El Sur de Asia en guerra

CAMBRIDGE – El ataque terrorista perpetrado el mes pasado en Mumbai no sólo tenía como objetivos la economía y el sentimiento de seguridad de la India. Su propósito más amplio era destruir la distensión entre la India y Pakistán que se ha estado forjando desde 2004. Los atacantes no se cubrieron los rostros ni utilizaron chalecos explosivos para suicidarse. Su meta no era el anonimato. Deseaban que se les identificara como defensores de una causa. A menos que esta causa se entienda plenamente y que sus causas salgan a la luz en toda la región, este ataque podría ser el principio de la desintegración del Sur de Asia.

Los conflictos regionales, en los que participan todos los Estados de la región y un número creciente de actores no estatales, han producido grandes cantidades de guerreros entrenados en espera del llamado a la gloria. Al interior tanto de la India como de Pakistán, las desigualdades económicas y una percepción de injusticia social han creado un terreno fértil para los enfrentamientos. El uso y abuso del fervor religioso, sea “jihadí” o “fundamentalista hindú” están erosionando las raíces de la armonía comunitaria en el Sur de Asia.

Gran parte de los problemas actuales tienen sus orígenes en Afganistán, cuya tragedia nunca pudo contenerse dentro de sus fronteras designadas. La dinámica de la región cambió cuando los guerreros que luchaban por la libertad afgana en los años ochenta se convirtieron en “mujahedines” mediante un esfuerzo criminal en el que participaron gustosamente tanto Occidente como el mundo musulmán. Pakistán, que siempre se ha sentido inseguro frente a la India, fue el centro de esta transformación. El Occidente creyó que tras la caída del imperio soviético todo estaba solucionado, pero la región –y cada vez más la comunidad global—sigue pagando un precio muy elevado por este desastroso proyecto.

Los males de dos décadas en el Sur de Asia se pueden atribuir a los años de la jihad afgana: el surgimiento de los talibanes, el dominio del movimiento de liberación de Cachemira por los religiosos fanáticos patrocinados por Pakistán y finalmente la propagación de los conflictos sectarios dentro de Pakistán. En Afganistán, los militares y las agencias de inteligencia de Pakistán trataron de obtener “profundidad estratégica” contra la India. Además, querían venganza por el apoyo de la India a las revueltas de los años sesenta y setenta que condujeron a la independencia de Bangladesh de Pakistán.

La India no es inocente. Estaba aplicando una estrategia doble–afirmando que todo estaba en orden en Cachemira (una mentira descarada) y apoyando las confrontaciones étnicas en Pakistán. Las guerras violentas de inteligencia entre los Servicios de Inteligencia de Pakistán y el Ala de Investigación y Análisis de la India se han convertido en una brutal realidad en el Sur de Asia.

El Lashkar-e-Taiba (LET, Ejército de los Puros), un grupo militante basado en Pakistán que apoya la insurgencia del lado indio de Cachemira, fue producto de estos años. Según investigadores indios, el grupo participó en los ataques en Mumbai. Las acciones de Pakistán contra sus oficinas en todo el país confirman en esencia esta conclusión, pero las autoridades paquistaníes están exigiendo públicamente más pruebas.

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El LET era el ala armada de una organización Ahle-Hadith, una versión del Sur de Asia del fundamentalismo tipo saudita, cuyo propósito era atacar a las fuerzas indias en Cachemira. Si bien el Presidente pakistaní Pervez Musharraf prohibió al grupo después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, algunos de sus agentes se retiraron a la clandestinidad y otros se unieron al Jamaat-ud-Dawa (JuD, Partido del Proselitismo) –una organización que administra centros educativos y organizaciones de caridad religiosos.

Debido a sus vínculos con los organismos de inteligencia de Pakistán, el grupo nunca fue realmente perseguido. De hecho, participó en las operaciones de rescate en el lado pakistaní de Cachemira tras el devastador terremoto de 2005.

De lo que no se dieron cuenta los estrategas pakistaníes fue que los grupos como el LET y el JuD tenían agendas locales también –convertir a Pakistán en una teocracia. Hafiz Saeed, el fundador del LET y actualmente líder del JuD, alguna vez declaró con orgullo que: “Creemos en el choque de las civilizaciones, y nuestra jihad continuará hasta que el Islam se convierta en la religión dominante”.

El JuD, junto con otros grupos de ideas semejantes, radicalizó a miles de jóvenes pakistaníes. A través de su página Web y sus publicaciones impresas, también desafió continuamente las enseñanzas de los místicos sufi que llevaron originalmente el Islam al Sur de Asia promoviendo el pluralismo y el amor a la humanidad.

Aun cuando exija acciones severas contra el JuD, la India debe reconocer que Pakistán es también víctima del terrorismo. Lo único que se conseguirá con un enfrentamiento militar con Pakistán será fortalecer a los radicales pakistaníes. La India también debe volver la mirada al interior puesto que la violencia antimusulmana en Gujarat y las actividades de los grupos fundamentalistas hindúes han creado potencialmente oportunidades de reclutamiento para los extremistas musulmanes dentro del país. Una solución amistosa al conflicto de Cachemira ayudará a mejorar las perspectivas de paz en el Sur de Asia.

En el caso de Pakistán se necesitará un esfuerzo concertado y sostenido contra todos los grupos extremistas que operan en el país. Se debe desmantelar a los militantes de todo tipo por completo y de forma transparente. Igualmente importante para Pakistán es ampliar y reformar su sistema de educación pública y mejorar los servicios básicos para que los grupos radicales no puedan atraer a los jóvenes a sus redes educativas y de bienestar. De otra forma, el statu quo puede amenazar seriamente el futuro de Pakistán –y del Sur de Asia.

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