SEÚL – El terreno geopolítico en el noreste de Asia está cambiando y, afortunadamente, las dos grandes democracias de la región, Japón y Corea del Sur, avanzan en una dirección similar. Si se impone un liderazgo prudente y estratégico tanto en Tokio como en Seúl, la enemistad histórica entre los dos países tal vez quede, finalmente, relegada al pasado y quizá mejore la seguridad en toda la región del Indo-Pacífico.
El catalizador para reducir la fricción diplomática bilateral -un problema que data de los tiempos de la Segunda Guerra Mundial- fue la investidura de Yoon Seok-yul como presidente de la República de Corea en mayo pasado. Con la llegada de Yoon a la presidencia, la búsqueda de un “equilibrio” quimérico en las relaciones con China y Estados Unidos -que en otro momento fue un foco central de la política exterior de Corea del Sur- ha dado lugar a una evaluación más clara de las necesidades de seguridad del país.
La invasión de Ucrania por parte de Rusia representó una toma de conciencia difícil para Yoon, y para muchos surcoreanos en todo el espectro político. El respaldo que recibió el comportamiento criminal del presidente ruso, Vladimir Putin, por parte de China y otros países hizo que la guerra pusiera en duda toda la arquitectura de seguridad internacional. Si a esto le sumamos la creciente amenaza nuclear norcoreana, la rivalidad sino-norteamericana cada vez más intensa y el riesgo de que China imite la invasión de Rusia con una medida similar contra Taiwán, Yoon tuvo pruebas más que suficientes de que la seguridad nacional surcoreana necesita lazos más estrechos tanto con Estados Unidos como con Japón.
Sin embargo, si bien Estados Unidos y Japón han adquirido una posición más prominente en la mente de los estrategas surcoreanos, el gobierno de Yoon no ha dado la espalda a las relaciones con China. Por el contrario, su administración sigue focalizada en limitar las tensiones y asegurar la asistencia de China a la hora de frenar al líder díscolo de Corea del Norte, Kim Jong-un. Pero, a diferencia de su antecesor, Moon Jae-in, Yoon no cree que Corea del Sur necesite crear una falsa sensación de distancia de Estados Unidos para fomentar las relaciones con el presidente chino, Xi Jinping.
Para Yoon, reconocer las nuevas necesidades de seguridad nacional de Corea del Sur ha significado adoptar una postura diplomática más activa y orientada hacia el exterior. Quiere posicionar a Corea del Sur como un actor decisivo para mantener el orden internacional, y no tanto como una pequeña potencia regional preocupada exclusivamente por las relaciones en la Península de Corea.
Un problema para Yoon, cuyo margen de victoria sobre su oponente más de izquierda fue de apenas el 0,74%, es el nivel de apoyo político doméstico a un giro importante en materia de política exterior. Dado el sistema político de todo para el ganador que impera en Corea del Sur, en el que los presidentes están limitados a un solo mandato de cinco años, muchos temen que cualquier cambio relevante en el terreno de la política exterior pueda revertirse sumariamente en 2027. Considerando que la próxima elección presidencial recién se llevará a cabo entonces, Yoon tiene tiempo para garantizar ese tipo de consenso si hace todo lo posible para lograrlo.
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De manera que, a pesar de todo lo importante que parezca la reorientación estratégica de Corea del Sur en el gobierno de Yoon, seguirá estando en terreno movedizo sin una institucionalización más formal, tanto en Corea del Sur como entre sus aliados, particularmente Japón y Estados Unidos. Es por eso que el gobierno de Yoon, en lugar de esperar a que Japón dé el primer paso (como suele suceder en la diplomacia surcoreana), se ha acercado y ha intentado revivir la calidez que caracterizó la relación entre el presidente surcoreano Kim Dae-jung y el primer ministro japonés Keizō Obuchi entre 1998 y 2000.
