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Una retirada segura de la guerra contra las drogas

JOHANNESBURGO – Mientras el mundo se obsesionaba con los resultados de la elección presidencial en Estados Unidos, prestó menos atención a otra consecuencia de los votos del martes pasado: se dieron pasos significativos para despenalizar las drogas en varios estados del país. Uno de ellos, Oregón, va camino a abolir las sanciones penales por la posesión de pequeñas cantidades de drogas ilegales, desde heroína hasta metanfetaminas. Se debería aplaudir este enfoque y adoptarlo mucho más ampliamente.

Según datos de 2018, unos 269 millones de personas en todo el mundo usan drogas ilegales, entre ellas hay 11 millones que lo hacen con inyecciones endovenosas, un método que conlleva riesgos adicionales. Casi la mitad de quienes se inyectan drogas sufren hepatitis C, y la impactante cantidad de 1,4 millones, VIH. Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, tan solo en 2017 murió más de medio millón de personas debido al uso de drogas.

Esta es una tragedia completamente evitable, alimentada por el enfoque cruel y contraproducente de la llamada «guerra contra las drogas». Debido a esta iniciativa, lanzada en la década de 1970 por el presidente estadounidense Richard Nixon, la posesión de drogas es hoy un delito penal en la mayoría de los países y quienes las usan enfrentan un grave estigma social.

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