SINGAPUR/HONG KONG – Las Naciones Unidas esperan que el 68% de la población mundial viva en zonas urbanas en 2050. En tanto los gobiernos se esfuerzan por gestionar esta ola de migración urbana, deben abordar no sólo las necesidades básicas como vivienda y empleo sino también cuestiones que tienen impacto en la habitabilidad y en la salud pública –incluida la contaminación ambiental.
En ningún otro lugar este desafío es más urgente que en Asia. En los últimos meses, ciudades como Bangkok, Seúl, Katmandú y Dhaka han enfrentado episodios importantes de contaminación. Pero aún en sus niveles actuales, el 99% de las ciudades en el sur de Asia y el 89% en el este de Asia superan las directrices de exposición de la Organización Mundial de la Salud. En 2018, en Asia estaban las 30 ciudades más contaminadas del mundo: 22 en India, cinco en China, dos en Pakistán y una en Bangladesh.
Según la OMS, el aire contaminado es responsable de siete millones de muertes prematuras por año, de las cuales aproximadamente un tercio se producen en Asia-Pacifico. En China solamente, la contaminación ambiental provoca más de un millón de muertes prematuras cada año, según un estudio de 2018 realizado en la Universidad China de Hong Kong.
En zonas menos desarrolladas de la región, la enorme contaminación en el interior de las viviendas causada por sistemas de calefacción y cocción antiguos plantea una amenaza particularmente seria. Datos de la OMS indican que el mayor número de muertes per capita como consecuencia de la contaminación en el interior de las viviendas en la región de Asia-Pacífico está en Laos, Filipinas, China y Camboya.
Sin embargo, la contaminación ambiental es sólo un subproducto de la industrialización. La contaminación, absorbida por el suelo y las aguas subterráneas, e inyectada finalmente a través de los grifos de los hogares, penetra en la cadena alimenticia. Los crecientes niveles de desechos industriales y vertidos agrícolas, junto con una explotación excesiva de acuíferos ya empobrecidos, son especialmente alarmantes en regiones que sufren escasez de agua como el norte de China.
La urbanización no se puede detener, pero esto no exime a los gobiernos de la responsabilidad de ocuparse de la contaminación ambiental. Con recursos considerables y una capacidad para la coordinación de políticas a nivel nacional, China debería liderar el camino en el desarrollo de una estrategia sustentable de urbanización que pueda servir como ejemplo regional y hasta global.
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China ya ha demostrado iniciativa en lo que concierne a la reducción de la contaminación, algo que el presidente Xi Jinping ha declarado como una de sus prioridades distintivas en materia de políticas. Las autoridades regulan la propiedad de automóviles y se han ganado elogios globales por la electrificación de los sistemas de autobuses urbanos. Después de una campaña de varios años destinada a reducir las emisiones de la industria del carbón, China recientemente impuso objetivos de emisiones más estrictos a la industria del acero. En mayo de 2019, el gobierno desplegó casi 1.000 inspectores en 25 ciudades, a fin de detectar violaciones en cuestiones como la calidad del agua y la gestión de los residuos.
Sin embargo, a pesar de un progreso evidente, todavía persisten desafíos importantes. El año pasado, 22 de 39 ciudades del norte de China propensas al esmog no cumplieron con los objetivos de disminución de la contaminación impuestos por su gobierno para el invierno. Las mediciones de PM2.5 (material particulado) en esas ciudades aumentó el 13% en promedio, en un período de cinco meses a partir de fines de 2018. Abordar el problema de contaminación persistente de China exigirá una mayor acción en tres frentes: política, innovación y conciencia.
Desde la perspectiva de las políticas, China tiene una ventaja significativa: su gobierno central puede rápidamente sancionar e implementar políticas y regulaciones. Se informa que el Ministerio de Ecología y Medio Ambiente (MEE por su sigla en inglés) está aprovechando esa ventaja para poner en marcha una serie de acciones como restringir las importaciones de vehículos altamente contaminantes, fomentar la restructuración de la cadena de suministros basada en modos de transporte de bajas emisiones e impulsar la capacidad de control de la contaminación a través de tecnología satelital.
Ahora bien, implementar esas políticas plantea retos y aumenta el riesgo de consecuencias no intencionadas. Por ejemplo, si bien reubicar instalaciones industriales altamente contaminantes ha ayudado a reducir la contaminación en los principales centros urbanos, en contrapartida ha hecho subir la contaminación en las nuevas ubicaciones. Más importante, la mayoría de las políticas respaldan sólo la disminución de la contaminación, sin enfrentar la necesidad urgente de una transformación estructural en los sistemas de energía y los patrones de demanda.
