BARCELONA – Las rápidas alzas de las tasas de interés han pinchado la burbuja de las criptomonedas, dejando al descubierto la fragilidad, la mala gobernanza y hasta el fraude en varios rincones de este mercado. La crisis más reciente y publicitada ha sido la de la bolsa de criptomonedas FTX, cuyo espectacular derrumbe sigue el camino de otros recientes fracasos en la criptoesfera, como los de Terra-Luna, Three Arrows Capital o Voyager Digital. Nadie debería sorprenderse, ni siquiera de cuánta gente fue cogida por sorpresa.
“No hay nada nuevo bajo el sol”, nos recuerda el Eclesiastés. En la casa matriz de FTX, bajo el sol de las Bahamas, la publicidad de la empresa recomendaba a sus clientes “no perderse el gran paso hacia el futuro”: las monedas, productos financieros e instrumentos no fungibles basados en cadenas de bloques (blockchain). Pero solo los activos eran nuevos. La narrativa de la criptocrisis ya se había establecido hacía tiempo.
El colapso comenzó, como suelen hacerlo los colapsos financieros, con una burbuja. La demanda de los inversionistas fue más allá de las expectativas razonables de cercano plazo de lo que podían alcanzar las criptomonedas. Poco prácticas como medios de intercambio, los usos del Bitcoin, el Ethereum y las demás parecía limitado a la especulación financiera y las actividades ilegales. Sin embargo, las bajísimas tasas de interés generaron una manía sobre los que podrían llegar a convertirse. La diligencia debida pasó a segundo plano frente al rápido ascenso de los precios de estos activos. El dinero barato facilitó el que las empresas se apalancaran en exceso. Los inversionistas necesitaban retornos cada vez mayores para superar el ritmo del mercado y derrotar a sus competidores, lo que significaba más apalancamiento y una mayor toma de riesgos.
Cuando, inevitablemente, las burbujas explotan o se contraen, las ganancias se tambalean. Las circunstancias más precarias ponen al desnudo la fragilidad del sistema: regulaciones no aptas, pobre gobernanza y malos actores que antes se ocultaban con facilidad. Cuando la situación es extrema, las empresas esconden las pérdidas recurriendo al fraude. A medida que van cayendo, el contagio se propaga.
Sam Bankman-Fried, el vistoso fundador de FTX, quería que las criptomonedas pasaran a ser de uso general, y grandes fondos como Sequoia Capital y el fondo de riqueza soberano de Singapur, Temasek, invirtieron en el proyecto. Famosos como Tom Brady y Larry David promovieron la bolsa virtual en anuncios de la Super Bowl. Los ex jefes de estado Bill Clinton y Tony Blairse mostraban en público con Bankman-Fried. Una nueva era financiera estaba naciendo y lo único que temían los inversionistas era perderse esa oportunidad.
Sin embargo, pronto quedó en evidencia que toda esa euforia giraba alrededor de un castillo de naipes. El criptodesastre comenzó con el colapso del ecosistema de monedas estables o “stablecoin” Terra-Luna, cuyas divisas digitales perdieron su paridad con el dólar justo cuando la Reserva Federal empezó a subir sus tasas de interés a principios de 2022. El contagio se propagó a Three Arrows Capital, un fondo de cobertura digital hoy ya quebrado que tenía una sustancial exposición a Terra-Luna. FTX intentó evitarlo rescatando a firmas como Voyager y BlockFi. Algunos hasta compararon a Bankman-Fried con el legendario J. P. Morgan, cuya bien conocida intervención financiera privada frenó el Pánico de 1907.
Si bien los detalles siguen siendo inciertos, Alameda Research, el fondo de cobertura hermano de FTX, comenzó a sufrir problemas durante el verano, a medida que la incertidumbre se extendía por la criptoesfera. Violando las propias reglas de FTX, Bankman-Fried hizo uso de $8 mil millones de los fondos de sus clientes para intentar rescatar a Alameda, gestionada por su antigua pareja. Sin embargo, se presume que los préstamos de Alameda estaban respaldados por FTT, el ya sin valor token interno de FTX.
Las fichas de dominó estaban listas. El impulso fatal comenzó con una rencilla pública entre Bankman-Fried y Changpeng Zhao, fundador de la bolsa virtual rival Binance. Este dijo que su firma planeaba vender $529 millones en tokens de FTT, lo que hizo que los clientes de FTX se apresuraran a retirar fondos de la plataforma. FTX se enfrentó a una masiva crisis de liquidez y pronto cayó en la insolvencia. Tras decir que Binance compraría a su competidor en problemas, Zhao reculó cuando vio los libros contables de FTX. Poco después, Bankman-Fried renunció al cargo de director ejecutivo y la empresa entró en bancarrota. La criptoesfera se inundó de acusaciones de fraude, despilfarro y abuso.
