BONN – En estos días en los que representantes políticos de alto nivel se reúnen en Addis Abeba para la Tercera Conferencia Internacional de Financiación para el Desarrollo, podemos decir que hay motivos para el optimismo en la lucha contra el cambio climático y la búsqueda de un desarrollo sostenible. Las inversiones en energías renovables han alcanzado los 270.000 millones de dólares anuales y aumenta la parte de la matriz energética procedente de energías limpias como la solar y la eólica. Así mismo, sectores como el de los transportes y los del planeamiento y la construcción urbanísticos están cambiando profundamente en términos de eficiencia y conservación de la energía.
No podemos sobrevalorar la importancia de estos avances que debemos acompañar de un profundo cambio de nuestra relación con el mundo natural. Después de todo, la naturaleza ha logrado perfeccionar métodos seguros y rentables de captura y almacenamiento de carbono, generando a la vez numerosos beneficios adicionales para la humanidad.
Los responsables políticos reunidos en Etiopía deben identificar los mejores métodos para lograr los recursos necesarios para la salud del planeta y un mayor bienestar de sus habitantes. A ellos les pedimos que miren al suelo. Fíjense en la tierra bajo sus pies, que tiene una enorme potencial —en gran parte sin explotar— para obtener avances rápidos tanto en la lucha contra el cambio climático como en los esfuerzos para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que se espera sean adoptados por la comunidad internacional dentro de unos meses.
Para comenzar, las emisiones procedentes de la deforestación y la agricultura, desde la gestión del suelo al luso de los fertilizantes y la ganadería suponen en torno a un cuarto de las emisiones totales. Mejor gestionadas, las tierras pueden dejar de ser una de las mayores fuentes de emisiones y convertirse en reservorios con capacidad de almacenar entre 7 y 10 gigatoneladas de CO2 equivalente anuales para el año 2030. Esto supone en torno a la mitad de las emisiones que debemos reducir en las próximas décadas para lograr el objetivo internacional de mantener el aumento de la temperatura media global por debajo de 2°C.
Las acciones para evitar, reducir, capturar y almacenar emisiones generarían otros muchos beneficios. Además de reducir las emisiones, maximizar el potencial de la tierra y proteger la vegetación, es un modo eficaz de dar asistencia a un amplio número de personas, cada vez más vulnerables. Gestionando mejorar las tierras ya existentes, se evitaría roturar 3 millones de hectáreas de tierra nueva de media cada año y se podría satisfacer la demanda creciente de alimentos para las próximas décadas.
En definitiva, son numerosas las medidas que, además de mejorar la fertilidad de la tierra, salvaguardarían las cosechas de pequeños agricultores del mundo entero. Esto ayudaría a preservar el sustento de más de 2.000 millones de personas, muchas de las cuales viven en la pobreza extrema y corren el riesgo de verse abocadas a conflictos y desplazamientos si continúa la explotación desmedida de los recursos de los que dependen.
Los efectos positivos de estos esfuerzos de conservación y recuperación son enormes. La vegetación natural es vital para la adaptación a los efectos del cambio climático, la resiliencia de las comunidades y los servicios que nos proporcionan los ecosistemas. Los manglares, por ejemplo, pueden mitigar los efectos de los huracanes. La cobertura forestal puede evitar la erosión y ayudar a proveer fuentes de agua limpia y segura. Reduciendo la pérdida de gran parte de nuestros recursos naturales, mejoraremos la biodiversidad, indispensable no solo para una agricultura sostenible sino para uno de los mayores y más rentables sectores de actividad a nivel mundial como es el turismo.
Hasta ahora, no se tenía en cuenta el potencial que una buena gestión de la tierra tiene en la lucha frente al cambio climático. Si continuamos ignorándolo nos privaremos de herramientas cruciales para la construcción de un futuro bajo en carbono y perderemos importantes oportunidades para aumentar la resiliencia y la capacidad de adaptación a los efectos del calentamiento global.
Hoy, sabemos mejor que nunca cómo gestionar la tierra y la vegetación para reducir las emisiones y maximizar la capacidad de almacenamiento de carbono de forma fiable y verificable. Esta semana, en Addis Abeba, y en la Conferencia sobre Cambio Climático de diciembre, en París, los responsables de los países no pueden pasar por alto el papel crucial de la tierra dentro de los esfuerzos para construir un futuro próspero y sostenible.