Es de esperar que este esfuerzo rinda sus frutos en breve. Pero la fortaleza de la relación bilateral, en definitiva, depende de la relación trilateral entre Japón, Corea del Sur y Estados Unidos, y hay muchas cosas más que estos tres países podrían estar haciendo para profundizar sus relaciones. Especialistas que participaron en una conferencia trilateral organizada por la Fundación Mansfield el verano pasado propusieron decenas de recomendaciones políticas. Por ejemplo, se podrían llevar a cabo encuentros regulares de los ministros de Defensa y de Relaciones Exteriores de los tres países (“cumbres 2+2+2”) para generar confianza, mejorar la coordinación de las políticas y desarrollar respuestas más efectivas para los riesgos compartidos, como la amenaza a la seguridad planteada por Corea del Norte.
También se puede intentar aplicar iniciativas conjuntas para generar confianza en sectores de investigación y desarrollo estratégicos como los semiconductores de próxima generación, la tecnología aeroespacial, las comunicaciones 5G y 6G, la inteligencia artificial y la informática cuántica. La Fundación Nacional de Ciencia de Estados Unidos, la Organización Japonesa de Desarrollo de Nueva Energía y Tecnología Industrial y la Fundación Nacional de Investigación de Corea podrían coordinar sus esfuerzos en estos terrenos.
De igual importancia son los vínculos interpersonales más profundos entre los tres países. Por ejemplo, programas de intercambio -especialmente para los jóvenes, las figuras mediáticas y otros “influenciadores”- podrían ayudar a crear una comunidad compartida y a generar un mayor respaldo público de una alianza trilateral cada vez más profunda.
En términos más generales, Corea del Sur también necesitará fortalecer su participación en instituciones y redes multilaterales, para poder trabajar en conjunto con otros países a fin de ofrecer bienes públicos internacionales, mitigar los problemas de las cadenas de suministro y abordar otras cuestiones globales. Quizás el organismo más importante que Corea del Sur podría aspirar a integrar es el grupo de democracias del Indo-Pacífico conocido como el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (Quad), que incluye a Australia, Japón, India y Estados Unidos.
Si bien los miembros del Quad actualmente carecen de voluntad política para expandirse, la oportunidad de anexar a Corea del Sur no se debería desaprovechar. Corea del Sur también debería intentar integrar otras redes internacionales multilaterales vitales como el G7; la iniciativa del Marco Económico del Indopacífico del presidente norteamericano, Joe Biden; la Alianza Chip 4 (Estados Unidos, Japón, Corea del Sur y Taiwán), destinada a fortalecer el control y facilitar el acceso a la producción de semiconductores; y el Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico, el vasto bloque comercial TransPacífico.
Hará falta un liderazgo sólido y ambicioso en Corea del Sur y Japón para aprovechar estas oportunidades y para movilizar a redes regionales y globales más amplias. Pero, como suele suceder, se necesita del liderazgo norteamericano para mantener el dinamismo actual.
La Estrategia de Seguridad Nacional de 2022 de Estados Unidos reclama una inversión en poder nacional en el país y una alineación con aliados y socios para superar a China y restringir a Rusia. Pero la administración Biden todavía no tiene un plan efectivo para unir a aliados y a países con interese similares detrás de objetivos de seguridad compartidos.
Una explicación es la incapacidad tradicional de Estados Unidos para considerar el impacto de sus políticas domésticas en sus intereses de política exterior. Por ejemplo, Francia, Corea del Sur y otros países han venido quejándose enérgicamente de ser excluidos de las nuevas políticas industriales norteamericanas (como los créditos fiscales de la Ley de Reducción de la Inflación para vehículos eléctricos producidos en Estados Unidos).
Si bien Biden ha prometido abordar estas cuestiones, debe hacerlo con celeridad. Las alianzas, después de todo, se construyen en base a la confianza. Y la confianza será el ingrediente esencial a la hora de forjar una alianza de seguridad digna de las grandes democracias de Asia.
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While "globalization" typically conjures images of long-distance trade and migration, the concept also encompasses health, the climate, and other forms of international interdependence. The perverse irony is that an anti-globalist America may end up limiting the beneficial forms while amplifying the harmful ones.
worries that we will end up with only harmful long-distance dependencies, rather than beneficial ones.
