POTSDAM – El filósofo Daniel Dennett alguna vez comparó la ciencia con la construcción de una pirámide gigante. Su base representa la masa del conocimiento bien establecido -el que ya no es polémico y el que rara vez se discute fuera del ámbito académico-. La investigación más reciente se va apilando hacia la cima de la pirámide, donde se lleva a cabo la mayor parte del debate público. Es una metáfora adecuada para la investigación sobre el cambio climático, que vale la pena tener en cuenta con la publicación del último informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC por su sigla en inglés).
El quinto informe del IPCC, producto de varios años de trabajo de cientos de científicos expertos en clima de todo el mundo, analiza nuestro conocimiento establecido del cambio climático y explica hallazgos más recientes. Los medios, comprensiblemente, tienden a centrarse en esto último -como las predicciones de una crecida mucho más alta del nivel del mar comparado con el informe previo del IPCC de 2007-. Pero olvidémonos del ciclo de las noticias y démosle una mirada a la base de conocimiento sólido de nuestra pirámide.
La investigación sobre el clima se remonta a por lo menos dos siglos, al descubrimiento de Joseph Fourier de los efectos de los gases de tipo invernadero en los climas planetarios; en 1859, John Tyndall demostró en su laboratorio qué gases causan este efecto. Mediciones detalladas de radiación, en el terreno y desde satélites, han demostrado desde entonces la existencia del efecto invernadero.
También sabemos sin margen de duda que las emisiones generadas por las actividades humanas han incrementado sustancialmente la cantidad de gases de tipo invernadero (especialmente dióxido de carbono) en nuestra atmósfera. Cuando se publicó el primer informe del IPCC en 1990, la concentración de CO2 en la atmósfera había alcanzado 354 partes por millón (por encima de la referencia preindustrial de 280 ppm). Este año, la concentración de CO2 atmosférico atravesó por primera vez la línea de 400 ppm. Los niveles de CO2 ya son mucho más elevados de lo que han sido en un millón de años, como demuestran las burbujas de aire antiquísimas atrapadas en el hielo antártico.
Sabemos que la cantidad de gases de tipo invernadero está aumentando como consecuencia de nuestras emisiones, y también sabemos que esto genera calentamiento. ¿Pero cuánto? El número más revelador aquí es la "sensibilidad climática" -es decir, el grado de calentamiento global causado por el doble de CO2 en la atmósfera-. Los informes del IPCC han arrojado consistentemente un rango de 1,5-4,5°C (con una excepción menor en el cuarto informe, que arrojó un rango de 2,0-4,5°C). Los cambios climáticos naturales del pasado -por ejemplo, las grandes eras de hielo- dan muestra de la sensibilidad del clima de nuestro planeta a las alteraciones, y el análisis de estos cambios es un método que utilizan los científicos para calcular esta sensibilidad.
Una característica extraordinaria, no tan valorada, de los informes del IPCC es que, si bien participaron en ellos muchos científicos diferentes en los últimos 23 años, las conclusiones fundamentales no han cambiado. Esto refleja un consenso abrumador entre los científicos de todo el mundo. Las encuestas de los investigadores climáticos, así como los análisis de miles de publicaciones científicas, demuestran consistentemente un consenso del 97-98% de que las emisiones causadas por el hombre están generando calentamiento global.
At a time of escalating global turmoil, there is an urgent need for incisive, informed analysis of the issues and questions driving the news – just what PS has always provided.
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Sin embargo, estas conclusiones tienen que ser reafirmadas una y otra vez frente a los esfuerzos de grupos de intereses especiales que cuentan con fondos copiosos y cuya misión es sembrar la duda entre la población. De hecho, estos esfuerzos han sido tan exitosos que poca gente es consciente del consenso científico que existe en torno de los elementos fundamentales del cambio climático. Muchos creen que hay controversia donde simplemente no la hay.
El pasado puede servir de guía para las consecuencias del calentamiento que estamos causando. Los científicos que estudian el paleoclima -los climas del pasado remoto- han documentado el inmenso impacto de los cambios climáticos en otros tiempos. Al final de la última Era de Hielo, por ejemplo, la temperatura global subió aproximadamente 5°C en un período de 5.000 años. Esto bastó para transformar la vegetación que cubría la Tierra, derretir dos tercios de las masas de hielo continental y elevar los niveles del mar en más de cien metros. De manera lenta pero sostenida, los niveles del mar están volviendo a subir poco a poco. Una conclusión clave del nuevo informe del IPCC es que la crecida del nivel del mar se ha acelerado.
