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La amenaza de Trump a la democracia hoy es mayor

BOSTON – La renovada fórmula presidencial demócrata ha reenergizado al partido y eliminado la creciente ventaja en las encuestas que el expresidente estadounidense Donald Trump tenía sobre su sucesor, Joe Biden. Hay mucho que admirar en los antecedentes de Kamala Harris y Tim Walz, en sus carreras y en sus últimos discursos de campaña, que se centraron en combatir la pobreza, mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, quitarles la bandera del patriotismo a los republicanos y fortalecer la democracia. Pero incluso dejando a un lado estas virtudes, hay buenos motivos para apoyar la fórmula demócrata. Al fin y al cabo, la alternativa es Trump, quien plantea una amenaza tan seria a las instituciones estadounidenses que cualquier candidato medianamente aceptable que se presentara contra él merecería un fuerte apoyo.

La amenaza de Trump a la democracia estadounidense tiene que ver en parte con el hecho de que las instituciones del país no fueron pensadas para hacer frente a un populista autócrata dispuesto a violar normas e incluso leyes. Como señalé en 2017, las únicas fuerzas que en definitiva pueden detener a una figura de esta naturaleza en Estados Unidos son los votantes y la sociedad civil. Aunque la democracia estadounidense superó la prueba de su presidencia en 2017-21, Trump aprovechó cada debilidad institucional que encontró, profundizó las divisiones de una sociedad ya polarizada y trató de anular el resultado de una elección libre y justa que había perdido.

Con la elección de 2020, los demócratas consiguieron recuperar la Casa Blanca, a pesar del intento de golpe trumpista del 6 de enero de 2021, porque tuvieron una ventaja importante: la incompetencia de Trump. Viejas tradiciones políticas quedaron muy dañadas, pero la democracia sobrevivió.

La incompetencia de Trump como presidente se manifestó en dos dimensiones. En primer lugar, su incapacidad para mostrar alguna coherencia. Su única agenda real fue concentrar el poder en sus manos y elevar y enriquecer a familiares y amigos; pero le faltó disciplina y focalización para concretarla. La aterradora conclusión, por supuesto, es que alguien más disciplinado hubiera podido hacer mucho más daño. En segundo lugar, Trump no consiguió la lealtad personal incondicional de muchos de sus subalternos; en última instancia esto llevó a que sus designios y decisiones más alocados terminaran en su mayoría expuestos u obstaculizados desde el mismo gobierno.

Por desgracia, hoy Trump plantea una amenaza mucho mayor a la democracia estadounidense, y esto por cinco grandes razones. En primer lugar, su furia ha crecido, de modo que estará más decidido a concentrar el poder en sus manos y usarlo contra sus enemigos (reales e imaginarios). Si vuelve a la Casa Blanca, además de más violento, puede que se muestre más coherente en la promoción de su agenda personal.

En segundo lugar, Trump y sus compañeros de ruta ideológicos tendrán mucho mejor estudiadas y controladas las designaciones de funcionarios de nivel alto y medio, algo que ya se manifiesta en su agenda de gobierno implícita: el Proyecto 2025 de la Fundación Heritage. Aunque Trump asegura que no tiene nada que ver con este amplio programa de políticas, se ha convertido en una herramienta valiosa para identificar a posibles miembros de su administración. El apoyo a la sombría visión de la Fundación Heritage actuará como filtro para impedir que informantes o defensores de la democracia cumplan una vez más la función del «adulto en la habitación».

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En tercer lugar, el Partido Republicano se ha convertido en un culto a la persona de Trump, de modo que los funcionarios republicanos de nivel local en todo el país estarán dispuestos a hacer cualquier cosa que ordene. Algunos pueden llegar al extremo de intentar arreglar elecciones y tomar el control de las fuerzas del orden y servicios públicos de nivel local. Si Trump vuelve a exigir que funcionarios electorales locales «encuentren» más votos a su favor, puede que se salga con la suya.

En cuarto lugar, por una variedad de errores de las élites intelectuales y de la dirigencia del Partido Demócrata (como la defensa de posturas «woke» extremas del tipo de abrir las fronteras, desfinanciar la policía, etc.), muchos votantes volcados a la derecha, moderados o sin educación universitaria han llegado a la conclusión de que los demócratas son extremistas de izquierda. Quienes piensan que los demócratas no son suficientemente patriotas serán mucho menos propensos a romper con Trump, a pesar de los pasos que están dando Harris y Walz para atraerlos.

En quinto lugar, por todas estas mismas razones, una acción eficaz de la sociedad civil contra Trump se ha vuelto más difícil. Tras los muchos años que se pasó la izquierda aplicando tests de pureza ideológica propios y vilipendiando a quien no los aprobara, habrá menos votantes independientes y republicanos moderados dispuestos a unirse a una gran coalición multisectorial contra Trump. Podría ocurrir que los demócratas progresistas terminen siendo la única oposición a las conductas inconstitucionales o antidemocráticas de Trump, y no será suficiente.

Por todas estas razones, hay que tomarse en serio la amenaza de Trump a las instituciones. Una vez más, el único modo de defender la democracia estadounidense es usar las herramientas de la democracia para derrotarlo. La democracia prospera cuando entrega resultados reales y ayuda a la gente a cumplir sus aspiraciones. En la práctica, esto implica promover la prosperidad económica, la seguridad, la justicia, una gobernanza competente y la estabilidad. Lo último es particularmente importante para superar desafíos y perturbaciones periódicos, incluidas las amenazas contra la democracia misma.

Trump no es el primer demagogo antidemocrático que se hace de una gran base de seguidores, y no será el último. Las instituciones estadounidenses salieron fortalecidas de superar el desafío protofascista del padre Charles Coughlin a fines de los años treinta, la resistencia a los derechos civiles de los negros en los estados sureños en los cincuenta y sesenta, la candidatura presidencial segregacionista de George Wallace en 1968 y el Watergate. Si Trump pierde la elección de noviembre, las instituciones estadounidenses volverán a fortalecerse.

Pero para que la democracia supere estos desafíos, los votantes necesitan opciones atractivas: poder votar por políticos que se hayan mostrado capaces de resolver problemas, ser fuente de inspiración y defender las instituciones libres. La fórmula Harris‑Walz parece apropiada. Ahora empieza la ardua tarea de movilizar a la gente y restaurar el apoyo a la democracia. Pero una tarea incluso más ardua será cumplir las promesas de la democracia, combatiendo la pobreza y la desigualdad, reduciendo la polarización y el extremismo de ambos lados y mostrando un gobierno al servicio de la gente común.

Traducción: Esteban Flamini

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