Though Donald Trump attracted more support than ever from working-class voters in the 2024 US presidential election, he has long embraced an agenda that benefits the wealthiest Americans above all. During his second term, however, Trump seems committed not just to serving America’s ultra-rich, but to letting them wield state power themselves.
Given the United Kingdom’s poor investment performance over the past 30 years, any government would need time and luck to turn things around. For so many critics and commentators to trash the current government’s growth agenda before it has even been launched is counterproductive, if not dangerous.
sees promise in the current government’s economic-policy plan despite its imperfections.
SEÚL – El terreno geopolítico en el noreste de Asia está cambiando y, afortunadamente, las dos grandes democracias de la región, Japón y Corea del Sur, avanzan en una dirección similar. Si se impone un liderazgo prudente y estratégico tanto en Tokio como en Seúl, la enemistad histórica entre los dos países tal vez quede, finalmente, relegada al pasado y quizá mejore la seguridad en toda la región del Indo-Pacífico.
El catalizador para reducir la fricción diplomática bilateral -un problema que data de los tiempos de la Segunda Guerra Mundial- fue la investidura de Yoon Seok-yul como presidente de la República de Corea en mayo pasado. Con la llegada de Yoon a la presidencia, la búsqueda de un “equilibrio” quimérico en las relaciones con China y Estados Unidos -que en otro momento fue un foco central de la política exterior de Corea del Sur- ha dado lugar a una evaluación más clara de las necesidades de seguridad del país.
La invasión de Ucrania por parte de Rusia representó una toma de conciencia difícil para Yoon, y para muchos surcoreanos en todo el espectro político. El respaldo que recibió el comportamiento criminal del presidente ruso, Vladimir Putin, por parte de China y otros países hizo que la guerra pusiera en duda toda la arquitectura de seguridad internacional. Si a esto le sumamos la creciente amenaza nuclear norcoreana, la rivalidad sino-norteamericana cada vez más intensa y el riesgo de que China imite la invasión de Rusia con una medida similar contra Taiwán, Yoon tuvo pruebas más que suficientes de que la seguridad nacional surcoreana necesita lazos más estrechos tanto con Estados Unidos como con Japón.
Sin embargo, si bien Estados Unidos y Japón han adquirido una posición más prominente en la mente de los estrategas surcoreanos, el gobierno de Yoon no ha dado la espalda a las relaciones con China. Por el contrario, su administración sigue focalizada en limitar las tensiones y asegurar la asistencia de China a la hora de frenar al líder díscolo de Corea del Norte, Kim Jong-un. Pero, a diferencia de su antecesor, Moon Jae-in, Yoon no cree que Corea del Sur necesite crear una falsa sensación de distancia de Estados Unidos para fomentar las relaciones con el presidente chino, Xi Jinping.
Para Yoon, reconocer las nuevas necesidades de seguridad nacional de Corea del Sur ha significado adoptar una postura diplomática más activa y orientada hacia el exterior. Quiere posicionar a Corea del Sur como un actor decisivo para mantener el orden internacional, y no tanto como una pequeña potencia regional preocupada exclusivamente por las relaciones en la Península de Corea.
Un problema para Yoon, cuyo margen de victoria sobre su oponente más de izquierda fue de apenas el 0,74%, es el nivel de apoyo político doméstico a un giro importante en materia de política exterior. Dado el sistema político de todo para el ganador que impera en Corea del Sur, en el que los presidentes están limitados a un solo mandato de cinco años, muchos temen que cualquier cambio relevante en el terreno de la política exterior pueda revertirse sumariamente en 2027. Considerando que la próxima elección presidencial recién se llevará a cabo entonces, Yoon tiene tiempo para garantizar ese tipo de consenso si hace todo lo posible para lograrlo.
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De manera que, a pesar de todo lo importante que parezca la reorientación estratégica de Corea del Sur en el gobierno de Yoon, seguirá estando en terreno movedizo sin una institucionalización más formal, tanto en Corea del Sur como entre sus aliados, particularmente Japón y Estados Unidos. Es por eso que el gobierno de Yoon, en lugar de esperar a que Japón dé el primer paso (como suele suceder en la diplomacia surcoreana), se ha acercado y ha intentado revivir la calidez que caracterizó la relación entre el presidente surcoreano Kim Dae-jung y el primer ministro japonés Keizō Obuchi entre 1998 y 2000.