Pero, antes de que millones de personas queden sumergidas, muchas serán azotadas por episodios climáticos extremos. Los meses cálidos con temperaturas récord hoy ocurren con una frecuencia cinco veces mayor que en un clima estable que no cambia. Estas olas de calor causan sequías, incendios salvajes, malas cosechas e, inevitablemente, pérdida de vida.
El último informe del IPCC describe nuestro dilema actual con una claridad perturbadora: las temperaturas globales están subiendo, los glaciares montañosos y las capas de hielo polar están derritiéndose, los niveles del mar están aumentando y los episodios climáticos extremos se están volviendo más frecuentes y más severos.
Los detalles cerca de la cima de la pirámide del conocimiento pueden y deben debatirse intensamente. Pero nuestro conocimiento sólido de los elementos fundamentales del calentamiento global -la base de nuestro conocimiento de la ciencia climática- debería ofrecer razón suficiente para exigir la implementación de tecnologías de energía libres de carbono. Con una reducción rápida de las emisiones, todavía se puede mantener el calentamiento dentro de límites seguros (estimados en menos 2°C). Pero la tarea se está tornando cada vez más difícil. Si no actuamos con premura y a nivel global, les dejaremos a nuestros hijos y nietos el legado de tener que esforzarse por adaptarse a mares que crecen rápidamente y a un clima devastador.
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With German voters clearly demanding comprehensive change, the far right has been capitalizing on the public's discontent and benefiting from broader global political trends. If the country's democratic parties cannot deliver, they may soon find that they are no longer the mainstream.
explains why the outcome may decide whether the political “firewall” against the far right can hold.
The Russian and (now) American vision of "peace" in Ukraine would be no peace at all. The immediate task for Europe is not only to navigate Donald’s Trump unilateral pursuit of a settlement, but also to ensure that any deal does not increase the likelihood of an even wider war.
sees a Korea-style armistice with security guarantees as the only viable option in Ukraine.
Rather than engage in lengthy discussions to pry concessions from Russia, US President Donald Trump seems committed to giving the Kremlin whatever it wants to end the Ukraine war. But rewarding the aggressor and punishing the victim would amount to setting the stage for the next war.
warns that by punishing the victim, the US is setting up Europe for another war.
Within his first month back in the White House, Donald Trump has upended US foreign policy and launched an all-out assault on the country’s constitutional order. With US institutions bowing or buckling as the administration takes executive power to unprecedented extremes, the establishment of an authoritarian regime cannot be ruled out.
The rapid advance of AI might create the illusion that we have created a form of algorithmic intelligence capable of understanding us as deeply as we understand one another. But these systems will always lack the essential qualities of human intelligence.
explains why even cutting-edge innovations are not immune to the world’s inherent unpredictability.
POTSDAM – El filósofo Daniel Dennett alguna vez comparó la ciencia con la construcción de una pirámide gigante. Su base representa la masa del conocimiento bien establecido -el que ya no es polémico y el que rara vez se discute fuera del ámbito académico-. La investigación más reciente se va apilando hacia la cima de la pirámide, donde se lleva a cabo la mayor parte del debate público. Es una metáfora adecuada para la investigación sobre el cambio climático, que vale la pena tener en cuenta con la publicación del último informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC por su sigla en inglés).
El quinto informe del IPCC, producto de varios años de trabajo de cientos de científicos expertos en clima de todo el mundo, analiza nuestro conocimiento establecido del cambio climático y explica hallazgos más recientes. Los medios, comprensiblemente, tienden a centrarse en esto último -como las predicciones de una crecida mucho más alta del nivel del mar comparado con el informe previo del IPCC de 2007-. Pero olvidémonos del ciclo de las noticias y démosle una mirada a la base de conocimiento sólido de nuestra pirámide.
