La anticuada independencia de los bancos centrales

BUENOS AIRES – La crisis financiera mundial ha planteado cuestiones fundamentales sobre los mandatos de los bancos centrales. En los últimos decenios, la mayoría de los bancos centrales se han centrado en la estabilidad de los precios como único y primordial objetivo. Con ello han apoyado la preponderancia de los “objetivos de inflación” como marco normativo preferente para la política monetaria y, a su vez, han propiciado la independencia operativa de los bancos centrales. Esa política ha dado resultado: la disciplina impuesta por la concentración estricta y rigurosa en un único objetivo ha permitido a las autoridades controlar –y vencer– la inflación.

Pero, a consecuencia de ese estricto planteamiento, las autoridades desatendieron la formación de burbujas de precios de los activos y los productos básicos y pasaron por alto la inestabilidad resultante en el sector bancario, cosa que por sí sola requiere un examen de la eficacia global de los objetivos de inflación. