egipcio, Ahmed Aboul Gheit, está de acuerdo –y no es el único. Cuando los Estados árabes se reunieron para discutir sobre la crisis de Gaza, Arabia Saudita vetó cualquier acción. Incluso la Autoridad Palestina (AP) culpa a Hamas por los combates. Los activistas de Fatah, el rival nacionalista de Hamas que administra la AP, no ocultan su esperanza de que Hamas pierda la guerra.
Este es el nuevo Medio Oriente, caracterizado ya no por el conflicto árabe-israelí sino por un conflicto árabe nacionalista-islamista. Casi todos los Estados árabes –excepto Siria, el aliado de Irán—y la AP reconocen esta realidad y desean que Hamas sea derrotado en la Franja de Gaza. Dado su profundo interés en obstruir a los grupos revolucionarios islamistas, sobre todo los que están alineados con Irán, no están dispuesto a escuchar a los intelectuales árabes –que están mucho más silenciosos que en conflictos anteriores, como la guerra de 1991 en Kuwait, el levantamiento palestino de 2000-2004 o la guerra Israel-Hezbolá de 2006.
El Medio Oriente actual es muy distinto del anterior de muchas formas significativas. En primer lugar, la política interna de todos los países árabes se centra en la batalla entre los gobernantes árabes nacionalistas y la oposición islamista. En otras palabras, los aliados de Hamas son los enemigos de los regímenes. Un Estado islamista en la Franja de Gaza alentaría a quienes buscan crear entidades similares en Egipto, Jordania y todos los demás países árabes.
Ya se ha pagado un precio muy alto tanto en vidas como en términos materiales en este conflicto. La violencia ha incluido guerras civiles entre palestinos y argelinos; el derramamiento de sangre en Iraq; y campañas terroristas en Egipto y Arabia Saudita. En el caso palestino, tras obtener una victoria electoral y establecer un acuerdo con Fatah para formar un gobierno de coalición, Hamas se volvió contra sus aliados nacionalistas y los expulsó de Gaza por la fuerza. A cambio, la AP ha estado reprimiendo a Hamas en Cisjordania. En Líbano, Hezbolá ha tratado de intimidar a sus rivales más moderados, los musulmanes sunitas, los cristianos y los drusos para que se sometan a ellos.
It is not too late to watch our AI Action Summit event.
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En segundo lugar, debido a que los Estados árabes se enfrentan a una alianza Irán-Siria que incluye a Hamas y Hezbolá, además de sus conflictos internos, hay una batalla regional entre estos dos bloques. Un aspecto de ello es que los Estados cuyos gobernantes son en su mayoría musulmanes sunnitas se enfrentan a un competidor cuyos líderes son principalmente musulmanes chiítas por la hegemonía regional.
Estos dos problemas plantean peligros mucho mayores a los Estados existentes que cualquier amenaza israelí (inventada en gran medida), y los gobernantes de la región lo saben.
Del otro lado de la división, Irán y sus aliados han enarbolado las banderas de la jihad y la “resistencia”. Su plataforma incluye: la revolución islamista en todos los países; a Irán como el Estado dominante de la región con el apoyo de las armas nucleares; la negativa a la paz con Israel y la creación del Estado palestino hasta que haya un Estado islamista que abarque todo Israel (así como Cisjordania y la Franja de Gaza); y la expulsión de la influencia occidental de la región.
Este es un programa muy ambicioso que tal vez sea imposible cumplir. No obstante, es una receta para guerras y actos terroristas sin fin: tanto los revolucionarios islamistas que están contra Irán como los que están a su favor creen que, porque Dios está de su lado y sus enemigos son cobardes, ganarán y están más que dispuestos a pasarse el próximo medio siglo tratando de probarlo.
Si bien ésta parece ser una evaluación muy pesimista de la situación de la región, el bando islámico radical tiene muchas debilidades. Emprender guerras perdidas puede hacer que los islamistas se sientan bien, pero la derrota es algo costoso, ya que su arrogancia y beligerancia les granjea el antagonismo de muchas personas que de otra forma podrían apoyar su causa.
Además, la situación ofrece una buena oportunidad para los encargados del diseño de políticas occidentales. Se debe hacer hincapié en la creación de coaliciones entre los Estados relativamente moderados que están amenazados por las fuerzas islamistas y en trabajar arduamente para impedir que Irán obtenga armas nucleares –un objetivo que es del interés de muchos en la región.
El peor error sería aplicar la política opuesta –un esfuerzo inevitablemente inútil para apaciguar a los extremistas o tratar de moderarlos. Tal campaña de hecho desalentaría a los relativamente moderados quienes, al sentirse traicionados, tratarían de llegar a un acuerdo propio con Teherán.
La actual crisis en Gaza es sólo un aspecto de la batalla mucho más amplia que sacude a la región. Ayudar a Hamas fortalecería al islamismo radical y las ambiciones de Irán y al mismo tiempo debilitaría a la AP y a todos los demás, no solamente a Israel. Los Estados árabes no quieren ayudar a su peor enemigo. ¿Por qué querría hacerlo alguien más?
Despite its ongoing economic stagnation and aging population, Germany’s outlook is far from hopeless. But to restore its growth momentum, it must embrace the realities of the twenty-first century, invest in high-potential emerging sectors, and adapt to an increasingly volatile geopolitical landscape.
urge policymakers to pursue bold structural reforms, rather than clinging to an outdated growth model.
