La Otra Europa Central

Hay un espectro rondando a Europa Central ahora que sus países se preparan para la membresía en la Unión Europea (UE). Ese prometedor evento ha sido puesto en peligro por un ferviente nacionalismo electoral que busca ganar votos prometiendo reabrir viejas heridas y ajustar viejas cuentas.

El caso más claro viene de Hungría, en donde el Primer Ministro, Viktor Orban, demandó la abrogación de los decretos del presidente Edvard Benes de 1945 (que confiscó las posesiones y retiró la ciudadanía de la población alemana y hungara deportada de Checoslovaquia en aquel tiempo) como parte de una campaña de reelección que falló por muy poco. Pero Orban no es el único en considerar que tener una ventaja electoral significa despertar la memoria de viejos fantasmas.

Orban argumentó que revocar los "decretos de Benes" debe ser una condición para permitir que la República Checa (así como Eslovaquia) se una a la UE. La mala voluntad que el gambito de Orban inspiró detuvo mucha de la cooperación regional lograda en la última década. En su lugar está emergiendo una desagradable nueva forma de populismo en la planicie que se extiende entre Baviera y el Danubio.

La reacción en cadena que ocasiona reavivar los nacionalismos está alterando el paisaje político de forma peligrosa. Desde las elecciones que llevaron a la coalición de Wolfgang Schüssel y Jorg Haider al poder en Viena, las relaciones de Austria con la vecina República Checa se han deteriorado en base a dos asuntos: la demanda de que los checos cierren la planta nuclear de Temelin en la frontera con Austria, y que se revoquen los decretos de Benes por los cuales los alemanes de Sudeten fueron deportados de la República Checa y se establecieron masivamente en Baviera, pero también en Austria.

Cuando el asunto de la planta nuclear se resolvió, la presión populista se vio forzada a seguir un solo camino, la demanda de abrogar los decretos de Benes. El Primer Ministro checo, Milos Zeman, pronto demostró que él, también, tenía una carta nacionalista demagógica bajo la manga. Describió a los alemanes de Sudeten como la "Quinta Columna" de Hitler y sugirió que Israel podía resolver su problema con los palestinos recurriendo al método checo de 1945: la deportación.

Edmund Stoiber, líder de Baviera, candidato para canciller de Alemania por la coalición conservadora CDU/CSU frente al actual canciller Schroeder, y un duro partidario de los alemanes de Sudeten, demandó que Schroeder cancelara una visita programada a Praga en respuesta al arranque de furia de Zeman. Para evitar una pelea electoral con su rival, Schroeder estuvo de acuerdo.

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Que Orban haya apoyado las demandas de Stoiber resultó ser algo así como un regalo de dios para el nacionalista eslovaco Vladimir Meciar y para su intento de convertirse en Primer Ministro una vez más, pues le permitió argumentar que sus oponentes domésticos se estaban preparando para rendirse ante la presión de la UE y forzar a Eslovaquia a compensar a los húngaros expulsados por Benes en 1945.

Así vociferó Meciar, denunciando la "amenaza húngara", deshaciendo de un golpe los cuatro años de trabajo duro que necesitó el gobierno actual de Eslovaquia para integrar a representantes de la minoría étnica húngara en el gobierno eslovaco.

Las cuestiones relacionadas con el orden jurídico de Europa van más allá de la antigua Checoslovaquia. Erika Steinbach, presidente de la Asociación de Deportados (del este) y miembro del CDU de Stoiber, argumenta que el tema de la deportación de la población alemana involucra a los polacos, los checos, los eslovacos y los eslovenos, incluyendo así a la mayor parte de Europa central y del este. En la década de 1930, el objeto de odio favorito de algunos de los países de Europa central era el "orden de Versalles". Hoy en día parece que las declaraciones de Potsdam de 1945, las cuales sancionaron el desalojo de la población alemana, son el nuevo enemigo.

Lo preocupante ahora es que tal demagogia puede incitar un ciclo de victorias populistas. Esa preocupación se vió mellada pues el partido Fidesz de Viktor Orban perdió en las elecciones parlamentarias más recientes, pero otros políticos felices de hacer demagogia con los resentimientos nacionales -Vaclav Klaus en Praga, Edmund Stoiber en Alemania, Vladimir Meciar en Eslovaquia- todavía consideran al nacionalismo como una ventaja electoral a pesar de la derrota de Orban. Ligada a los escépticos de la UE, como Berlusconi de Italia y la coalición Schüssel-Haider de Austria, la mismísima naturaleza de la política europea podría tornarse decididamente terrible.

Desde sus inicios la UE ha buscado ir más allá de las penas pasadas y, a través de la cooperación, construir un mejor futuro. Hoy día, algunos políticos quieren sacar provecho del deseo que tiene Europa del Este de ser parte de la UE para reabrir asuntos históricos con el propósito de adquirir ventajas políticas para sí mismos.

Se pueden prever dos consecuencias nefastas: primero, que no hay una mejor forma de poner a ciertas secciones de la opinión pública de los países candidatos en contra de la UE que permitiendo que los populistas locales describan a la UE como agente de expansión del poder alemán. Una UE ampliada debería ser un medio de balance para la asimétrica relación entre los países pequeños de Europa del Este y Alemania. Existe la posibilidad de que sea percibida como un indicador de esa asimetría.

La segunda fuente de preocupación es que, conforme la OTAN y la UE se expanden, estos horribles debates infectarán las relaciones internas de tales organismos internacionales. El temor a eso podría ser una de las razones por las que el presidente Bush se rehusó recientemente a reunirse con el Primer Ministro Orban y a menudo se sugiere que si antes de que Hungría se uniera a la OTAN Orban hubiese hablado como ahora lo hace, la aplicación de su país habría sido rechazada.

¿Qué puede poner un alto a todo esto? Después de 1945, Europa Occidental realizó dolorosos debates acerca de la historia que ayudaron a lograr la reconciliación entre Francia y Alemania. Las nociones de una "culpa colectiva" fueron ignoradas pues se consideró que no tenían cabida en una Europa unida y en proceso de unificación. Así lo argumentó valientemente el presidente Vaclav Havel durante su primer viaje a Alemania en enero de 1990, pero sus comentarios fueron erróneamente considerados como mera debilidad. Conforme florece la expansión de la UE, la misión de Europa no debe ser contaminada por los partidarios de esa vieja y "otra" Europa Central, políticos que prefieren revolcarse en el pasado en lugar de pensar responsablemente en construir una Europa pacífica y próspera.

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