Muchos ciudadanos de los 24 socios de Francia en la Unión Europea o de los Estados que aspiran a ingresar pronto están molestos -de hecho, indignados- por el rechazo de Francia al tratado constitucional de la Unión Europea. Después del "no" holandés existe el miedo de que la desconfianza sobre el proyecto europeo se extienda.
El voto francés expresó principalmente un rechazo a nuestra clase gobernante y una profunda ansiedad sobre las perspectivas económicas. Fue un voto de tristeza y abandono, un impulso provocado por el pánico así como por el enojo.
Pero el tamaño del "no" también reflejó la ausencia persistente de explicaciones claras de parte de nuestros políticos sobre lo que la UE ofrece a los europeos en términos de riqueza, competitividad, bienestar social y, por supuesto, paz. Con demasiada frecuencia, nuestros políticos menosprecian a Europa y le adjudican males (como el desempleo) que son realmente el resultado de insuficiencias internas.
Como muchos en Francia, yo no creo que esta bomba signifique el fin de Europa. Podemos y debemos reaccionar positivamente y lo podemos hacer regresando a lo básico y ofreciendo a las naciones de Europa, incluyendo la francesa y la holandesa, nuevos retos y un nuevo espíritu.
Primero, expresemos los hechos innegables sobre la Unión de Europa. Por encima de todo, Europa significa paz. La paz estaba en el centro de las ambiciones de los padres fundadores de Europa. Regresó como una fuerza animadora y unificadora con el colapso del comunismo y el conflicto en los Balcanes hace una década. Hoy, la paz es un tema viviente dado el terrorismo global y la inquebrantable alianza de Europa con los Estados Unidos.
Es equivocado aparentar que el riesgo de la guerra está superado. Si se desploma la vigilancia de Europa, los conflictos violentos puede ser de nuevo una posibilidad. Una Europa unida puede responder a estos peligros en formas que los Estados por sí solos no pueden. Además, ningún Estado solo puede influir en negociaciones internacionales y ofrecer soluciones a rivalidades económicas o cuestiones comerciales que amenazan con desembocar en choques políticos.
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Europa también encarna valores democráticos. La Unión ayudó a los países del sur de Europa a derrocar los regímenes autoritarios de la década de 1980 y ayudó a los países del Este de Europa a convertirse en democracias en la década de 1990.
La ampliación de la UE no es sólo un deber económico para las naciones más ricas; es también el reconocimiento de una historia común y una cultura compartida. Nosotros los del Occidente rico no tenemos el derecho de abandonar esta tarea y debemos aceptar en la misma comunidad del destino a todos los países democráticos del oeste de Rusia si cumplen los criterios de la UE.
Europa también significa prosperidad y, para los países que ingresaron recientemente o que lo harán en breve, la promesa de prosperidad. Todos los países enfrentan, en diversos grados, problemas económicos. Pero hay un modelo, social y económico simultáneamente que sólo Europa encarna. El marco europeo es exigente pero necesario. Está tan lejos de ser una economía controlada como lo está de parecerse al anarquismo libertario que muchos oponentes franceses al tratado constitucional temen. Es un marco basado en la disciplina y la solidaridad al interior y entre los Estados miembros de la que nadie puede estar exento.
Sin duda, detrás de los grandes proyectos de la Unión se esconde otra UE, una que es excesivamente burocrática. Pero también se debe reconocer que la UE construyó su éxito a partir de sus procesos meticulosos y su capacidad para regular la vida económica para el beneficio de todos. De esta manera fue como transformó radicalmente las economías y sociedades para bien.
Tampoco podemos pasar por alto las negociaciones banales de los líderes europeos, las riñas sobre el presupuesto y el surgimiento de egoísmos nacionales cada vez que las elecciones se avecinan. Es cierto que esa lucha interna hace que parezca que la UE ya no estuviera motivada por ambiciones nobles y grandes. Se permitió que aun el tratado constitucional, que debería haber sido el toque de clarín para todos los europeos, se empantanara en nimiedades. En efecto, hoy no hay una figura política europea de estatura global que ofrezca una ambición que resuene.
Así, nuestra tarea es ofrecer a Europa nuevos cimientos y un nuevo impulso. Necesitamos padres -o madres- fundadores y naciones motivadas por una clara comprensión de sus intereses y un entusiasmo popular por la integración europea. El camino será largo, pero estamos obligados a confiar en que podemos llevar la política interna hacia reflexiones superiores.
Los académicos, servidores públicos, ejecutivos y sindicatos de Europa deben trabajar juntos para construir un proyecto que exprese una nueva frontera para Europa. Si no podemos construir una nueva idea de y para Europa, todo lo que el continente ha logrado en los últimos 50 años estará en riesgo.
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In betting that the economic fallout from his sweeping new tariffs will be worth the gains in border security, US President Donald Trump is gambling with America’s long-term influence and prosperity. In the future, more countries will have even stronger reasons to try to reduce their reliance on the United States.
thinks Donald Trump's trade policies will undermine the very goals they aim to achieve.
