LONDRES – El plástico es uno de los materiales favoritos de la actualidad. Cada año se usan en todo el mundo unos 320 millones de toneladas, lo cual no sorprende, dada su versatilidad. Y las fiestas de fin de año dejan a muchas personas con una montaña de productos y embalajes de plástico. Pero este material también plantea una amenaza ambiental grave.
Si no se lo elimina correctamente, el plástico puede permanecer en el suelo o flotar en el mar por décadas. Además de ser dañino para la vida terrestre y acuática, el plástico a la deriva en los océanos puede adsorber toxinas y fragmentarse en microplásticos, que luego entran a la cadena alimentaria.
Esta aparente inmortalidad llevó a los gobiernos a gravar o prohibir totalmente ciertos productos plásticos dañinos para el medioambiente. Muchos países también promueven una mejor gestión de los residuos, y el reuso, rediseño y reciclaje de productos plásticos.
Es una política acertada. Sin embargo, aunque los impuestos, las prohibiciones y las medidas de gestión de residuos reducirán el problema de la contaminación con plásticos, no lo resolverán. Además, como el material del que proceden los plásticos es sólo un subproducto de la refinación del petróleo, su prohibición tampoco repercutirá mucho en la extracción de hidrocarburos. Gravar o prohibir el plástico sólo privará a los más pobres de un material útil y barato.
Lo cierto es que, pese a las buenas intenciones de legisladores y organizaciones no gubernamentales, cada día ingresan al medioambiente (sobre todo a los océanos) miles de toneladas de residuos plásticos. Es evidente que se necesita una solución mejor.
Algunos gobiernos y empresas aceptaron la idea de que la solución se encuentra en los “bioplásticos” (producidos en parte con biomasa, por ejemplo, almidón de maíz). Pero es un argumento defectuoso: la producción de bioplásticos es muy costosa en términos de dinero y energía, y aun así gran parte de su composición todavía deriva del petróleo.
Además, para reciclar los bioplásticos hay que separarlos del plástico ordinario. Los polímeros que los forman son probadamente biodegradables, pero sólo en las condiciones particulares que se encuentran en plantas de compostaje industrial. Es decir, pese al atractivo aparente de esta tecnología, no resuelve el problema de la contaminación.
Para la industria de los plásticos, el objetivo tradicional ha sido prolongar la funcionalidad de los productos, pero esto ya no es sostenible. El mundo necesita un nuevo tipo de plástico, que cumpla bien su función, pero que además se biodegrade mucho más rápido que los plásticos actuales.
Aquí entra el plástico oxobiodegradable (OBD). A diferencia de otros materiales (incluidos los bioplásticos) el OBD se biodegrada en cualquier lugar del medioambiente, y se lo puede reciclar si se lo recolecta durante su vida útil. El plástico ordinario puede convertirse en OBD al momento de la fabricación, con maquinarias que ya existen y casi sin costo adicional, usando una tecnología en cuya difusión la Asociación del Plástico Oxobiodegradable está trabajando.
El OBD se produce mezclando un aditivo especial con un polímero normal. Ese aditivo (producido por una empresa donde soy director) desarma la estructura molecular del polímero al final de su vida útil, lo que permite su descomposición natural en un entorno abierto.
Y en el caso del OBD, la descomposición no es una mera fragmentación. Como explica Ignacy Jakubowicz (profesor en los Institutos de Investigación de Suecia, y uno de los mayores expertos en polímeros del mundo), la descomposición del OBD transforma por completo el material: sus moléculas orgánicas incorporan oxígeno y se vuelven asimilables por el medioambiente. Según las normas internacionales (por ejemplo la ASTM D6954), la adopción de este material demanda probar que es degradable y biodegradable, y confirmar la ausencia de metales pesados y ecotoxicidad.
La aparición de nuevos plásticos implica necesariamente cambios en las economías que los usan. Felizmente, pese a que en lugares como Estados Unidos y Europa la adopción de soluciones innovadoras ha sido lenta, en otros hubo mayor receptividad. Por ejemplo, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos prohibieron la importación o fabricación de plásticos convencionales para una amplia variedad de productos, y han optado por exigir la aplicación de tecnología OBD a los productos plásticos (en vez de elegir el plástico “biológico”).
El mundo no necesita más impuestos y prohibiciones. Lo que necesita es que quienes trabajan con plástico, y los gobiernos, se vuelvan tan adaptables como el material mismo y usen los avances tecnológicos para obtener el máximo beneficio de un material barato y versátil, evitando el impacto dañino para el medioambiente.