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JERUSALÉN – Se dice que en Irán, elementos que pertenecen al régimen están ofreciendo una recompensa de un millón de dólares por el asesinato del Presidente egipcio, Hosni Mubarak, debido a su oposición a Hamas en la Franja de Gaza. En Líbano, el líder de Hezbolá, con el apoyo de Irán y Siria, únicamente pide el derrocamiento del gobierno egipcio.
En respuesta a lo anterior, Tariq Alhomayed, un saudita que es editor en jefe del periódico Al-Sharq al-Awsat , describe a Hamas como la herramienta de Irán y sostiene que “Irán es una verdadera amenaza a la seguridad árabe”.
El ministro de asuntos exteriores egipcio, Ahmed Aboul Gheit, está de acuerdo –y no es el único. Cuando los Estados árabes se reunieron para discutir sobre la crisis de Gaza, Arabia Saudita vetó cualquier acción. Incluso la Autoridad Palestina (AP) culpa a Hamas por los combates. Los activistas de Fatah, el rival nacionalista de Hamas que administra la AP, no ocultan su esperanza de que Hamas pierda la guerra.
Este es el nuevo Medio Oriente, caracterizado ya no por el conflicto árabe-israelí sino por un conflicto árabe nacionalista-islamista. Casi todos los Estados árabes –excepto Siria, el aliado de Irán—y la AP reconocen esta realidad y desean que Hamas sea derrotado en la Franja de Gaza. Dado su profundo interés en obstruir a los grupos revolucionarios islamistas, sobre todo los que están alineados con Irán, no están dispuesto a escuchar a los intelectuales árabes –que están mucho más silenciosos que en conflictos anteriores, como la guerra de 1991 en Kuwait, el levantamiento palestino de 2000-2004 o la guerra Israel-Hezbolá de 2006.
El Medio Oriente actual es muy distinto del anterior de muchas formas significativas. En primer lugar, la política interna de todos los países árabes se centra en la batalla entre los gobernantes árabes nacionalistas y la oposición islamista. En otras palabras, los aliados de Hamas son los enemigos de los regímenes. Un Estado islamista en la Franja de Gaza alentaría a quienes buscan crear entidades similares en Egipto, Jordania y todos los demás países árabes.
Ya se ha pagado un precio muy alto tanto en vidas como en términos materiales en este conflicto. La violencia ha incluido guerras civiles entre palestinos y argelinos; el derramamiento de sangre en Iraq; y campañas terroristas en Egipto y Arabia Saudita. En el caso palestino, tras obtener una victoria electoral y establecer un acuerdo con Fatah para formar un gobierno de coalición, Hamas se volvió contra sus aliados nacionalistas y los expulsó de Gaza por la fuerza. A cambio, la AP ha estado reprimiendo a Hamas en Cisjordania. En Líbano, Hezbolá ha tratado de intimidar a sus rivales más moderados, los musulmanes sunitas, los cristianos y los drusos para que se sometan a ellos.
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En segundo lugar, debido a que los Estados árabes se enfrentan a una alianza Irán-Siria que incluye a Hamas y Hezbolá, además de sus conflictos internos, hay una batalla regional entre estos dos bloques. Un aspecto de ello es que los Estados cuyos gobernantes son en su mayoría musulmanes sunnitas se enfrentan a un competidor cuyos líderes son principalmente musulmanes chiítas por la hegemonía regional.
Estos dos problemas plantean peligros mucho mayores a los Estados existentes que cualquier amenaza israelí (inventada en gran medida), y los gobernantes de la región lo saben.
Del otro lado de la división, Irán y sus aliados han enarbolado las banderas de la jihad y la “resistencia”. Su plataforma incluye: la revolución islamista en todos los países; a Irán como el Estado dominante de la región con el apoyo de las armas nucleares; la negativa a la paz con Israel y la creación del Estado palestino hasta que haya un Estado islamista que abarque todo Israel (así como Cisjordania y la Franja de Gaza); y la expulsión de la influencia occidental de la región.
Este es un programa muy ambicioso que tal vez sea imposible cumplir. No obstante, es una receta para guerras y actos terroristas sin fin: tanto los revolucionarios islamistas que están contra Irán como los que están a su favor creen que, porque Dios está de su lado y sus enemigos son cobardes, ganarán y están más que dispuestos a pasarse el próximo medio siglo tratando de probarlo.
Si bien ésta parece ser una evaluación muy pesimista de la situación de la región, el bando islámico radical tiene muchas debilidades. Emprender guerras perdidas puede hacer que los islamistas se sientan bien, pero la derrota es algo costoso, ya que su arrogancia y beligerancia les granjea el antagonismo de muchas personas que de otra forma podrían apoyar su causa.
Además, la situación ofrece una buena oportunidad para los encargados del diseño de políticas occidentales. Se debe hacer hincapié en la creación de coaliciones entre los Estados relativamente moderados que están amenazados por las fuerzas islamistas y en trabajar arduamente para impedir que Irán obtenga armas nucleares –un objetivo que es del interés de muchos en la región.
El peor error sería aplicar la política opuesta –un esfuerzo inevitablemente inútil para apaciguar a los extremistas o tratar de moderarlos. Tal campaña de hecho desalentaría a los relativamente moderados quienes, al sentirse traicionados, tratarían de llegar a un acuerdo propio con Teherán.
La actual crisis en Gaza es sólo un aspecto de la batalla mucho más amplia que sacude a la región. Ayudar a Hamas fortalecería al islamismo radical y las ambiciones de Irán y al mismo tiempo debilitaría a la AP y a todos los demás, no solamente a Israel. Los Estados árabes no quieren ayudar a su peor enemigo. ¿Por qué querría hacerlo alguien más?