While America’s AI industry arguably needed shaking up, the news of a Chinese startup beating Big Tech at its own game raises some difficult questions. Fortunately, if US tech leaders and policymakers can take the right lessons from DeepSeek's success, we could all end up better for it.
considers what an apparent Chinese breakthrough means for the US tech industry, and innovation more broadly.
Muchos ciudadanos de los 24 socios de Francia en la Unión Europea o de los Estados que aspiran a ingresar pronto están molestos -de hecho, indignados- por el rechazo de Francia al tratado constitucional de la Unión Europea. Después del "no" holandés existe el miedo de que la desconfianza sobre el proyecto europeo se extienda.
El voto francés expresó principalmente un rechazo a nuestra clase gobernante y una profunda ansiedad sobre las perspectivas económicas. Fue un voto de tristeza y abandono, un impulso provocado por el pánico así como por el enojo.
Pero el tamaño del "no" también reflejó la ausencia persistente de explicaciones claras de parte de nuestros políticos sobre lo que la UE ofrece a los europeos en términos de riqueza, competitividad, bienestar social y, por supuesto, paz. Con demasiada frecuencia, nuestros políticos menosprecian a Europa y le adjudican males (como el desempleo) que son realmente el resultado de insuficiencias internas.
Como muchos en Francia, yo no creo que esta bomba signifique el fin de Europa. Podemos y debemos reaccionar positivamente y lo podemos hacer regresando a lo básico y ofreciendo a las naciones de Europa, incluyendo la francesa y la holandesa, nuevos retos y un nuevo espíritu.
Primero, expresemos los hechos innegables sobre la Unión de Europa. Por encima de todo, Europa significa paz. La paz estaba en el centro de las ambiciones de los padres fundadores de Europa. Regresó como una fuerza animadora y unificadora con el colapso del comunismo y el conflicto en los Balcanes hace una década. Hoy, la paz es un tema viviente dado el terrorismo global y la inquebrantable alianza de Europa con los Estados Unidos.
Es equivocado aparentar que el riesgo de la guerra está superado. Si se desploma la vigilancia de Europa, los conflictos violentos puede ser de nuevo una posibilidad. Una Europa unida puede responder a estos peligros en formas que los Estados por sí solos no pueden. Además, ningún Estado solo puede influir en negociaciones internacionales y ofrecer soluciones a rivalidades económicas o cuestiones comerciales que amenazan con desembocar en choques políticos.
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Europa también encarna valores democráticos. La Unión ayudó a los países del sur de Europa a derrocar los regímenes autoritarios de la década de 1980 y ayudó a los países del Este de Europa a convertirse en democracias en la década de 1990.
La ampliación de la UE no es sólo un deber económico para las naciones más ricas; es también el reconocimiento de una historia común y una cultura compartida. Nosotros los del Occidente rico no tenemos el derecho de abandonar esta tarea y debemos aceptar en la misma comunidad del destino a todos los países democráticos del oeste de Rusia si cumplen los criterios de la UE.
Europa también significa prosperidad y, para los países que ingresaron recientemente o que lo harán en breve, la promesa de prosperidad. Todos los países enfrentan, en diversos grados, problemas económicos. Pero hay un modelo, social y económico simultáneamente que sólo Europa encarna. El marco europeo es exigente pero necesario. Está tan lejos de ser una economía controlada como lo está de parecerse al anarquismo libertario que muchos oponentes franceses al tratado constitucional temen. Es un marco basado en la disciplina y la solidaridad al interior y entre los Estados miembros de la que nadie puede estar exento.
Sin duda, detrás de los grandes proyectos de la Unión se esconde otra UE, una que es excesivamente burocrática. Pero también se debe reconocer que la UE construyó su éxito a partir de sus procesos meticulosos y su capacidad para regular la vida económica para el beneficio de todos. De esta manera fue como transformó radicalmente las economías y sociedades para bien.
Tampoco podemos pasar por alto las negociaciones banales de los líderes europeos, las riñas sobre el presupuesto y el surgimiento de egoísmos nacionales cada vez que las elecciones se avecinan. Es cierto que esa lucha interna hace que parezca que la UE ya no estuviera motivada por ambiciones nobles y grandes. Se permitió que aun el tratado constitucional, que debería haber sido el toque de clarín para todos los europeos, se empantanara en nimiedades. En efecto, hoy no hay una figura política europea de estatura global que ofrezca una ambición que resuene.
Así, nuestra tarea es ofrecer a Europa nuevos cimientos y un nuevo impulso. Necesitamos padres -o madres- fundadores y naciones motivadas por una clara comprensión de sus intereses y un entusiasmo popular por la integración europea. El camino será largo, pero estamos obligados a confiar en que podemos llevar la política interna hacia reflexiones superiores.
Los académicos, servidores públicos, ejecutivos y sindicatos de Europa deben trabajar juntos para construir un proyecto que exprese una nueva frontera para Europa. Si no podemos construir una nueva idea de y para Europa, todo lo que el continente ha logrado en los últimos 50 años estará en riesgo.