Aprendamos globalización del fútbol

El fútbol no es sólo el deporte más popular del mundo; posiblemente también sea la más globalizada de las profesiones. Es inconcebible que médicos, especialistas en informática, obreros industriales o cajeros de bancos de Brasil, Camerún o Japón pudieran mudarse de país en país con la facilidad con que lo hacen los futbolistas brasileños, cameruneses o japoneses.

De hecho, el club de fútbol Arsenal, de Londres, está compuesto íntegramente por extranjeros, incluido su entrenador francés. HaHasta el rol de capitán del equipo ya no se reserva más para jugadores locales: Thierry Henry, francés, es el capitán de Arsenal; Andriy Shevchenko, ucraniano, es a menudo el capitán del AC Milan, y Cristiano Zanetti, argentino, es el capitán del Inter de Milán. Similarmente, decenas de sudamericanos y africanos juegan en las ligas rusa, turca, polaca y en diversas ligas del sudeste europeo.

Así es como el fútbol nos ofrece un vistazo de cómo funcionaría la verdadera globalización de la mano de obra. En el fútbol, como en otras ocupaciones, las restricciones a la movilidad de la mano de obra provienen en su totalidad del lado de la demanda. Salvo en los países comunistas, nunca se impuso límite alguno a los desplazamientos de los jugadores. Pero el lado de la demanda estaba fuertemente regulado, por una norma que imponía que los clubes no podían tener más de dos jugadores extranjeros en el campo por partido.

La decisión Bosman, llamada así por un jugador belga que impugnó con éxito la aplicación de la reglamentación a los jugadores de otros países de la Unión Europea, socavó ese límite, y éste terminó de derrumbarse ante la embestida de los clubes europeos más ricos, que exigían la libertad de contratar a los mejores jugadores dondequiera que se encontraran.

Así, allí donde la globalización y la plena comercialización reinan supremas se produce una concentración de calidad y éxitos que no deja lugar a dudas. Consideren la cantidad de clubes que se han clasificado para las ocho posiciones superiores de la Liga Europea de Campeones. Si analizamos los períodos quinquenales entre 1967 y 1986, el número de equipos diferentes clasificados para los cuartos de final oscilaba entre 28 y 30. Sin embargo, en los dos quinquenios siguientes la cifra cayó a 26, y en el más reciente (2000-2004), sólo fueron 21. La conclusión es simple: cada vez menos clubes llegan a ingresar a la elite europea.

Las ligas nacionales son similares. Desde que comenzó la liga Premier inglesa, en 1992, en sólo una ocasión el campeonato no fue ganado por Manchester United, Arsenal, o el Chelsea. En Italia, todos los campeonatos Serie A salvo dos desde 1991 los han ganado o bien el Juventus o bien el AC Milan. En España, desde 1985 todos los campeonatos menos tres los han ganado el Real Madrid o el Barcelona.

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El motivo de esta concentración en la cima es obvio: los clubes más ricos ahora pueden atraer a los mejores jugadores del mundo. Puede decirse que esto se ha visto acompañado por una mejora de la calidad del juego en sí, gracias a lo que los economistas denominan “rendimientos crecientes a escala”. Cuando los mejores jugadores juegan juntos, la calidad de cada uno de ellos y del equipo en su conjunto aumenta exponencialmente. Cuando Ronaldinho y Messi, o Kaka y Shevchenko, juegan juntos, su “rendimiento” combinado (la cantidad de goles) es mayor que la suma de los goles que cada uno haría si jugara en otro club con menos compañeros talentosos en el equipo.

La libre movilidad de la mano de obra en otras áreas posiblemente produciría el mismo efecto. Si los médicos, especialistas en informáticos o ingenieros (¡ni hablar de los famosos plomeros polacos!) tuvieran la libertad de desplazarse a voluntad, sería muy probable que aumentara la concentración de talento en los países más ricos. La desigualdad en la distribución de talento entre los países aumentaría, aún en caso de mejoras en la producción total de bienes y servicios y en su calidad promedio, tal como ocurre hoy con el fútbol. Los países más pobres o más pequeños no pueden ni soñar con ganar un campeonato europeo, como alguna vez lo hicieron el Steaua (Rumania), el Estrella Roja (Serbia), o el Nottingham Forest (que languidece ahora en la tercera división).

Pero si bien vemos desigualdad y exclusión en el fútbol al nivel de los equipos, para las competencias entre equipos nacionales se verifica lo opuesto. El margen de ventaja promedio entre los ocho equipos nacionales mejor posicionados en los campeonatos mundiales ha disminuido, desde más de dos goles en la década de 1950, a aproximadamente 1,5 goles en los años 70, 80 y 90, y a sólo 0,88 gol en el Mundial del 2002.

Es lo mismo para todos los partidos que se juegan en el torneo final, no sólo aquellos entre los ocho equipos nacionales superiores. La disminución de los márgenes de ventaja es más impresionante porque la Copa del Mundo ha crecido de 16 a 32 equipos nacionales, muchos de los cuales son nuevos y más bien inexpertos. Notablemente, las usinas tradicionales no los vapulean. Por el contrario, los ocho equipos de elite de los últimos cuatro Mundiales incluyeron a dos “recién llegados” que jamás habían estado en cuartos de final, como Turquía y Corea del Sur en 2002.

Nuevamente hay dos razones que lo explican. Primero, el libre desplazamiento ha implicado que los buenos jugadores de las ligas pequeñas progresan mucho más que si se hubieran quedado en casa. Un buen jugador danés o búlgaro mejora mucho más rápido si se une al Manchester United o al Barcelona.

Segundo, esa mejora en la calidad fue “capturada” por los equipos nacionales gracias a la reglamentación de la FIFA que exige que los jugadores sólo jueguen en su equipo nacional. Eto’o puede jugar para cualquier club español, italiano o inglés, pero en las competencias nacionales sólo puede hacerlo por Camerún. En otras palabras, la FIFA ha introducido una regla institucional que permite que los países pequeños (en el sentido futbolístico) capturen parte de los beneficios del actual juego de alta calidad, y reviertan así parcialmente la “fuga de piernas”.

La misma regla se podría aplicar a otras actividades. El libre desplazamiento de la mano de obra especializada podría estar acompañado por requisitos internacionales vinculantes de que los inmigrantes de países pobres pasen, por ejemplo, un año cada cinco trabajando en sus países de origen. Llevarían a casa las habilidades, la tecnología y las conexiones que son tan valiosas como las habilidades que Eto’o, Essien o Messi llevan a Camerún, Ghana, o Argentina. La localización del trabajo seguiría siendo un problema, pero el principio es claro: el mundo debería aprender de su deporte más popular.

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