Tratantes en odio

NUEVA YORK – La matanza perpetrada en julio de 2011 en Noruega y el reciente ataque a un templo sij en Oak Creek (Wisconsin) fueron obra de extremistas de extrema derecha que pretendían rehacer el mundo a su imagen neonazi. De forma semejante, los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 fueron obra de terroristas islámicos que consideran una amenaza las demás regiones y culturas, pero sería simplista creer que nuestros dirigentes no echan combustible al fuego del odio, aunque su patrioterismo adopte una forma “civilizada”.

Pregúntese simplemente a los japoneses, que fueron denunciados continuamente en el decenio de 1980 como comerciantes perversos, o piénsese en cómo la incesante cantinela actual sobre la externalización ha demonizado a la India.

No es algo nuevo. La pesada carga de las atrocidades cometidas por el Japón durante la segunda guerra mundial borró en realidad de la memoria popular de los Estados Unidos la Ley de Inmigración de 1924 y otros instrumentos legislativos federales encaminados a excluir a los japoneses y a los chinos de los Estados Unidos, además de la legislación estatal racista, como, por ejemplo, la Ley de posesión de tierras por extranjeros, de 1913 y de California. Con el estallido de la guerra, los americanos de origen japonés fueron expropiados y recluidos en campos de concentración. El Fiscal General de California, Earl Warren, abanderó aquellas medidas, el mismo Earl Warren que, un decenio después, como Presidente del Tribunal Supremo, supervisaría el rechazo de la doctrina de “separados pero iguales” en plena segregación por los Estados Unidos de sus ciudadanos negros.

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