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El costo elevado de excluir la tecnología china

MILÁN – China se está asegurando de estar preparada para la transición a una economía sustentable. Mediante fuertes inversiones en tecnologías verdes y el aprovechamiento de su gigantesco mercado interno, el país ha podido reducir los costos y aumentar el suministro de los productos que necesita y, al mismo tiempo, impulsar la innovación verde. Pero el progreso de China tal vez no beneficie al resto del mundo tanto como podría.

Más de la mitad de los autos nuevos vendidos en China hoy son eléctricos o híbridos, y resulta fácil entender por qué: los precios de los vehículos eléctricos (VE) nacionales han caído el 50% desde 2015 y hoy son un tercio más baratos que los vehículos comparables alimentados a gasolina o diésel. Por el contrario, en Estados Unidos y Europa, los precios de los VE han subido y son más elevados que los de los vehículos con motores de combustión interna.

De la misma manera, la caída de los precios de la energía solar -apenas 0,15 dólares por vatio en China, comparado con 0,34 dólares por vatio en la Unión Europea y 0,46 dólares por vatio en Estados Unidos- le ha permitido a China aumentar el porcentaje solar en la energía que consume. China también es líder en tecnología de baterías.

Como China es el principal emisor de dióxido de carbono del mundo, y respondió por más del 30% de las emisiones globales de CO2 en 2022, el progreso en la transición hacia energías verdes allí podría tener un impacto significativo en las emisiones totales. Y los productos y tecnologías avanzados y de bajo costo que está produciendo China también podrían acelerar la transición verde en otras partes, inclusive entre otros emisores importantes, como países de altos ingresos (que, en conjunto, responden por alrededor del 35% de las emisiones globales de CO2) e India (que produce alrededor del 7% del total). Desafortunadamente, no es para nada seguro que vayan a hacerlo.

La política comercial es un obstáculo clave. Estados Unidos ha implementado aranceles muy altos a las importaciones de VE, paneles solares y baterías provenientes de China, y la UE está avanzando en la misma dirección, aunque de manera no tan agresiva. Esto no se puede desestimar como simple proteccionismo. Los aranceles reflejan objetivos tanto económicos como geopolíticos: no solo aíslan a las industrias nacionales y evitan una pérdida importante de empleo, sino que también compensan los subsidios chinos y salvaguardan la seguridad nacional. Aun así, la política comercial de Estados Unidos representa un viento de frente potente para la transición verde global.

Una manera de que China pueda evitarlo, al menos en parte, seria canalizando más inversión extranjera directa hacia proyectos de energía verde en las economías avanzadas. Esta estrategia tiene precedentes. En los años 1980, la industria automotriz de Japón era tecnológicamente avanzada y extremadamente eficiente, gracias a innovaciones como las redes de suministro justo a tiempo y una estrategia industrial de calidad total. Preocupado por su propia industria automotriz, Estados Unidos introdujo cuotas a las importaciones de autos japoneses.  

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Para no perder acceso al mercado estadounidense, las empresas japonesas invirtieron mucho dinero en la fabricación de autos en Estados Unidos. Las empresas norteamericanas respondieron al desafío. El golpe al empleo fue mucho menor que si las compañías de Japón hubieran ingresado enteramente a través de exportaciones. Hoy, los grandes actores de la industria a nivel global fabrican y ensamblan automóviles en la mayoría de los mercados importantes.

De la misma manera, las economías avanzadas hoy se beneficiarían de la IED china en tecnologías verdes -no solo por el capital en sí, sino también por la importancia de la tecnología y el conocimiento industrial-. En la medida que los costos de los productos y tecnologías verdes bajaran, la transición energética se aceleraría. Si bien la IED china probablemente no conduciría a un mayor empleo en las economías avanzadas, tampoco eliminaría empleos locales. La clave es condicionar el acceso de mercado de China a la firma de acuerdos de licencia tecnológica que garanticen un campo de juego nivelado.

No se trata de castillos en el aire: existe cierta evidencia de que las empresas de paneles solares chinas ya están planeando invertir en el mercado estadounidense, en parte, supuestamente, para beneficiarse de los incentivos brindados por la Ley de Reducción de la Inflación (IRA). Por supuesto, la IED no es una solución perfecta, ya que es vulnerable a las alteraciones. Pero todo progreso implica equilibrar objetivos encontrados, contraer compromisos y diseñar respuestas creativas a los desafíos.

En este caso, el ingreso de IED china a las economías avanzadas fomentaría el objetivo principal -la adopción generalizada de la tecnología verde más avanzada-, lo que la convertiría en una solución superior a la dependencia exclusiva del comercio. Si la industria de energía verde empieza a asemejarse a la industria automotriz global, con innovadores casi en todas partes que gozan de acceso a un mercado global creciente, tanto mejor.

Los críticos de la estrategia basada en la IED podrían apuntar a las potenciales consecuencias de subvenciones excesivas sobre la competencia. Los gobiernos efectivamente tienen un interés legítimo en proteger la industria y el empleo nacional del daño causado por las cuantiosas subvenciones a los importadores extranjeros. Pero, a diferencia del comercio, el canal de la IED cambia, en parte, esa ecuación. Asimismo, cuando se trata de la transición a energía verde, numerosos fallos del mercado de tipo externalidades exigen una intervención correctiva, posiblemente en forma de subvenciones. En Estados Unidos, la IRA no es un programa libre de subvenciones. En otras palabras, las reglas de comercio normales requieren un ajuste importante cuando lo que está en cuestión es el desafío de la sustentabilidad global.

Un segundo problema, mucho más serio, es que la estrategia basada en IED pronto podría resultar imposible, al menos en Estados Unidos. La administración del presidente Joe Biden ha propuesto una prohibición total, con argumentos de seguridad nacional, de hardware y software clave provenientes de China en vehículos “conectados”, que se comunican bidireccionalmente con entidades externas. Eso, esencialmente, se aplica a todos los vehículos. Supuestamente, los vehículos y tecnologías financiados por IED china estarían prohibidos.

El problema aquí es que un conjunto importante de otros productos también contiene semiconductores, software y capacidades de comunicaciones. La administración Biden podría decir que los riesgos de seguridad son particularmente altos en los vehículos, pero es difícil ver por qué. El mes pasado, se detonaron localizadores y walkie-talkies en el Líbano, matando a decenas de personas e hiriendo a miles. ¿Todos los productos “conectados” van a ser prohibidos? Si la respuesta es sí, entonces estamos hablando de un ataque directo, arrollador y sumamente costoso a un amplio segmento del comercio, la inversión y la transferencia de tecnología global.

Nadie duda de la importancia de proteger la seguridad nacional. Pero a menos que los responsables de las políticas encuentren maneras alternativas de limitar los riesgos de seguridad -por ejemplo, restringiendo las compras del gobierno y del ejército a productores nacionales y estableciendo procesos de certificación internacionales-, tanto la economía global como la agenda de sustentabilidad podrían recibir un golpe devastador.

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