BONN – En estos días en los que representantes políticos de alto nivel se reúnen en Addis Abeba para la Tercera Conferencia Internacional de Financiación para el Desarrollo, podemos decir que hay motivos para el optimismo en la lucha contra el cambio climático y la búsqueda de un desarrollo sostenible. Las inversiones en energías renovables han alcanzado los 270.000 millones de dólares anuales y aumenta la parte de la matriz energética procedente de energías limpias como la solar y la eólica. Así mismo, sectores como el de los transportes y los del planeamiento y la construcción urbanísticos están cambiando profundamente en términos de eficiencia y conservación de la energía.
No podemos sobrevalorar la importancia de estos avances que debemos acompañar de un profundo cambio de nuestra relación con el mundo natural. Después de todo, la naturaleza ha logrado perfeccionar métodos seguros y rentables de captura y almacenamiento de carbono, generando a la vez numerosos beneficios adicionales para la humanidad.
Los responsables políticos reunidos en Etiopía deben identificar los mejores métodos para lograr los recursos necesarios para la salud del planeta y un mayor bienestar de sus habitantes. A ellos les pedimos que miren al suelo. Fíjense en la tierra bajo sus pies, que tiene una enorme potencial —en gran parte sin explotar— para obtener avances rápidos tanto en la lucha contra el cambio climático como en los esfuerzos para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que se espera sean adoptados por la comunidad internacional dentro de unos meses.
Para comenzar, las emisiones procedentes de la deforestación y la agricultura, desde la gestión del suelo al luso de los fertilizantes y la ganadería suponen en torno a un cuarto de las emisiones totales. Mejor gestionadas, las tierras pueden dejar de ser una de las mayores fuentes de emisiones y convertirse en reservorios con capacidad de almacenar entre 7 y 10 gigatoneladas de CO2 equivalente anuales para el año 2030. Esto supone en torno a la mitad de las emisiones que debemos reducir en las próximas décadas para lograr el objetivo internacional de mantener el aumento de la temperatura media global por debajo de 2°C.
Las acciones para evitar, reducir, capturar y almacenar emisiones generarían otros muchos beneficios. Además de reducir las emisiones, maximizar el potencial de la tierra y proteger la vegetación, es un modo eficaz de dar asistencia a un amplio número de personas, cada vez más vulnerables. Gestionando mejorar las tierras ya existentes, se evitaría roturar 3 millones de hectáreas de tierra nueva de media cada año y se podría satisfacer la demanda creciente de alimentos para las próximas décadas.
En definitiva, son numerosas las medidas que, además de mejorar la fertilidad de la tierra, salvaguardarían las cosechas de pequeños agricultores del mundo entero. Esto ayudaría a preservar el sustento de más de 2.000 millones de personas, muchas de las cuales viven en la pobreza extrema y corren el riesgo de verse abocadas a conflictos y desplazamientos si continúa la explotación desmedida de los recursos de los que dependen.
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Los efectos positivos de estos esfuerzos de conservación y recuperación son enormes. La vegetación natural es vital para la adaptación a los efectos del cambio climático, la resiliencia de las comunidades y los servicios que nos proporcionan los ecosistemas. Los manglares, por ejemplo, pueden mitigar los efectos de los huracanes. La cobertura forestal puede evitar la erosión y ayudar a proveer fuentes de agua limpia y segura. Reduciendo la pérdida de gran parte de nuestros recursos naturales, mejoraremos la biodiversidad, indispensable no solo para una agricultura sostenible sino para uno de los mayores y más rentables sectores de actividad a nivel mundial como es el turismo.
Hasta ahora, no se tenía en cuenta el potencial que una buena gestión de la tierra tiene en la lucha frente al cambio climático. Si continuamos ignorándolo nos privaremos de herramientas cruciales para la construcción de un futuro bajo en carbono y perderemos importantes oportunidades para aumentar la resiliencia y la capacidad de adaptación a los efectos del calentamiento global.
Hoy, sabemos mejor que nunca cómo gestionar la tierra y la vegetación para reducir las emisiones y maximizar la capacidad de almacenamiento de carbono de forma fiable y verificable. Esta semana, en Addis Abeba, y en la Conferencia sobre Cambio Climático de diciembre, en París, los responsables de los países no pueden pasar por alto el papel crucial de la tierra dentro de los esfuerzos para construir un futuro próspero y sostenible.