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Otra victoria del capital, en IA

NUEVA YORK – El capital, que ya venía con una larga racha ganadora, se acaba de anotar otra gran victoria, en un conflicto por la ética de la inteligencia artificial. La minicrisis por el súbito despido del director ejecutivo de OpenAI, Sam Altman, y su posterior recontratación nos muestra a una empresa sin fines de lucro que se planteó la misión de priorizar la seguridad de la IA sobre las ganancias pero fue incapaz de controlar a una filial lucrativa.

OpenAI, Inc. fue fundada en 2015, con el objetivo de asegurar que la inteligencia artificial general (sistemas autónomos capaces de superar a los seres humanos en todas o casi todas las tareas, si algún día se llega a eso) no se torne incontrolable. El potencial de la IAG plantea el mismo dilema que Mary Shelley presentó en Frankenstein. La criatura puede destruirnos, pero ¿quién podrá evitar que alguien busque la fama, el poder y la riqueza que conferiría un «éxito»? El sainete del despido de Altman ofrece una respuesta: no es posible confiar nuestra seguridad a las normas éticas, a las estructuras de gobernanza corporativa, ni siquiera a la presencia en los consejos directivos de personas con principios. Hay que reconocer que lo intentaron, pero no bastó.

Al principio, OpenAI, Inc. confió en poder operar en un ámbito hipercompetitivo y dinámico financiándose con donaciones. Pero en tres años sólo obtuvo 130 millones de dólares, muy por debajo del objetivo de mil millones. Frente a la necesidad de recurrir al capital privado, se procuró proteger la misión original apelando a una compleja estructura de gobernanza.

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