Es de esperar que este esfuerzo rinda sus frutos en breve. Pero la fortaleza de la relación bilateral, en definitiva, depende de la relación trilateral entre Japón, Corea del Sur y Estados Unidos, y hay muchas cosas más que estos tres países podrían estar haciendo para profundizar sus relaciones. Especialistas que participaron en una conferencia trilateral organizada por la Fundación Mansfield el verano pasado propusieron decenas de recomendaciones políticas. Por ejemplo, se podrían llevar a cabo encuentros regulares de los ministros de Defensa y de Relaciones Exteriores de los tres países (“cumbres 2+2+2”) para generar confianza, mejorar la coordinación de las políticas y desarrollar respuestas más efectivas para los riesgos compartidos, como la amenaza a la seguridad planteada por Corea del Norte.
También se puede intentar aplicar iniciativas conjuntas para generar confianza en sectores de investigación y desarrollo estratégicos como los semiconductores de próxima generación, la tecnología aeroespacial, las comunicaciones 5G y 6G, la inteligencia artificial y la informática cuántica. La Fundación Nacional de Ciencia de Estados Unidos, la Organización Japonesa de Desarrollo de Nueva Energía y Tecnología Industrial y la Fundación Nacional de Investigación de Corea podrían coordinar sus esfuerzos en estos terrenos.
De igual importancia son los vínculos interpersonales más profundos entre los tres países. Por ejemplo, programas de intercambio -especialmente para los jóvenes, las figuras mediáticas y otros “influenciadores”- podrían ayudar a crear una comunidad compartida y a generar un mayor respaldo público de una alianza trilateral cada vez más profunda.
En términos más generales, Corea del Sur también necesitará fortalecer su participación en instituciones y redes multilaterales, para poder trabajar en conjunto con otros países a fin de ofrecer bienes públicos internacionales, mitigar los problemas de las cadenas de suministro y abordar otras cuestiones globales. Quizás el organismo más importante que Corea del Sur podría aspirar a integrar es el grupo de democracias del Indo-Pacífico conocido como el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (Quad), que incluye a Australia, Japón, India y Estados Unidos.
Si bien los miembros del Quad actualmente carecen de voluntad política para expandirse, la oportunidad de anexar a Corea del Sur no se debería desaprovechar. Corea del Sur también debería intentar integrar otras redes internacionales multilaterales vitales como el G7; la iniciativa del Marco Económico del Indopacífico del presidente norteamericano, Joe Biden; la Alianza Chip 4 (Estados Unidos, Japón, Corea del Sur y Taiwán), destinada a fortalecer el control y facilitar el acceso a la producción de semiconductores; y el Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico, el vasto bloque comercial TransPacífico.
Hará falta un liderazgo sólido y ambicioso en Corea del Sur y Japón para aprovechar estas oportunidades y para movilizar a redes regionales y globales más amplias. Pero, como suele suceder, se necesita del liderazgo norteamericano para mantener el dinamismo actual.
La Estrategia de Seguridad Nacional de 2022 de Estados Unidos reclama una inversión en poder nacional en el país y una alineación con aliados y socios para superar a China y restringir a Rusia. Pero la administración Biden todavía no tiene un plan efectivo para unir a aliados y a países con interese similares detrás de objetivos de seguridad compartidos.
Una explicación es la incapacidad tradicional de Estados Unidos para considerar el impacto de sus políticas domésticas en sus intereses de política exterior. Por ejemplo, Francia, Corea del Sur y otros países han venido quejándose enérgicamente de ser excluidos de las nuevas políticas industriales norteamericanas (como los créditos fiscales de la Ley de Reducción de la Inflación para vehículos eléctricos producidos en Estados Unidos).
Si bien Biden ha prometido abordar estas cuestiones, debe hacerlo con celeridad. Las alianzas, después de todo, se construyen en base a la confianza. Y la confianza será el ingrediente esencial a la hora de forjar una alianza de seguridad digna de las grandes democracias de Asia.