El colapso repentino cogió a los inversionistas por sorpresa. Cerca de un 40% de los cripto fondos de cobertura había invertido en FTX. Probablemente varios habían supuesto que los grandes fondos como Sequoia habían hecho la diligencia debida correspondiente. En lugar de ello, el entusiasmo por FTX y su fundador había reemplazado una sólida evaluación de sus fundamentales económicos, cubriendo profundas debilidades. John Ray III, el actual administrador de FTX, que supervisó la liquidación de Enron, declaró que “no hay precedentes de una carencia así de controles corporativos y una ausencia de este nivel de información financiera fiable”.
La implosión de FTX ha afectado mucho la visión de la criptoesfera como sistema financiero desregulado y descentralizado, pero no significa que haya que culpar a la tecnología misma. Otras formas de finanzas digitales y tecnologías de cadenas de bloques -como los contratos inteligentes- pueden mejorar los sistemas de pagos y ampliar la inclusión financiera. Además, muchos bancos centrales se están sumando al juego, lanzando sus propias monedas digitales para fortalecer su soberanía monetaria y su estabilidad financiera.
Las entidades reguladoras se ven ante un dilema. Si sobrerreaccionan a la actual criptocrisis podrían dañar aplicaciones de esta tecnología potencialmente beneficiosas. Y, si bien pueden dar la bienvenida a la entrada de los criptomercados al campo regulatorio, se exponen a un riesgo moral, ya que los inversionistas tienden a buscar la protección del estado ante las pérdidas privadas. Por otra parte, si ignoran los criptomercados podrían generar inestabilidad (aunque son todavía demasiado pequeños como para plantear riesgos sistémicos).
Las lecciones que nos deja el crash de esta criptobolsa no son nuevas ni polémicas. Las entidades que operen como bancos deben ser reguladas como tales, o cerrarse. Los casinos especulativos se deberían vigilar por si hay señales de fraude. Los auditores y las entidades reguladoras deben asegurarse de que el juego no esté arreglado, y se debe advertir a los inversionistas de que no hay seguros contra las pérdidas en las apuestas. Incluso el Casino Royale de James Bond, filmado cerca de la isla donde FTX tiene su casa matriz, tenía que regirse por ciertas reglas. Resulta razonable esperar una conducta similar de sus vecinos.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
BARCELONA – Las rápidas alzas de las tasas de interés han pinchado la burbuja de las criptomonedas, dejando al descubierto la fragilidad, la mala gobernanza y hasta el fraude en varios rincones de este mercado. La crisis más reciente y publicitada ha sido la de la bolsa de criptomonedas FTX, cuyo espectacular derrumbe sigue el camino de otros recientes fracasos en la criptoesfera, como los de Terra-Luna, Three Arrows Capital o Voyager Digital. Nadie debería sorprenderse, ni siquiera de cuánta gente fue cogida por sorpresa.
“No hay nada nuevo bajo el sol”, nos recuerda el Eclesiastés. En la casa matriz de FTX, bajo el sol de las Bahamas, la publicidad de la empresa recomendaba a sus clientes “no perderse el gran paso hacia el futuro”: las monedas, productos financieros e instrumentos no fungibles basados en cadenas de bloques (blockchain). Pero solo los activos eran nuevos. La narrativa de la criptocrisis ya se había establecido hacía tiempo.
El colapso comenzó, como suelen hacerlo los colapsos financieros, con una burbuja. La demanda de los inversionistas fue más allá de las expectativas razonables de cercano plazo de lo que podían alcanzar las criptomonedas. Poco prácticas como medios de intercambio, los usos del Bitcoin, el Ethereum y las demás parecía limitado a la especulación financiera y las actividades ilegales. Sin embargo, las bajísimas tasas de interés generaron una manía sobre los que podrían llegar a convertirse. La diligencia debida pasó a segundo plano frente al rápido ascenso de los precios de estos activos. El dinero barato facilitó el que las empresas se apalancaran en exceso. Los inversionistas necesitaban retornos cada vez mayores para superar el ritmo del mercado y derrotar a sus competidores, lo que significaba más apalancamiento y una mayor toma de riesgos.
Cuando, inevitablemente, las burbujas explotan o se contraen, las ganancias se tambalean. Las circunstancias más precarias ponen al desnudo la fragilidad del sistema: regulaciones no aptas, pobre gobernanza y malos actores que antes se ocultaban con facilidad. Cuando la situación es extrema, las empresas esconden las pérdidas recurriendo al fraude. A medida que van cayendo, el contagio se propaga.
