JERUSALÉN - La respuesta militar de Israel a la brutalidad del ataque de Hamás del 7 de octubre, que se ha cobrado la vida de casi 3000 personas en Gaza y desplazado a cientos de miles, trae a todos los palestinos recuerdos de la peor de las pesadillas.
En 1948, unos 750 000 palestinos (entre ellos mi padre, mi tío y mi abuela) tuvieron que abandonar sus hogares a toda prisa, para escapar de la violencia que siguió a la declaración del Estado de Israel y a la que cometieron organizaciones judías clandestinas contra numerosos pueblos y ciudades palestinos.
Mi tío, que permaneció en el barrio jerosolimitano de Musrara hasta abril de aquel año, les dijo a mi padre y a mi abuela que la casa estaría segura hasta que pudieran regresar, una vez terminados los combates. Al partir cerró la puerta de calle con llave, pensando que regresarían pronto. Jamás volvieron.
El trauma de aquella primera guerra árabe‑israelí fue tan profundo que los palestinos la llaman Nakba («catástrofe») y la conmemoran cada año el 15 de mayo. A principios de este mes, cuando Danny Áyalon, ex embajador de Israel ante las Naciones Unidas, le dijo a Marc Lamont Hill, de Al Jazeera, que la península egipcia del Sinaí tiene «infinito espacio» para los civiles de Gaza, y que «todos deberían ser trasladados allí», muchos palestinos lo interpretaron como un llamamiento a una segunda Nakba. Por eso la orden israelí de evacuar a 1,1 millones de personas del norte de Gaza ha avivado el temor a que se repita lo de 1948.
La Franja de Gaza ha sido durante mucho tiempo una espina clavada en el costado de Israel. En 1992, el entonces primer ministro israelí Isaac Rabin dijo: «Ojalá un día me despertara y viera a Gaza hundida en el mar». Un año después, Rabin y el difunto presidente de la OLP, Yaser Arafat, se estrecharon la mano en el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca tras firmar los Acuerdos de Oslo. Trágicamente, el asesinato de Rabin a manos de un ultraderechista judío en 1995 privó a Israel y a la comunidad internacional de un líder israelí consciente de que la solución de los dos estados era la mejor esperanza de tener seguridad para Israel y una patria para los palestinos.
La advertencia israelí a los civiles palestinos de evacuar el norte de Gaza generó una fuerte oposición de la dirigencia internacional; por su parte, el presidente estadounidense Joe Biden señaló que una ocupación total de Gaza por parte de Israel «sería un gran error». Pero Israel insiste en que los civiles deben trasladarse al sur para protegerse cuando Israel lance una inevitable invasión terrestre a gran escala, en respuesta al asesinato masivo de ciudadanos israelíes por Hamás, que controla Gaza desde 2006.
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Sin embargo, el desplazamiento de los residentes palestinos del norte de Gaza sería una violación flagrante del derecho internacional. Además, todavía no está claro qué planes tiene Israel para la zona cuando termine la guerra. ¿Pretende crear una zona de separación en el interior de Gaza, o tal vez volver a llevar colonos al área? Si el objetivo principal es proteger a las comunidades israelíes, entonces Israel puede y debe crear esa zona de separación dentro de su propio territorio, en vez de invadir la minúscula y superpoblada franja de tierra en la que hoy habitan más de dos millones de palestinos.
Las atrocidades cometidas por Hamás y otros el 7 de octubre, que se cobraron la vida de más de 1300 civiles israelíes, son un enorme perjuicio para la causa palestina y merecen la condena inequívoca de todo aquel que apoye la creación de una Palestina independiente. Aunque el derecho internacional reconoce a los palestinos, como a cualquier pueblo bajo ocupación, el derecho a oponer resistencia a sus ocupantes, los actos violentos y brutales de Hamás contra civiles israelíes han sido crímenes de guerra innegables, lo mismo que algunas de las respuestas.
Pero, en forma deliberada o no, la retórica de algunos funcionarios israelíes que piden reocupar o despoblar Gaza ha reavivado en los palestinos dolorosos recuerdos de la Nakba. Los refugiados palestinos, sobre todo los del norte de Gaza, no desean vivir en la península del Sinaí; todavía anhelan regresar a sus hogares ancestrales, dentro de las fronteras actuales de Israel. Lo mínimo que desean es vivir en Gaza con dignidad, sin ocupación, sin bloqueos y sin restricciones de movimiento.
El apretón de manos que se dieron en 1993 Rabin y Arafat alentó esperanzas de que la paz entre Israel y Palestina fuera posible. Pero treinta años después, la solución de dos estados se ha vuelto casi imposible, ya que Cisjordania está fragmentada por incontables asentamientos israelíes ilegales que dejan al futuro estado palestino con el aspecto de un queso gruyère.
Aunque Israel se retiró de Gaza en 2005, esta medida unilateral fue, en esencia, un reposicionamiento estratégico de tropas. En vez de una ocupación directa, Israel impone a Gaza desde 2007 un bloqueo por tierra, aire y mar. Dieciséis años después de este asedio devastador, algunos israelíes piden la reocupación total o parcial de la Franja de Gaza. Pero lo único que conseguiría esa medida es perpetuar el círculo vicioso de violencia y desplazamiento forzado de personas.
Hoy más que nunca, necesitamos líderes valientes dispuestos a reconocer los derechos humanos fundamentales de los palestinos. Para lograr una paz sostenible, Israel debe poner fin a la ocupación y colonización de Cisjordania, levantar el bloqueo de Gaza y entablar negociaciones significativas con la Autoridad Palestina en Ramala. Como bien comprendió Rabin, la única solución real es la creación de un estado palestino independiente al lado de un Israel seguro y protegido.
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While "globalization" typically conjures images of long-distance trade and migration, the concept also encompasses health, the climate, and other forms of international interdependence. The perverse irony is that an anti-globalist America may end up limiting the beneficial forms while amplifying the harmful ones.
worries that we will end up with only harmful long-distance dependencies, rather than beneficial ones.
Though Donald Trump attracted more support than ever from working-class voters in the 2024 US presidential election, he has long embraced an agenda that benefits the wealthiest Americans above all. During his second term, however, Trump seems committed not just to serving America’s ultra-rich, but to letting them wield state power themselves.
Given the United Kingdom’s poor investment performance over the past 30 years, any government would need time and luck to turn things around. For so many critics and commentators to trash the current government’s growth agenda before it has even been launched is counterproductive, if not dangerous.
sees promise in the current government’s economic-policy plan despite its imperfections.
JERUSALÉN - La respuesta militar de Israel a la brutalidad del ataque de Hamás del 7 de octubre, que se ha cobrado la vida de casi 3000 personas en Gaza y desplazado a cientos de miles, trae a todos los palestinos recuerdos de la peor de las pesadillas.
En 1948, unos 750 000 palestinos (entre ellos mi padre, mi tío y mi abuela) tuvieron que abandonar sus hogares a toda prisa, para escapar de la violencia que siguió a la declaración del Estado de Israel y a la que cometieron organizaciones judías clandestinas contra numerosos pueblos y ciudades palestinos.
Mi tío, que permaneció en el barrio jerosolimitano de Musrara hasta abril de aquel año, les dijo a mi padre y a mi abuela que la casa estaría segura hasta que pudieran regresar, una vez terminados los combates. Al partir cerró la puerta de calle con llave, pensando que regresarían pronto. Jamás volvieron.
El trauma de aquella primera guerra árabe‑israelí fue tan profundo que los palestinos la llaman Nakba («catástrofe») y la conmemoran cada año el 15 de mayo. A principios de este mes, cuando Danny Áyalon, ex embajador de Israel ante las Naciones Unidas, le dijo a Marc Lamont Hill, de Al Jazeera, que la península egipcia del Sinaí tiene «infinito espacio» para los civiles de Gaza, y que «todos deberían ser trasladados allí», muchos palestinos lo interpretaron como un llamamiento a una segunda Nakba. Por eso la orden israelí de evacuar a 1,1 millones de personas del norte de Gaza ha avivado el temor a que se repita lo de 1948.
