NUEVA DELHI – En las Naciones Unidas en Nueva York el 22 de abril, los líderes mundiales ratificaron el acuerdo global contra el cambio climático alcanzado en París el pasado diciembre. Ciento noventa y cinco países, desde los más ricos hasta los más pobres, ahora han acordado limitar el calentamiento global bien por debajo de 2°C arriba de los niveles preindustriales, con el objetivo de no superar 1.5°C. También se han comprometido a realizar "contribuciones nacionales determinadas" (INDC por su sigla en inglés) para limitar o reducir las emisiones de gases de tipo invernadero para 2030. Este es un logro importante, pero está lejos de ser suficiente.
En efecto, inclusive si se alcanzaran todos los objetivos de las INDC, el mundo seguiría encaminado hacia un posible calentamiento de unos 2,7-3,4°C sobre los niveles preindustriales. Para mantener el calentamiento muy por debajo de 2°C, las emisiones en 2030 debe ser más de 30% inferiores a las previstas en las INDC.
Este será un desafío enorme, dada la necesidad de hacer avances importantes en materia de desarrollo económico en el mismo período. Antes de que este siglo termine, deberíamos intentar lograr que toda la gente del mundo -probablemente más de 10.000 millones de personas en ese momento- goce de los niveles de vida del que hoy sólo disfruta el 10% más rico de la población. Eso exigirá un gigantesco incremento del consumo de energía. El africano promedio, por ejemplo, hoy usa aproximadamente un tercio de la energía que consume el europeo promedio. Pero para 2050, debemos reducir las emisiones relacionadas con la energía un 70% con respecto a los niveles de 2010, y tal vez hagan falta mayores recortes para alcanzar un nivel cero neto de emisiones para 2060.
Para cumplir con estos objetivos hará falta, por un lado, una mejora de la productividad energética (la cantidad de ingreso producido por unidad de energía consumida) de por lo menos 3% anual y, por otro, la rápida descarbonación del suministro de energía. El porcentaje de energía de carbono cero debería aumentar por lo menos un punto porcentual cada año.
Eso implica una aceleración masiva de los esfuerzos nacionales. En los últimos diez años, la productividad energética ha crecido sólo 0,7% anualmente, y el porcentaje de energía de carbono cero aumentó apenas 0,1 punto porcentual por año. Es más, aún si las INDC se implementaran plenamente, esas tasas de crecimiento anual sólo llegarían a 1,8% y 0,4 punto porcentual respectivamente.
Ya se está haciendo un progreso notable en un área crucial: la generación de electricidad. Los costos de la energía solar han caído 80% desde 2008. En algunos lugares, los nuevos contratos de suministro han fijado precios de hasta 0,06 dólar por kilovatio-hora, haciendo que la energía solar resulte absolutamente competitiva con el carbón y el gas natural.
Entre hoy y el 2030, las INDC indican que la capacidad de la energía renovable aumentará cuatro veces más rápido que la capacidad de los combustibles fósiles. El 70% de esta nueva inversión en renovables se hará en economías emergentes y en desarrollo. Esa inversión tiene que ir de la mano de un progreso acelerado en la tecnología de las baterías, o de otras herramientas para equiparar la demanda de electricidad con la oferta intermitente. Pero no hay ninguna duda de que, para mediados de siglo, el mundo puede construir un sistema de electricidad de carbono cero que resulte efectivo en materia de costos.
Y, aun así, la energía de carbono cero, aunque inmensamente importante, es insuficiente, porque la electricidad actualmente representa sólo el 20% del consumo de energía global. Hacen falta cambios más amplios en el sistema de energía global.
El transporte por carretera y la aviación, que actualmente dependen casi enteramente de los combustibles fósiles líquidos, representan el 30% del consumo total de energía. La descarbonación de estas actividades requerirá de una electrificación o del uso de hidrógeno o biocombustibles. Esto es ciertamente factible, pero llevará tiempo.
La calefacción de los edificios es otra área en la que se necesitan cambios importantes. Aquí, el uso más generalizado de electricidad de carbono cero, en lugar de energía basada en combustibles fósiles, podría tener un impacto más sustancial. Pero también existen oportunidades importantes de diseñar y construir edificios y ciudades que sean considerablemente más eficientes en términos de consumo de energía. Teniendo en cuenta que, según se calcula, la población urbana del mundo tendrá 2.500 millones de personas más en 2050, es vital que las aprovechemos.