Traducción: Esteban Flamini
LONDRES – El plástico es uno de los materiales favoritos de la actualidad. Cada año se usan en todo el mundo unos 320 millones de toneladas, lo cual no sorprende, dada su versatilidad. Y las fiestas de fin de año dejan a muchas personas con una montaña de productos y embalajes de plástico. Pero este material también plantea una amenaza ambiental grave.
Si no se lo elimina correctamente, el plástico puede permanecer en el suelo o flotar en el mar por décadas. Además de ser dañino para la vida terrestre y acuática, el plástico a la deriva en los océanos puede adsorber toxinas y fragmentarse en microplásticos, que luego entran a la cadena alimentaria.
Esta aparente inmortalidad llevó a los gobiernos a gravar o prohibir totalmente ciertos productos plásticos dañinos para el medioambiente. Muchos países también promueven una mejor gestión de los residuos, y el reuso, rediseño y reciclaje de productos plásticos.
Es una política acertada. Sin embargo, aunque los impuestos, las prohibiciones y las medidas de gestión de residuos reducirán el problema de la contaminación con plásticos, no lo resolverán. Además, como el material del que proceden los plásticos es sólo un subproducto de la refinación del petróleo, su prohibición tampoco repercutirá mucho en la extracción de hidrocarburos. Gravar o prohibir el plástico sólo privará a los más pobres de un material útil y barato.
Lo cierto es que, pese a las buenas intenciones de legisladores y organizaciones no gubernamentales, cada día ingresan al medioambiente (sobre todo a los océanos) miles de toneladas de residuos plásticos. Es evidente que se necesita una solución mejor.
Algunos gobiernos y empresas aceptaron la idea de que la solución se encuentra en los “bioplásticos” (producidos en parte con biomasa, por ejemplo, almidón de maíz). Pero es un argumento defectuoso: la producción de bioplásticos es muy costosa en términos de dinero y energía, y aun así gran parte de su composición todavía deriva del petróleo.
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Además, para reciclar los bioplásticos hay que separarlos del plástico ordinario. Los polímeros que los forman son probadamente biodegradables, pero sólo en las condiciones particulares que se encuentran en plantas de compostaje industrial. Es decir, pese al atractivo aparente de esta tecnología, no resuelve el problema de la contaminación.
Para la industria de los plásticos, el objetivo tradicional ha sido prolongar la funcionalidad de los productos, pero esto ya no es sostenible. El mundo necesita un nuevo tipo de plástico, que cumpla bien su función, pero que además se biodegrade mucho más rápido que los plásticos actuales.
Aquí entra el plástico oxobiodegradable (OBD). A diferencia de otros materiales (incluidos los bioplásticos) el OBD se biodegrada en cualquier lugar del medioambiente, y se lo puede reciclar si se lo recolecta durante su vida útil. El plástico ordinario puede convertirse en OBD al momento de la fabricación, con maquinarias que ya existen y casi sin costo adicional, usando una tecnología en cuya difusión la Asociación del Plástico Oxobiodegradable está trabajando.
El OBD se produce mezclando un aditivo especial con un polímero normal. Ese aditivo (producido por una empresa donde soy director) desarma la estructura molecular del polímero al final de su vida útil, lo que permite su descomposición natural en un entorno abierto.
Y en el caso del OBD, la descomposición no es una mera fragmentación. Como explica Ignacy Jakubowicz (profesor en los Institutos de Investigación de Suecia, y uno de los mayores expertos en polímeros del mundo), la descomposición del OBD transforma por completo el material: sus moléculas orgánicas incorporan oxígeno y se vuelven asimilables por el medioambiente. Según las normas internacionales (por ejemplo la ASTM D6954), la adopción de este material demanda probar que es degradable y biodegradable, y confirmar la ausencia de metales pesados y ecotoxicidad.
La aparición de nuevos plásticos implica necesariamente cambios en las economías que los usan. Felizmente, pese a que en lugares como Estados Unidos y Europa la adopción de soluciones innovadoras ha sido lenta, en otros hubo mayor receptividad. Por ejemplo, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos prohibieron la importación o fabricación de plásticos convencionales para una amplia variedad de productos, y han optado por exigir la aplicación de tecnología OBD a los productos plásticos (en vez de elegir el plástico “biológico”).
El mundo no necesita más impuestos y prohibiciones. Lo que necesita es que quienes trabajan con plástico, y los gobiernos, se vuelvan tan adaptables como el material mismo y usen los avances tecnológicos para obtener el máximo beneficio de un material barato y versátil, evitando el impacto dañino para el medioambiente.
Traducción: Esteban Flamini