Sam Bankman-Fried, el vistoso fundador de FTX, quería que las criptomonedas pasaran a ser de uso general, y grandes fondos como Sequoia Capital y el fondo de riqueza soberano de Singapur, Temasek, invirtieron en el proyecto. Famosos como Tom Brady y Larry David promovieron la bolsa virtual en anuncios de la Super Bowl. Los ex jefes de estado Bill Clinton y Tony Blairse mostraban en público con Bankman-Fried. Una nueva era financiera estaba naciendo y lo único que temían los inversionistas era perderse esa oportunidad.
Sin embargo, pronto quedó en evidencia que toda esa euforia giraba alrededor de un castillo de naipes. El criptodesastre comenzó con el colapso del ecosistema de monedas estables o “stablecoin” Terra-Luna, cuyas divisas digitales perdieron su paridad con el dólar justo cuando la Reserva Federal empezó a subir sus tasas de interés a principios de 2022. El contagio se propagó a Three Arrows Capital, un fondo de cobertura digital hoy ya quebrado que tenía una sustancial exposición a Terra-Luna. FTX intentó evitarlo rescatando a firmas como Voyager y BlockFi. Algunos hasta compararon a Bankman-Fried con el legendario J. P. Morgan, cuya bien conocida intervención financiera privada frenó el Pánico de 1907.
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Si bien los detalles siguen siendo inciertos, Alameda Research, el fondo de cobertura hermano de FTX, comenzó a sufrir problemas durante el verano, a medida que la incertidumbre se extendía por la criptoesfera. Violando las propias reglas de FTX, Bankman-Fried hizo uso de $8 mil millones de los fondos de sus clientes para intentar rescatar a Alameda, gestionada por su antigua pareja. Sin embargo, se presume que los préstamos de Alameda estaban respaldados por FTT, el ya sin valor token interno de FTX.
Las fichas de dominó estaban listas. El impulso fatal comenzó con una rencilla pública entre Bankman-Fried y Changpeng Zhao, fundador de la bolsa virtual rival Binance. Este dijo que su firma planeaba vender $529 millones en tokens de FTT, lo que hizo que los clientes de FTX se apresuraran a retirar fondos de la plataforma. FTX se enfrentó a una masiva crisis de liquidez y pronto cayó en la insolvencia. Tras decir que Binance compraría a su competidor en problemas, Zhao reculó cuando vio los libros contables de FTX. Poco después, Bankman-Fried renunció al cargo de director ejecutivo y la empresa entró en bancarrota. La criptoesfera se inundó de acusaciones de fraude, despilfarro y abuso.
El colapso repentino cogió a los inversionistas por sorpresa. Cerca de un 40% de los cripto fondos de cobertura había invertido en FTX. Probablemente varios habían supuesto que los grandes fondos como Sequoia habían hecho la diligencia debida correspondiente. En lugar de ello, el entusiasmo por FTX y su fundador había reemplazado una sólida evaluación de sus fundamentales económicos, cubriendo profundas debilidades. John Ray III, el actual administrador de FTX, que supervisó la liquidación de Enron, declaró que “no hay precedentes de una carencia así de controles corporativos y una ausencia de este nivel de información financiera fiable”.
La implosión de FTX ha afectado mucho la visión de la criptoesfera como sistema financiero desregulado y descentralizado, pero no significa que haya que culpar a la tecnología misma. Otras formas de finanzas digitales y tecnologías de cadenas de bloques -como los contratos inteligentes- pueden mejorar los sistemas de pagos y ampliar la inclusión financiera. Además, muchos bancos centrales se están sumando al juego, lanzando sus propias monedas digitales para fortalecer su soberanía monetaria y su estabilidad financiera.
Las entidades reguladoras se ven ante un dilema. Si sobrerreaccionan a la actual criptocrisis podrían dañar aplicaciones de esta tecnología potencialmente beneficiosas. Y, si bien pueden dar la bienvenida a la entrada de los criptomercados al campo regulatorio, se exponen a un riesgo moral, ya que los inversionistas tienden a buscar la protección del estado ante las pérdidas privadas. Por otra parte, si ignoran los criptomercados podrían generar inestabilidad (aunque son todavía demasiado pequeños como para plantear riesgos sistémicos).
Las lecciones que nos deja el crash de esta criptobolsa no son nuevas ni polémicas. Las entidades que operen como bancos deben ser reguladas como tales, o cerrarse. Los casinos especulativos se deberían vigilar por si hay señales de fraude. Los auditores y las entidades reguladoras deben asegurarse de que el juego no esté arreglado, y se debe advertir a los inversionistas de que no hay seguros contra las pérdidas en las apuestas. Incluso el Casino Royale de James Bond, filmado cerca de la isla donde FTX tiene su casa matriz, tenía que regirse por ciertas reglas. Resulta razonable esperar una conducta similar de sus vecinos.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen