WASHINGTON, DC – Si bien los confinamientos han ralentizado la propagación del coronavirus en muchos países, su impacto económico ha sido devastador. Al mismo tiempo, debido a que hay menos pasajeros que se desplazan a diario al trabajo, se tienen fábricas paralizadas y la actividad es limitada en el ámbito de la construcción, los estragos que los humanos causamos en el medio ambiente se han puesto en evidencia.
En todo el mundo, las personas están experimentando una revitalización de su entorno natural, incluso a la par de tener que lidiar con el trágico costo humano de la pandemia COVID-19. Muchos habitantes de las ciudades ven cielos azules, escuchan el canto de los pájaros y respiran aire limpio por primera vez en años.
Este “retorno de la naturaleza” demuestra que incluso en los países de bajos ingresos, las políticas contundentes y la acción colectiva pueden transformar vidas en cuestión de semanas. Los gobiernos deberían tomar nota de esto mientras elaboran políticas para una recuperación pospandémica. Es comprensible que las medidas a corto plazo estén dirigidas a aliviar el dolor económico inmediato. Sin embargo, para alcanzar el éxito a largo plazo es necesario abordar los problemas estructurales que avivaron la frustración pública mucho antes de la pandemia.
Hace seis meses, las principales ciudades de América Latina y el Caribe atravesaban por disturbios. Muchos factores desencadenaron las protestas masivas que agobiaron a la región, pero los temas recurrentes fueron la ira por las limitadas oportunidades laborales, la deficiencia de la infraestructura y servicios públicos, y la degradación del medio ambiente. Las personas estaban cansadas de los largos desplazamientos diarios a sus lugares de trabajo en autobuses atiborrados en ciudades asfixiadas por el smog. Estaban hartos con el agua insalubre del grifo y los suministros de electricidad poco fiables. Y, les angustiaba pensar en su propio porvenir dentro de economías abofeteadas por desastres naturales y liderazgos débiles.
La devastación de la pandemia ha eclipsado temporalmente tales preocupaciones. Sin embargo, dentro de un año, si sus vidas parecen desarrollarse como si se repetiría lo vivido el año 2019, se justificará que las personas en dichos países se cuestionen las razones por las que los responsables de la formulación de políticas no atendieron sus demandas mediante acciones concertadas.
De manera similar, la amenaza del cambio climático no ha disminuido. Si no se aborda, es inevitable una devastación futura, misma que amenaza la seguridad económica, la estabilidad política y la salud de nuestro planeta y la de sus ciudadanos. Ésa es la razón por la que las opciones de políticas que se adopten tras la pandemia serán de mayor importancia que el propio virus con respecto a la determinación de nuestro futuro.
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Los países en desarrollo tienen una oportunidad histórica de adaptar sus modelos económicos alistándose así para confrontar los desafíos mencionados. Deberían empezar por adoptar una “recuperación verde” basada en una infraestructura sostenible en materia de transporte, energía, saneamiento, logística y comunicaciones.
Por ejemplo, a consecuencia del COVID-19, los gobiernos de todo el mundo están replanteando sus sistemas de transporte para que se adapten al distanciamiento social. En Europa, algunas ciudades están creando grandes zonas “libres de automóviles” para facilitar los desplazamientos a pie y en bicicleta. Las economías emergentes deberían aprovechar este momento para construir sistemas de transporte público de nueva generación, tal como autobuses eléctricos, trenes o trenes subterráneos que reduzcan las emisiones y que permitan, a su vez, que un gran número de personas lleguen a sus lugares de estudio o de trabajo de manera segura.
Se pueden tomar decisiones similares en materia de energía. En lugar de ampliar su dependencia de los combustibles fósiles para generar electricidad (lo que es especialmente tentador hoy en día, dada la actual caída de los precios del petróleo), los gobiernos deberían aprovechar las recientes innovaciones que lograron que las energías renovables sean mucho menos costosas.
Los países ubicados en o cerca de los trópicos también se ven desproporcionadamente afectados por las inundaciones, las sequías y los huracanes asociados con el cambio climático, así como por el aumento de las temperaturas, previéndose que dichos aumentos, a su vez, fomenten más pandemias en el futuro. Ha llegado el momento de proteger y restaurar los humedales y reconstruir la infraestructura costera, y también de invertir en viviendas de bajo costo y sistemas de agua que puedan resistir shocks relacionados con el clima.
