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Justicia para los muertos de Srebrenica

LA HAYA – En 1993, las atrocidades cometidas contra musulmanes eslavos cerca de la ciudad minera bosnia de Srebrenica catalizaron peticiones de creación de un tribunal para juzgar a dirigentes políticos y militares acusados de crímenes de guerra en la antigua Yugoslavia.

El nuevo tribunal de las Naciones Unidas que se constituyó –casi cinco decenios después de se dictaran las sentencias definitivas en Nuremberg y Tokio– fue el predecesor de tribunales especiales para procesar a los autores materiales del genocidio de Ruanda, a Charles Taylor y sus carniceros, que tanto derramamiento de sangre causaron en Sierra Leona por su codicia de diamantes, y a los asesinos jemeres rojos de Camboya. El Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia (TPIAY) también dio pie para la creación del Tribunal Penal Internacional permanente para juzgar a criminales de todo el mundo.

Sin dejarse disuadir por el alcance aún no comprobado del TPIAY, soldados servios acabaron invadiendo la propia Srebrenica –pese a su estatuto de “zona segura” bajo la protección de las Naciones Unidas– hace quince años, el 11 de julio de 1995, expulsaron a sus habitantes y ejecutaron a 7.600 cautivos. Sin embargo, a partir de aquella matanza el Tribunal y los tribunales sobre crímenes de guerra de Bosnia y Servia, con respaldo extranjero, han hecho realidad el logro más importante de las actuaciones judiciales internacionales hasta la fecha.

Sin fanfarria de los medios de comunicación y con capacidades limitadas para la investigación y la detención y pese a los “realistas” militares y de la política exterior, que desechan la justicia internacional como un sueño imposible, esas instituciones judiciales han hecho justicia a los muertos de Srebrenica y a sus supervivientes y han demostrado que se puede impartir justicia a las víctimas de otras zonas de conflicto. Es una justicia imperfecta e insatisfactoria, desde luego, pero no más imperfecta ni insatisfactoria que la que imparten los tribunales nacionales.

El TPIAY falló que la matanza de Srebrenica fue un acto de genocidio. Dicho Tribunal y los tribunales locales encarcelaron a 13 de los que dieron las órdenes, además de a 17 miembros de las escuadras de ejecución: otros once hombres, cuatro de ellos dirigentes, que van a recibir su merecido. Ahora se está juzgando a Radovan Karadžić, el dirigente político servobosnio, y a Jovica Stanišić, jefe de la policía en la Servia de Milošević.

Naturalmente, el comandante servobosnio, Ratko Mladić, sigue fugitivo, pero las autoridades de Servia, que afrontan un caos económico, no pueden albergarlo durante mucho más tiempo, si los Estados Unidos y la Unión Europea ejercen las presiones adecuadas. Recientemente, Servia entregó los diarios de Mladić de la época de la guerra.

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Los juicios de Srebrenica también ofrecieron las pruebas desgarradoras de un crimen cuya gravedad los dirigentes políticos servios, los ex funcionarios de las Naciones Unidas y otros tuvieron la desvergüenza de negarlo en tiempos. Gracias al TPIAY, cualquiera puede leer las transcripciones de las llamadas interceptadas en las que se pedían más “paquetes” para los campos de la muerte. Un presidente de distrito servio, Miroslav Deronjić, testificó que Karadžić le dijo: “Miroslav, hay que matar a esa gente”.

Sabemos cuándo, dónde y a quién dio Mladić la orden de matar. El sitio web del Tribunal ofrece un vídeo de una ejecución. Sabemos que un conductor de camión rescató a un niño que sobrevivió a una escuadra de ejecución y, llorando por su padre, se arrastro por entre una  piña de cadáveres retorcidos. Sabemos que un oficial servio desafió a Mladić y se negó a ordenar a sus hombres que participaran en el asesinato en masa.

Desde luego, el TPIAY es deficiente. Los jueces y los abogados han tratado a demasiados testigos con condescendencia, como si el tribunal estuviera haciéndoles un favor. Los jueces han condenado a demasiados asesinos a penas de cárcel absurdamente poco severas, con lo que han reducido el efecto disuasorio que podía inspirar el tribunal, y han castigado con la máxima severidad a uno de los hombres de Mladić que se declaró culpable y ofreció un testimonio irrefutable como participante, con lo que han eliminado la capacidad del fiscal para obtener declaraciones similares. Los funcionarios de la fiscalía también incineraron negligentemente efectos personales de las víctimas de Srebrenica, además de pruebas descubiertas en Albania, entre otras, y después lo ocultaron para evitar un escándalo. Unas nuevas normas y procedimientos, además de una mejor capacitación, pueden reducir al mínimo esos fallos.

Pero sin el TPIAY la inmunidad habría prevalecido para los asesinos de Srebrenica y de escenarios de crímenes de guerra menos conocidos. Karadžić seguiría vendiendo filtros amorosos en Belgrado. Los generales retirados estarían bronceándose junto al Adriático.  Las pruebas abrumadoras de la complicidad de Croacia con Servia en el desmembramiento de Bosnia, otra cosa que los medios de comunicación han pasado por alto, nunca se habría revelado.

Y, a raíz de este aniversario de la matanza, podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que, sin la justicia internacional, todas las víctimas de Srebrenica –incluidos Huso Čelik, el padre de mi cuñado, y los que aún siguen desaparecidos– seguirían pudriéndose en fosas comunes. Sus seres queridos seguirían esperando para reunirse en el cementerio conmemorativo de la ciudad, donde en este aniversario se arrodillaron, se taparon los ojos con las manos y recitaron la oración funeraria a Alá para que perdonara a los vivos y a los muertos.

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