Esta transformación exige una acción decisiva de las empresas. Sin embargo, según el MEE, los esquemas para ocultar infracciones regulatorias por parte de firmas altamente contaminantes son endémicos en China y suelen ir de la mano de una connivencia con los gobiernos locales. Al sumar la protección ambiental a la lista de factores considerados para promover el liderazgo local y provincial –una iniciativa que vale la pena-, el gobierno de China puede haber fortalecido inadvertidamente el incentivo para evadir los sistemas de control.
Más allá de establecer las políticas correctas, el gobierno de China necesita implementarlas de manera más efectiva. Entre otras cosas, esto implica monitorear más de cerca el cumplimiento normativo y garantizar la sanción de las violaciones. Esto será costoso e implicará un desafío político, pero cualquier otra cosa implica priorizar las ganancias sobre la salud humana.
La innovación también puede impulsar la reducción de la contaminación. Por ejemplo, el proyecto de movilidad aérea urbana de Shenzhen (UAM por su sigla en inglés), que ofrece transporte en helicóptero a pedido, aprovecha las capacidades innovadoras bien conocidas de la ciudad a la vez que se ocupa de la congestión. Las iniciativas que favorezcan los objetivos de reducción de la contaminación ofreciendo a la vez un acceso justo a los servicios entre los residentes deberían estar subsidiadas por el gobierno central.
La conciencia es el tercer pilar de una estrategia para hacer frente a la contaminación ambiental. Esto no necesariamente significa inundar a la gente de noticias sobre la devastación ambiental global; por el contrario, esta estrategia puede llevar a la desensibilización. La conciencia, en cambio, implica garantizar que la gente entienda las consecuencias de la contaminación ambiental para su salud y la de sus familias. Con una nueva conciencia de los riesgos que enfrenta, la gente puede aprovechar los recursos en línea como el Índice Mundial de Calidad del Aire y el Estado del Aire Global para monitorear las condiciones en sus ciudades.
Según la OMS, un sorprendente 91% de la población mundial está expuesto a niveles peligrosos de contaminación ambiental. Ahora que las potencias globales tradicionales como Estados Unidos y Australia en gran medida se mofan de las preocupaciones ambientales, hace falta un liderazgo global alternativo. Si China apunta a desempeñar este papel, no sólo debe movilizar sus enormes recursos y su capacidad innovadora sino también fortalecer su compromiso para hacer valer el estado de derecho.
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SINGAPUR/HONG KONG – Las Naciones Unidas esperan que el 68% de la población mundial viva en zonas urbanas en 2050. En tanto los gobiernos se esfuerzan por gestionar esta ola de migración urbana, deben abordar no sólo las necesidades básicas como vivienda y empleo sino también cuestiones que tienen impacto en la habitabilidad y en la salud pública –incluida la contaminación ambiental.
En ningún otro lugar este desafío es más urgente que en Asia. En los últimos meses, ciudades como Bangkok, Seúl, Katmandú y Dhaka han enfrentado episodios importantes de contaminación. Pero aún en sus niveles actuales, el 99% de las ciudades en el sur de Asia y el 89% en el este de Asia superan las directrices de exposición de la Organización Mundial de la Salud. En 2018, en Asia estaban las 30 ciudades más contaminadas del mundo: 22 en India, cinco en China, dos en Pakistán y una en Bangladesh.
Según la OMS, el aire contaminado es responsable de siete millones de muertes prematuras por año, de las cuales aproximadamente un tercio se producen en Asia-Pacifico. En China solamente, la contaminación ambiental provoca más de un millón de muertes prematuras cada año, según un estudio de 2018 realizado en la Universidad China de Hong Kong.
En zonas menos desarrolladas de la región, la enorme contaminación en el interior de las viviendas causada por sistemas de calefacción y cocción antiguos plantea una amenaza particularmente seria. Datos de la OMS indican que el mayor número de muertes per capita como consecuencia de la contaminación en el interior de las viviendas en la región de Asia-Pacífico está en Laos, Filipinas, China y Camboya.
Sin embargo, la contaminación ambiental es sólo un subproducto de la industrialización. La contaminación, absorbida por el suelo y las aguas subterráneas, e inyectada finalmente a través de los grifos de los hogares, penetra en la cadena alimenticia. Los crecientes niveles de desechos industriales y vertidos agrícolas, junto con una explotación excesiva de acuíferos ya empobrecidos, son especialmente alarmantes en regiones que sufren escasez de agua como el norte de China.
La urbanización no se puede detener, pero esto no exime a los gobiernos de la responsabilidad de ocuparse de la contaminación ambiental. Con recursos considerables y una capacidad para la coordinación de políticas a nivel nacional, China debería liderar el camino en el desarrollo de una estrategia sustentable de urbanización que pueda servir como ejemplo regional y hasta global.
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China ya ha demostrado iniciativa en lo que concierne a la reducción de la contaminación, algo que el presidente Xi Jinping ha declarado como una de sus prioridades distintivas en materia de políticas. Las autoridades regulan la propiedad de automóviles y se han ganado elogios globales por la electrificación de los sistemas de autobuses urbanos. Después de una campaña de varios años destinada a reducir las emisiones de la industria del carbón, China recientemente impuso objetivos de emisiones más estrictos a la industria del acero. En mayo de 2019, el gobierno desplegó casi 1.000 inspectores en 25 ciudades, a fin de detectar violaciones en cuestiones como la calidad del agua y la gestión de los residuos.
Sin embargo, a pesar de un progreso evidente, todavía persisten desafíos importantes. El año pasado, 22 de 39 ciudades del norte de China propensas al esmog no cumplieron con los objetivos de disminución de la contaminación impuestos por su gobierno para el invierno. Las mediciones de PM2.5 (material particulado) en esas ciudades aumentó el 13% en promedio, en un período de cinco meses a partir de fines de 2018. Abordar el problema de contaminación persistente de China exigirá una mayor acción en tres frentes: política, innovación y conciencia.
Desde la perspectiva de las políticas, China tiene una ventaja significativa: su gobierno central puede rápidamente sancionar e implementar políticas y regulaciones. Se informa que el Ministerio de Ecología y Medio Ambiente (MEE por su sigla en inglés) está aprovechando esa ventaja para poner en marcha una serie de acciones como restringir las importaciones de vehículos altamente contaminantes, fomentar la restructuración de la cadena de suministros basada en modos de transporte de bajas emisiones e impulsar la capacidad de control de la contaminación a través de tecnología satelital.
Ahora bien, implementar esas políticas plantea retos y aumenta el riesgo de consecuencias no intencionadas. Por ejemplo, si bien reubicar instalaciones industriales altamente contaminantes ha ayudado a reducir la contaminación en los principales centros urbanos, en contrapartida ha hecho subir la contaminación en las nuevas ubicaciones. Más importante, la mayoría de las políticas respaldan sólo la disminución de la contaminación, sin enfrentar la necesidad urgente de una transformación estructural en los sistemas de energía y los patrones de demanda.
Esta transformación exige una acción decisiva de las empresas. Sin embargo, según el MEE, los esquemas para ocultar infracciones regulatorias por parte de firmas altamente contaminantes son endémicos en China y suelen ir de la mano de una connivencia con los gobiernos locales. Al sumar la protección ambiental a la lista de factores considerados para promover el liderazgo local y provincial –una iniciativa que vale la pena-, el gobierno de China puede haber fortalecido inadvertidamente el incentivo para evadir los sistemas de control.
Más allá de establecer las políticas correctas, el gobierno de China necesita implementarlas de manera más efectiva. Entre otras cosas, esto implica monitorear más de cerca el cumplimiento normativo y garantizar la sanción de las violaciones. Esto será costoso e implicará un desafío político, pero cualquier otra cosa implica priorizar las ganancias sobre la salud humana.
La innovación también puede impulsar la reducción de la contaminación. Por ejemplo, el proyecto de movilidad aérea urbana de Shenzhen (UAM por su sigla en inglés), que ofrece transporte en helicóptero a pedido, aprovecha las capacidades innovadoras bien conocidas de la ciudad a la vez que se ocupa de la congestión. Las iniciativas que favorezcan los objetivos de reducción de la contaminación ofreciendo a la vez un acceso justo a los servicios entre los residentes deberían estar subsidiadas por el gobierno central.
La conciencia es el tercer pilar de una estrategia para hacer frente a la contaminación ambiental. Esto no necesariamente significa inundar a la gente de noticias sobre la devastación ambiental global; por el contrario, esta estrategia puede llevar a la desensibilización. La conciencia, en cambio, implica garantizar que la gente entienda las consecuencias de la contaminación ambiental para su salud y la de sus familias. Con una nueva conciencia de los riesgos que enfrenta, la gente puede aprovechar los recursos en línea como el Índice Mundial de Calidad del Aire y el Estado del Aire Global para monitorear las condiciones en sus ciudades.
Según la OMS, un sorprendente 91% de la población mundial está expuesto a niveles peligrosos de contaminación ambiental. Ahora que las potencias globales tradicionales como Estados Unidos y Australia en gran medida se mofan de las preocupaciones ambientales, hace falta un liderazgo global alternativo. Si China apunta a desempeñar este papel, no sólo debe movilizar sus enormes recursos y su capacidad innovadora sino también fortalecer su compromiso para hacer valer el estado de derecho.