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Cómo pensar la política en torno a la IA

BRUSELAS – En Poznan, 325 kilómetros al este de Varsovia, un equipo de investigadores de tecnología, ingenieros y cuidadores infantiles están trabajando en una pequeña revolución. Su proyecto conjunto, “Insension”, usa reconocimiento facial alimentado por inteligencia artificial para ayudar a niños con discapacidades intelectuales y múltiples graves a interactuar con otros y con su entorno, y así conectarse más con el mundo. Es una prueba del poder de esta tecnología vertiginosa.

A miles de kilómetros de allí, en las calles de Beijing, el reconocimiento facial alimentado por IA es utilizado por los funcionarios del gobierno para rastrear los movimientos diarios de los ciudadanos y mantener a toda la población bajo una estrecha vigilancia. Es la misma tecnología, pero el resultado es fundamentalmente diferente. Estos dos ejemplos encapsulan el desafío más amplio de la IA: la tecnología subyacente, en sí misma, no es ni buena ni mala; todo depende de cómo se la utilice.

La naturaleza esencialmente dual de la IA sirvió de fundamento para diseñar la Ley de Inteligencia Artificial Europea, una regulación centrada en los usos de la IA y no en la tecnología en sí misma. Nuestra estrategia se resume en un principio simple: cuanto más riesgosa la IA, más contundentes las obligaciones para quienes la desarrollan.

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