pa2599c.jpg Paul Lachine

¿Está ganando el capitalismo de Estado?

CAMBRIDGE – En la antiquísima contienda de los modelos de crecimiento económico, el capitalismo de Estado parece estar ganando terreno en los últimos años. Encarnaciones del capitalismo liberal, como aquellos en Estados Unidos y el Reino Unido, continuaron su anémico desempeño en el año 2012, mientras que muchos países asiáticos, apoyándose en varias versiones de dirigismo, no sólo han crecido rápidamente y de manera constante durante las últimas décadas, sino que también han resistido las recientes tormentas económicas con una elegancia que es sorprendente. Por lo tanto, ¿llegó la hora de actualizar los libros de economía?

De hecho, la economía no dice que los mercados sin restricciones sean mejores que aquellos en los que existe una intervención del Estado o incluso un capitalismo de Estado. Los problemas con el capitalismo de Estado son fundamentalmente políticos, no económicos. Cualquier economía del mundo real está plagada de fallas del mercado, por lo que un gobierno benevolente y omnipotente podría intervenir de manera sensata con bastante frecuencia. Pero, ¿quién puede decir que alguna vez conoció a un gobierno benevolente u omnipotente?

Para entender la lógica del capitalismo de Estado, es útil recordar algunas de sus primeras versiones – no las economías planificadas socialistas ni las sociedades modernas que tratan de combatir las deficiencias del mercado, sino las civilizaciones antiguas. De hecho, parece que, de la misma forma que ocurrió con la agricultura o la democracia, el capitalismo de Estado fue inventado de manera independiente muchas veces durante el transcurso de la historia del mundo.

Considere la Edad de Bronce griega, durante la cual se formaron por toda la cuenca mediterránea muchos Estados poderosos que se organizaron en torno a una ciudad en la que moraba la élite política. Estos Estados no tenían dinero y, esencialmente, tampoco mercados. El Estado gravaba la producción agrícola y controlaba casi toda la producción de bienes. Monopolizaba el comercio, y, en ausencia de dinero, trasladaba todos los productos por decreto. Suministraba alimentos e insumos a los tejedores y luego recolectaba su producción. En esencia, en las sociedades de la Edad del Bronce griega existía algo que se parecía mucho al capitalismo de Estado.

Los incas actuaron de la misma forma cuando construyeron su enorme Imperio andino durante el siglo anterior a la llegada de los españoles. Ellos, también, no tenían dinero (ni tampoco escritura), pero el Estado llevaba a cabo censos decenales, operaba un sistema de corredores para enviar mensajes y recoger información, registraba dicha información mediante el uso de cuerdas anudadas llamados quipus, la mayoría de las cuales no se puede leer hoy en día, y construyó durante dicho periodo aproximadamente 25.000 millas (40.000 kilómetros) de carreteras. Todo esto era parte del control que ejercían sobre la tierra y el trabajo, que se basaba en la asignación centralizada de recursos y la coerción.

¿Cómo es que sociedades tan dispares como las de las ciudades de Cnosos, Micenas o Pilos en la Edad de Bronce griega, las del Imperio Inca, aquellas de la Rusia soviética, las de Corea del Sur, y ahora las de China terminaron todas con el capitalismo de Estado?

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La respuesta radica en reconocer que el capitalismo de Estado no es una asignación eficiente de los recursos económicos, sino que es una forma de maximizar el control político sobre la sociedad y la economía. Si los administradores del Estado pueden sostener bajo su mando todos los recursos productivos y controlar el acceso a ellos, maximizan el control – inclusive si con ello sacrifican la eficiencia económica.

Por cierto, en muchas partes del mundo, el capitalismo de Estado ha contribuido a consolidar a los Estados y a centralizar la autoridad – que son las condiciones previas para el desarrollo de las sociedades y economías modernas. Pero el control político de la economía en general se convierte en un problema, porque los que dirigen el Estado no tienen en mente ni el bienestar social, ni tampoco una asignación óptima de los recursos. El capitalismo de Estado de la Edad de Bronce griega o del Imperio Inca no fue motivado por una ineficiencia económica, ni tampoco necesariamente creó una economía más eficiente. Lo que hizo fue ayudar a consolidar el poder político.

A un nivel más profundo, la verdadera dicotomía no se encuentra entre el capitalismo de Estado y los mercados sin restricciones, sino que entre las instituciones económicas extractivas y las incluyentes. Las instituciones extractivas crean condiciones de competencia dispares, y también rentas y beneficios que se concentran de manera estrecha en aquellos con poder político y conexiones. Las instituciones inclusivas crean condiciones de competencia equitativas y otorgan incentivos y oportunidades a la gran mayoría de la población.

Pero aquí radica el problema para el capitalismo de Estado: las instituciones inclusivas requieren de un sector privado lo suficientemente potente como para contrarrestar y controlar al Estado. Por lo tanto, la propiedad estatal tiende naturalmente a eliminar uno de los pilares fundamentales de una sociedad inclusiva. No debe causar sorpresa que el capitalismo de Estado está casi siempre asociado con los regímenes autoritarios y las instituciones políticas extractivas.

Este no es un respaldo a los mercados sin restricciones. El Estado desempeña un papel central en la sociedad moderna, y eso está bien. El crecimiento económico moderno, aun en instituciones inclusivas, a menudo genera profundas desigualdades y condiciones de competencia que se inclinan para favorecer a algunos, poniendo en peligro la supervivencia de las propias instituciones inclusivas. El Estado moderno regulador y redistributivo puede, dentro de ciertos límites, ayudar a corregir estos problemas. Pero el éxito de un proyecto como este depende de manera crucial en que la sociedad tenga control sobre el Estado – y no al revés.

Argumentar que el éxito del capitalismo de Estado es prueba de su superioridad es poner al carro delante del caballo. Es cierto que Corea del Sur creció rápidamente bajo el capitalismo de Estado, y que China está haciendo lo mismo hoy en día. Pero el capitalismo de Estado no surgió porque no había otra manera de garantizar el crecimiento económico de estos países, sino porque permitió un crecimiento sin desestabilizar la estructura de poder existente. La genialidad del capitalismo de Estado de China es que garantizó el predominio de las élites del Partido Comunista mientras que al mismo tiempo mejoró la asignación de recursos, ya que por sí solo no hubiese podido proporcionar incentivos de precios a los agricultores y posteriormente hubiese logrado administrar la liberación de los mercados urbanos.

El capitalismo de Estado persistirá siempre y cuando las élites existentes sean capaces de mantenerlo y beneficiarse de él – incluso si el crecimiento económico en última instancia se paraliza. Y existe una buena razón por la que en algún momento esto llegue a ocurrir. El desarrollo económico sostenido presupone la existencia de instituciones inclusivas debido a que la innovación – y la destrucción creativa e inestabilidad que desencadena – depende de dichas instituciones. Las instituciones extractivas en general, y el capitalismo de Estado en particular, pueden apoyar al crecimiento económico durante cierto tiempo, pero sólo al tipo de crecimiento convergente que Corea del Sur experimentó a partir de la década de 1960 hasta la década de 1980, antes de empezar a transformar a su sociedad y economía de manera más radical.

A medida que los beneficios ya maduros del crecimiento convergente se consumen, China también se verá obligada a elegir entre la libertad económica y social, la innovación y la inestabilidad que únicamente las instituciones inclusivas pueden sustentar y la continuación del control económico, político y social a servicio de las élites que controlan el Estado.

Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

https://prosyn.org/Dsuba4les