La investigación sobre el clima se remonta a por lo menos dos siglos, al descubrimiento de Joseph Fourier de los efectos de los gases de tipo invernadero en los climas planetarios; en 1859, John Tyndall demostró en su laboratorio qué gases causan este efecto. Mediciones detalladas de radiación, en el terreno y desde satélites, han demostrado desde entonces la existencia del efecto invernadero.
También sabemos sin margen de duda que las emisiones generadas por las actividades humanas han incrementado sustancialmente la cantidad de gases de tipo invernadero (especialmente dióxido de carbono) en nuestra atmósfera. Cuando se publicó el primer informe del IPCC en 1990, la concentración de CO2 en la atmósfera había alcanzado 354 partes por millón (por encima de la referencia preindustrial de 280 ppm). Este año, la concentración de CO2 atmosférico atravesó por primera vez la línea de 400 ppm. Los niveles de CO2 ya son mucho más elevados de lo que han sido en un millón de años, como demuestran las burbujas de aire antiquísimas atrapadas en el hielo antártico.
Sabemos que la cantidad de gases de tipo invernadero está aumentando como consecuencia de nuestras emisiones, y también sabemos que esto genera calentamiento. ¿Pero cuánto? El número más revelador aquí es la "sensibilidad climática" -es decir, el grado de calentamiento global causado por el doble de CO2 en la atmósfera-. Los informes del IPCC han arrojado consistentemente un rango de 1,5-4,5°C (con una excepción menor en el cuarto informe, que arrojó un rango de 2,0-4,5°C). Los cambios climáticos naturales del pasado -por ejemplo, las grandes eras de hielo- dan muestra de la sensibilidad del clima de nuestro planeta a las alteraciones, y el análisis de estos cambios es un método que utilizan los científicos para calcular esta sensibilidad.
Una característica extraordinaria, no tan valorada, de los informes del IPCC es que, si bien participaron en ellos muchos científicos diferentes en los últimos 23 años, las conclusiones fundamentales no han cambiado. Esto refleja un consenso abrumador entre los científicos de todo el mundo. Las encuestas de los investigadores climáticos, así como los análisis de miles de publicaciones científicas, demuestran consistentemente un consenso del 97-98% de que las emisiones causadas por el hombre están generando calentamiento global.
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El pasado puede servir de guía para las consecuencias del calentamiento que estamos causando. Los científicos que estudian el paleoclima -los climas del pasado remoto- han documentado el inmenso impacto de los cambios climáticos en otros tiempos. Al final de la última Era de Hielo, por ejemplo, la temperatura global subió aproximadamente 5°C en un período de 5.000 años. Esto bastó para transformar la vegetación que cubría la Tierra, derretir dos tercios de las masas de hielo continental y elevar los niveles del mar en más de cien metros. De manera lenta pero sostenida, los niveles del mar están volviendo a subir poco a poco. Una conclusión clave del nuevo informe del IPCC es que la crecida del nivel del mar se ha acelerado.
Pero, antes de que millones de personas queden sumergidas, muchas serán azotadas por episodios climáticos extremos. Los meses cálidos con temperaturas récord hoy ocurren con una frecuencia cinco veces mayor que en un clima estable que no cambia. Estas olas de calor causan sequías, incendios salvajes, malas cosechas e, inevitablemente, pérdida de vida.
El último informe del IPCC describe nuestro dilema actual con una claridad perturbadora: las temperaturas globales están subiendo, los glaciares montañosos y las capas de hielo polar están derritiéndose, los niveles del mar están aumentando y los episodios climáticos extremos se están volviendo más frecuentes y más severos.
Los detalles cerca de la cima de la pirámide del conocimiento pueden y deben debatirse intensamente. Pero nuestro conocimiento sólido de los elementos fundamentales del calentamiento global -la base de nuestro conocimiento de la ciencia climática- debería ofrecer razón suficiente para exigir la implementación de tecnologías de energía libres de carbono. Con una reducción rápida de las emisiones, todavía se puede mantener el calentamiento dentro de límites seguros (estimados en menos 2°C). Pero la tarea se está tornando cada vez más difícil. Si no actuamos con premura y a nivel global, les dejaremos a nuestros hijos y nietos el legado de tener que esforzarse por adaptarse a mares que crecen rápidamente y a un clima devastador.