¿Oferta, demanda o innovación?

NUEVA YORK – Se ha vuelto imposible hacer la vista gorda al llamado “estancamiento secular” que afecta a las economías más avanzadas del mundo: la riqueza se acumula, pero los salarios reales apenas suben y la participación en la fuerza laboral ha ido descendiendo progresivamente. Peor aún, los encargados de formular las políticas no tienen ideas claras de qué hacer al respecto.

Una de las razones de este estancamiento es el descenso del aumento de productividad desde 1970. La innovación local, su motor, ha sufrido muchas obstrucciones desde fines de los años 60 (principalmente en los países desarrollados), y más aún desde 2005.

El ángulo con que Ronald Reagan y Margaret Thatcher vieron este estancamiento, que afectaba a las economías desde los años 70, era el de la oferta. Así, impulsaron menores impuestos a las utilidades y los salarios como manera de fomentar la inversión y el desarrollo, con resultados debatibles.

Pero hoy, cuando las tasas tributarias son mucho menores, hacer recortes de ese tamaño causaría enormes aumentos de los déficits fiscales. Puesto que los niveles de deuda ya son altos y hay por delante grandes déficits, sería temerario aplicar medidas desde el lado de la oferta.

Así que los economistas más brillantes y preparados hoy ven la situación desde el lado de la demanda, usando la teoría desarrollada por John Maynard Keynes en 1936. Cuando la “demanda agregada” (es decir, el nivel de gasto real en bienes internos que los hogares, las empresas, el gobierno y los compradores del extranjero están dispuestos a hacer) no alcanza a llegar al producto con pleno empleo, el producto se ve limitado al nivel de la demanda y no se produce innovación.

Pero el concepto de economía de quienes adoptan este ángulo es extraño. Para ellos, la demanda de la inversión privada es autónoma y se rige por lo que Keynes denominó los “instintos animales”. La demanda de los consumidores también es autónoma en esencia, porque la parte “inducida” avanza a la par que la inversión autónoma a través de la “propensión a consumir”. Por ende, las medidas del gobierno son la única manera de impulsar el empleo y el crecimiento cuando cae la demanda autónoma y se pierden puestos de trabajo.

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Se trata de una concepción que no da cuenta del crecimiento ni de la recuperación. En las economías sólidas, si se aplica un shock a la demanda en contracción se producen dos tipos de respuesta que impulsan la recuperación.

Una de ellas es la adaptación a las oportunidades que vayan surgiendo. Cuando las empresas afectadas por la menor demanda reducen sus operaciones, el espacio que dejan queda disponible para emprendedores que idean mejores maneras de llevar el negocio, o mejorarlo. Algunos de los empleados que despidan iniciarán por su cuenta nuevas firmas (creando empleos). Cada vez que se produce una recesión desaparecen muchas empresas de la industria y el comercio, y con el tiempo aparecen otras, generalmente más exitosas.

La otra respuesta es la innovación local: nuevas ideas surgen de las mentes de diferentes personas de negocios. Cuando las firmas afectadas por la menor demanda dejan de contratar empleados por un tiempo, algunas de las personas que habrían sido contratadas aprovechan la situación para idear nuevos productos o métodos y organizan empresas emergentes, o startups, para desarrollarlos.

La creciente cantidad de innovadores aspirantes trabajando desde los garajes de sus casas pueden producir por sí mismos parte de sus bienes de capital. Lo que es más importante: la acumulación de nuevas emergentes irá generando gradualmente una mayor demanda de inversión (¡demanda inducida!) y, además, crecimiento.

Puede que algunos pongan esto en duda. ¿Les puede ir bien en el mercado a los nuevos productos y métodos si la demanda es deficiente? Como me dijo un innovador en medio de la crisis financiera, su objetivo era ocupar un mercado, e importaba poco si éste tenía sólo un 90% de su tamaño anterior.

¿Se puede elevar el capital donde los ingresos se encuentran deprimidos? Las empresas pequeñas y las emergentes siempre tienen que enfrentarse a un difícil acceso al crédito, y la Gran Recesión que siguió a la crisis financiera de 2008 empeoró aún más sus condiciones. Y sin embargo la recesión no impidió que muchas de esas firmas encontraran financiación en Silicon Valley, Londres y Berlín. No es de sorprender que Alemania, Estados Unidos y Berlín estén más o menos recuperados. En EE.UU., el crecimiento total de la productividad marcó récords en la década de 1930, cuando la economía tocó fondo y luego fue saliendo de la Gran Depresión.

La recuperación ha sido muchísimo más difícil en dos tipos de economía. En Francia e Italia falta gente joven que desee iniciar emprendimientos o ideas innovadoras, y los pocos que quieren hacerlo se enfrentan a impedimentos de corporaciones arraigadas y otros intereses creados. Grecia no carece de personas deseosas de emprender o innovar, pero no posee un sistema de capital de riesgo o “ángeles de negocios”. Algunos griegos han formado startups, pero no en Grecia.

Los partidarios del lado de la demanda señalan que la innovación no hace más que dificultar la innovación, porque permite que las empresas satisfagan la demanda existente con menos empleados. Por ello, recomiendan que cada año la inversión conjunta de los sectores público y privado llegue al nivel necesario para el pleno empleo. Pero una inversión en infraestructura de este tipo iría mucho más allá de lo que se habría realizado si se hubiera permitido que la economía recuperara un alto nivel de empleo a través de la actividad adaptativa o innovadora. De hecho, va mucho más allá del gasto mismo, porque impide la adaptación y la innovación que podrían haber generado más empleo y un crecimiento más veloz.

Más aún, mientras la innovación occidental siga confinada en espacios estrechos, el compromiso desde el lado de la demanda de generar un flujo alto y sostenido de inversión en infraestructura (y, de manera similar, un flujo parecido de inversión privada desde el lado de la oferta) necesariamente irá generando retornos cada vez menores, hasta que inevitablemente la economía llegue a un estado casi inerte.

Como pensaba Keynes, la oferta de más de los mismos viejos bienes nunca “crea su propia demanda”. Pero ofrecer nuevos bienes sí puede hacerlo. La causa de nuestro estancamiento está en los obstáculos a la adaptación y la innovación, no la austeridad fiscal. Y solamente un dinamismo renovado (no más irresponsabilidad fiscal) ofrecerá alguna esperanza duradera de salir de la actual situación.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

https://prosyn.org/rxzf1Jzes