Las inversiones para proteger y restaurar la rica biodiversidad de los ecosistemas frágiles situados principalmente en los trópicos también generarían grandes beneficios. De manera adicional al papel fundamental que desempeñan en el almacenamiento del carbono, los bosques tropicales son de vital importancia para los pueblos indígenas que los habitan, así como para el ecoturismo, lo que implica que la restauración de los hábitats naturales podría crear muchos puestos de trabajo.
Podemos pagar por estos esfuerzos a través de una combinación de gasto público más inteligente e incentivos agresivos para la inversión privada. Una gran proporción de las enormes sumas asignadas para el estímulo fiscal debería canalizarse hacia infraestructura sostenible e iniciativas relacionadas. Las decenas de miles de millones de dólares que antes se gastaban en subsidios a los combustibles ahora podrían ayudar a financiar el transporte limpio. Según un estudio reciente de la Universidad de Oxford, los proyectos de “recuperación verde” generan más empleos y mayores rendimientos en relación con el gasto público en comparación con lo generado por las medidas tradicionales de estímulo fiscal.
Las economías emergentes también pueden recurrir a fuentes externas de ingresos para financiar tales iniciativas. Actualmente, los inversores buscan oportunidades para invertir en bonos verdes, mismos que atrajeron $255 mil millones en capital privado el año pasado. Más aún, las organizaciones no gubernamentales mundiales y los gobiernos extranjeros pueden potencialmente poner a disposición miles de millones de dólares para proteger y restaurar hábitats naturales, y los tenedores de las deudas de los países con restricciones fiscales pueden estar dispuestos a perdonar parte de dicha deudas para proteger la biodiversidad tropical.
La pandemia nos ha obligado a detenernos y pensar en nuestro impacto sobre el planeta, así como a imaginar el tipo de mundo que queremos. Todavía hay tiempo. Mediante la planificación de una recuperación verde, los gobiernos pueden ayudar a velar por que el coronavirus deje un legado positivo para las generaciones futuras.
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The Norwegian finance ministry recently revealed just how much the country has benefited from Russia's invasion of Ukraine, estimating its windfall natural-gas revenues for 2022-23 to be around $111 billion. Yet rather than transferring these gains to those on the front line, the government is hoarding them.
argue that the country should give its windfall gains from gas exports to those on the front lines.
WASHINGTON, DC – Si bien los confinamientos han ralentizado la propagación del coronavirus en muchos países, su impacto económico ha sido devastador. Al mismo tiempo, debido a que hay menos pasajeros que se desplazan a diario al trabajo, se tienen fábricas paralizadas y la actividad es limitada en el ámbito de la construcción, los estragos que los humanos causamos en el medio ambiente se han puesto en evidencia.
En todo el mundo, las personas están experimentando una revitalización de su entorno natural, incluso a la par de tener que lidiar con el trágico costo humano de la pandemia COVID-19. Muchos habitantes de las ciudades ven cielos azules, escuchan el canto de los pájaros y respiran aire limpio por primera vez en años.
Este “retorno de la naturaleza” demuestra que incluso en los países de bajos ingresos, las políticas contundentes y la acción colectiva pueden transformar vidas en cuestión de semanas. Los gobiernos deberían tomar nota de esto mientras elaboran políticas para una recuperación pospandémica. Es comprensible que las medidas a corto plazo estén dirigidas a aliviar el dolor económico inmediato. Sin embargo, para alcanzar el éxito a largo plazo es necesario abordar los problemas estructurales que avivaron la frustración pública mucho antes de la pandemia.
Hace seis meses, las principales ciudades de América Latina y el Caribe atravesaban por disturbios. Muchos factores desencadenaron las protestas masivas que agobiaron a la región, pero los temas recurrentes fueron la ira por las limitadas oportunidades laborales, la deficiencia de la infraestructura y servicios públicos, y la degradación del medio ambiente. Las personas estaban cansadas de los largos desplazamientos diarios a sus lugares de trabajo en autobuses atiborrados en ciudades asfixiadas por el smog. Estaban hartos con el agua insalubre del grifo y los suministros de electricidad poco fiables. Y, les angustiaba pensar en su propio porvenir dentro de economías abofeteadas por desastres naturales y liderazgos débiles.
La devastación de la pandemia ha eclipsado temporalmente tales preocupaciones. Sin embargo, dentro de un año, si sus vidas parecen desarrollarse como si se repetiría lo vivido el año 2019, se justificará que las personas en dichos países se cuestionen las razones por las que los responsables de la formulación de políticas no atendieron sus demandas mediante acciones concertadas.
De manera similar, la amenaza del cambio climático no ha disminuido. Si no se aborda, es inevitable una devastación futura, misma que amenaza la seguridad económica, la estabilidad política y la salud de nuestro planeta y la de sus ciudadanos. Ésa es la razón por la que las opciones de políticas que se adopten tras la pandemia serán de mayor importancia que el propio virus con respecto a la determinación de nuestro futuro.
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Por ejemplo, a consecuencia del COVID-19, los gobiernos de todo el mundo están replanteando sus sistemas de transporte para que se adapten al distanciamiento social. En Europa, algunas ciudades están creando grandes zonas “libres de automóviles” para facilitar los desplazamientos a pie y en bicicleta. Las economías emergentes deberían aprovechar este momento para construir sistemas de transporte público de nueva generación, tal como autobuses eléctricos, trenes o trenes subterráneos que reduzcan las emisiones y que permitan, a su vez, que un gran número de personas lleguen a sus lugares de estudio o de trabajo de manera segura.
Se pueden tomar decisiones similares en materia de energía. En lugar de ampliar su dependencia de los combustibles fósiles para generar electricidad (lo que es especialmente tentador hoy en día, dada la actual caída de los precios del petróleo), los gobiernos deberían aprovechar las recientes innovaciones que lograron que las energías renovables sean mucho menos costosas.
Los países ubicados en o cerca de los trópicos también se ven desproporcionadamente afectados por las inundaciones, las sequías y los huracanes asociados con el cambio climático, así como por el aumento de las temperaturas, previéndose que dichos aumentos, a su vez, fomenten más pandemias en el futuro. Ha llegado el momento de proteger y restaurar los humedales y reconstruir la infraestructura costera, y también de invertir en viviendas de bajo costo y sistemas de agua que puedan resistir shocks relacionados con el clima.
Las inversiones para proteger y restaurar la rica biodiversidad de los ecosistemas frágiles situados principalmente en los trópicos también generarían grandes beneficios. De manera adicional al papel fundamental que desempeñan en el almacenamiento del carbono, los bosques tropicales son de vital importancia para los pueblos indígenas que los habitan, así como para el ecoturismo, lo que implica que la restauración de los hábitats naturales podría crear muchos puestos de trabajo.
Podemos pagar por estos esfuerzos a través de una combinación de gasto público más inteligente e incentivos agresivos para la inversión privada. Una gran proporción de las enormes sumas asignadas para el estímulo fiscal debería canalizarse hacia infraestructura sostenible e iniciativas relacionadas. Las decenas de miles de millones de dólares que antes se gastaban en subsidios a los combustibles ahora podrían ayudar a financiar el transporte limpio. Según un estudio reciente de la Universidad de Oxford, los proyectos de “recuperación verde” generan más empleos y mayores rendimientos en relación con el gasto público en comparación con lo generado por las medidas tradicionales de estímulo fiscal.
Las economías emergentes también pueden recurrir a fuentes externas de ingresos para financiar tales iniciativas. Actualmente, los inversores buscan oportunidades para invertir en bonos verdes, mismos que atrajeron $255 mil millones en capital privado el año pasado. Más aún, las organizaciones no gubernamentales mundiales y los gobiernos extranjeros pueden potencialmente poner a disposición miles de millones de dólares para proteger y restaurar hábitats naturales, y los tenedores de las deudas de los países con restricciones fiscales pueden estar dispuestos a perdonar parte de dicha deudas para proteger la biodiversidad tropical.
La pandemia nos ha obligado a detenernos y pensar en nuestro impacto sobre el planeta, así como a imaginar el tipo de mundo que queremos. Todavía hay tiempo. Mediante la planificación de una recuperación verde, los gobiernos pueden ayudar a velar por que el coronavirus deje un legado positivo para las generaciones futuras.
Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.