Sin embargo, el uso de energía por parte de la industria pesada presenta desafíos que suelen ignorarse. Los metales, los productos químicos, el cemento y los plásticos son piezas vitales de la economía moderna, e implican procesos que no se pueden electrificar fácilmente. La descarbonación, en cambio, puede exigir la aplicación de tecnologías de captura y almacenamiento de carbono, mientras que los materiales de construcción de diseño moderno podrían reducir la demanda de insumos de alto consumo de carbono.
Frente a estos desafíos, los combustibles fósiles sin duda jugarán un papel en el transporte y la industria pesada durante algún tiempo, a pesar de que decaiga su rol en la generación de electricidad. Y, aún en lo que concierne a la generación de electricidad, las INDC de las economías emergentes implican nuevas inversiones significativas en capacidad de carbón o de gas. En conjunto, las INDC sugieren que el carbón todavía podría representar el 35% de la generación global de electricidad en 2030.
Pero ese nivel de generación de carbón probablemente sea incompatible con el objetivo de menos de 2°C. Y, como las centrales eléctricas alimentadas a carbón y gas duran 50 años o más, esas inversiones plantean el riesgo de quedar atrapados en niveles de emisiones incompatibles con el objetivo climático, o de imponer importantes pérdidas de activos.
El desafío ahora es encontrar un camino sensato desde un punto de vista económico que les permita a las economías emergentes satisfacer sus crecientes necesidades de energía, asegurando a la vez que el mundo cumpla con sus objetivos en cuanto al clima. Esto es tecnológicamente posible. Pero demandará una acción por parte de muchos actores muy diferentes.
Los gobiernos tienen un papel vital que desempeñar, pero también las empresas de energía basadas en combustibles fósiles y las nuevas empresas que despliegan o desarrollan nuevas tecnologías. Las ONG pueden ayudar a identificar las políticas necesarias y a hacer que los gobiernos y las empresas asuman sus responsabilidades. Los consumidores individuales también son importantes, porque su comportamiento moldea la demanda de energía.
A pesar de sus diversos contextos, intereses económicos y puntos de vista, todos estos actores deben involucrarse en un debate informado que reconozca todas las complejidades del desafío por delante. El objetivo compartido es claro: construir una economía de bajo consumo de carbono que pueda mantener las temperaturas globales dentro del margen de 2°C de los niveles preindustriales, brindando a la vez prosperidad para un mundo de diez mil millones de personas o más.
NUEVA DELHI – En las Naciones Unidas en Nueva York el 22 de abril, los líderes mundiales ratificaron el acuerdo global contra el cambio climático alcanzado en París el pasado diciembre. Ciento noventa y cinco países, desde los más ricos hasta los más pobres, ahora han acordado limitar el calentamiento global bien por debajo de 2°C arriba de los niveles preindustriales, con el objetivo de no superar 1.5°C. También se han comprometido a realizar "contribuciones nacionales determinadas" (INDC por su sigla en inglés) para limitar o reducir las emisiones de gases de tipo invernadero para 2030. Este es un logro importante, pero está lejos de ser suficiente.
En efecto, inclusive si se alcanzaran todos los objetivos de las INDC, el mundo seguiría encaminado hacia un posible calentamiento de unos 2,7-3,4°C sobre los niveles preindustriales. Para mantener el calentamiento muy por debajo de 2°C, las emisiones en 2030 debe ser más de 30% inferiores a las previstas en las INDC.
Este será un desafío enorme, dada la necesidad de hacer avances importantes en materia de desarrollo económico en el mismo período. Antes de que este siglo termine, deberíamos intentar lograr que toda la gente del mundo -probablemente más de 10.000 millones de personas en ese momento- goce de los niveles de vida del que hoy sólo disfruta el 10% más rico de la población. Eso exigirá un gigantesco incremento del consumo de energía. El africano promedio, por ejemplo, hoy usa aproximadamente un tercio de la energía que consume el europeo promedio. Pero para 2050, debemos reducir las emisiones relacionadas con la energía un 70% con respecto a los niveles de 2010, y tal vez hagan falta mayores recortes para alcanzar un nivel cero neto de emisiones para 2060.
Para cumplir con estos objetivos hará falta, por un lado, una mejora de la productividad energética (la cantidad de ingreso producido por unidad de energía consumida) de por lo menos 3% anual y, por otro, la rápida descarbonación del suministro de energía. El porcentaje de energía de carbono cero debería aumentar por lo menos un punto porcentual cada año.
Eso implica una aceleración masiva de los esfuerzos nacionales. En los últimos diez años, la productividad energética ha crecido sólo 0,7% anualmente, y el porcentaje de energía de carbono cero aumentó apenas 0,1 punto porcentual por año. Es más, aún si las INDC se implementaran plenamente, esas tasas de crecimiento anual sólo llegarían a 1,8% y 0,4 punto porcentual respectivamente.