La Franja de Gaza ha sido durante mucho tiempo una espina clavada en el costado de Israel. En 1992, el entonces primer ministro israelí Isaac Rabin dijo: «Ojalá un día me despertara y viera a Gaza hundida en el mar». Un año después, Rabin y el difunto presidente de la OLP, Yaser Arafat, se estrecharon la mano en el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca tras firmar los Acuerdos de Oslo. Trágicamente, el asesinato de Rabin a manos de un ultraderechista judío en 1995 privó a Israel y a la comunidad internacional de un líder israelí consciente de que la solución de los dos estados era la mejor esperanza de tener seguridad para Israel y una patria para los palestinos.
La advertencia israelí a los civiles palestinos de evacuar el norte de Gaza generó una fuerte oposición de la dirigencia internacional; por su parte, el presidente estadounidense Joe Biden señaló que una ocupación total de Gaza por parte de Israel «sería un gran error». Pero Israel insiste en que los civiles deben trasladarse al sur para protegerse cuando Israel lance una inevitable invasión terrestre a gran escala, en respuesta al asesinato masivo de ciudadanos israelíes por Hamás, que controla Gaza desde 2006.
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Sin embargo, el desplazamiento de los residentes palestinos del norte de Gaza sería una violación flagrante del derecho internacional. Además, todavía no está claro qué planes tiene Israel para la zona cuando termine la guerra. ¿Pretende crear una zona de separación en el interior de Gaza, o tal vez volver a llevar colonos al área? Si el objetivo principal es proteger a las comunidades israelíes, entonces Israel puede y debe crear esa zona de separación dentro de su propio territorio, en vez de invadir la minúscula y superpoblada franja de tierra en la que hoy habitan más de dos millones de palestinos.
Las atrocidades cometidas por Hamás y otros el 7 de octubre, que se cobraron la vida de más de 1300 civiles israelíes, son un enorme perjuicio para la causa palestina y merecen la condena inequívoca de todo aquel que apoye la creación de una Palestina independiente. Aunque el derecho internacional reconoce a los palestinos, como a cualquier pueblo bajo ocupación, el derecho a oponer resistencia a sus ocupantes, los actos violentos y brutales de Hamás contra civiles israelíes han sido crímenes de guerra innegables, lo mismo que algunas de las respuestas.
Pero, en forma deliberada o no, la retórica de algunos funcionarios israelíes que piden reocupar o despoblar Gaza ha reavivado en los palestinos dolorosos recuerdos de la Nakba. Los refugiados palestinos, sobre todo los del norte de Gaza, no desean vivir en la península del Sinaí; todavía anhelan regresar a sus hogares ancestrales, dentro de las fronteras actuales de Israel. Lo mínimo que desean es vivir en Gaza con dignidad, sin ocupación, sin bloqueos y sin restricciones de movimiento.
El apretón de manos que se dieron en 1993 Rabin y Arafat alentó esperanzas de que la paz entre Israel y Palestina fuera posible. Pero treinta años después, la solución de dos estados se ha vuelto casi imposible, ya que Cisjordania está fragmentada por incontables asentamientos israelíes ilegales que dejan al futuro estado palestino con el aspecto de un queso gruyère.
Aunque Israel se retiró de Gaza en 2005, esta medida unilateral fue, en esencia, un reposicionamiento estratégico de tropas. En vez de una ocupación directa, Israel impone a Gaza desde 2007 un bloqueo por tierra, aire y mar. Dieciséis años después de este asedio devastador, algunos israelíes piden la reocupación total o parcial de la Franja de Gaza. Pero lo único que conseguiría esa medida es perpetuar el círculo vicioso de violencia y desplazamiento forzado de personas.
Hoy más que nunca, necesitamos líderes valientes dispuestos a reconocer los derechos humanos fundamentales de los palestinos. Para lograr una paz sostenible, Israel debe poner fin a la ocupación y colonización de Cisjordania, levantar el bloqueo de Gaza y entablar negociaciones significativas con la Autoridad Palestina en Ramala. Como bien comprendió Rabin, la única solución real es la creación de un estado palestino independiente al lado de un Israel seguro y protegido.