Ya se está haciendo un progreso notable en un área crucial: la generación de electricidad. Los costos de la energía solar han caído 80% desde 2008. En algunos lugares, los nuevos contratos de suministro han fijado precios de hasta 0,06 dólar por kilovatio-hora, haciendo que la energía solar resulte absolutamente competitiva con el carbón y el gas natural.
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Entre hoy y el 2030, las INDC indican que la capacidad de la energía renovable aumentará cuatro veces más rápido que la capacidad de los combustibles fósiles. El 70% de esta nueva inversión en renovables se hará en economías emergentes y en desarrollo. Esa inversión tiene que ir de la mano de un progreso acelerado en la tecnología de las baterías, o de otras herramientas para equiparar la demanda de electricidad con la oferta intermitente. Pero no hay ninguna duda de que, para mediados de siglo, el mundo puede construir un sistema de electricidad de carbono cero que resulte efectivo en materia de costos.
Y, aun así, la energía de carbono cero, aunque inmensamente importante, es insuficiente, porque la electricidad actualmente representa sólo el 20% del consumo de energía global. Hacen falta cambios más amplios en el sistema de energía global.
El transporte por carretera y la aviación, que actualmente dependen casi enteramente de los combustibles fósiles líquidos, representan el 30% del consumo total de energía. La descarbonación de estas actividades requerirá de una electrificación o del uso de hidrógeno o biocombustibles. Esto es ciertamente factible, pero llevará tiempo.
La calefacción de los edificios es otra área en la que se necesitan cambios importantes. Aquí, el uso más generalizado de electricidad de carbono cero, en lugar de energía basada en combustibles fósiles, podría tener un impacto más sustancial. Pero también existen oportunidades importantes de diseñar y construir edificios y ciudades que sean considerablemente más eficientes en términos de consumo de energía. Teniendo en cuenta que, según se calcula, la población urbana del mundo tendrá 2.500 millones de personas más en 2050, es vital que las aprovechemos.
Sin embargo, el uso de energía por parte de la industria pesada presenta desafíos que suelen ignorarse. Los metales, los productos químicos, el cemento y los plásticos son piezas vitales de la economía moderna, e implican procesos que no se pueden electrificar fácilmente. La descarbonación, en cambio, puede exigir la aplicación de tecnologías de captura y almacenamiento de carbono, mientras que los materiales de construcción de diseño moderno podrían reducir la demanda de insumos de alto consumo de carbono.
Frente a estos desafíos, los combustibles fósiles sin duda jugarán un papel en el transporte y la industria pesada durante algún tiempo, a pesar de que decaiga su rol en la generación de electricidad. Y, aún en lo que concierne a la generación de electricidad, las INDC de las economías emergentes implican nuevas inversiones significativas en capacidad de carbón o de gas. En conjunto, las INDC sugieren que el carbón todavía podría representar el 35% de la generación global de electricidad en 2030.
Pero ese nivel de generación de carbón probablemente sea incompatible con el objetivo de menos de 2°C. Y, como las centrales eléctricas alimentadas a carbón y gas duran 50 años o más, esas inversiones plantean el riesgo de quedar atrapados en niveles de emisiones incompatibles con el objetivo climático, o de imponer importantes pérdidas de activos.
El desafío ahora es encontrar un camino sensato desde un punto de vista económico que les permita a las economías emergentes satisfacer sus crecientes necesidades de energía, asegurando a la vez que el mundo cumpla con sus objetivos en cuanto al clima. Esto es tecnológicamente posible. Pero demandará una acción por parte de muchos actores muy diferentes.
Los gobiernos tienen un papel vital que desempeñar, pero también las empresas de energía basadas en combustibles fósiles y las nuevas empresas que despliegan o desarrollan nuevas tecnologías. Las ONG pueden ayudar a identificar las políticas necesarias y a hacer que los gobiernos y las empresas asuman sus responsabilidades. Los consumidores individuales también son importantes, porque su comportamiento moldea la demanda de energía.
A pesar de sus diversos contextos, intereses económicos y puntos de vista, todos estos actores deben involucrarse en un debate informado que reconozca todas las complejidades del desafío por delante. El objetivo compartido es claro: construir una economía de bajo consumo de carbono que pueda mantener las temperaturas globales dentro del margen de 2°C de los niveles preindustriales, brindando a la vez prosperidad para un mundo de diez mil millones de personas o más.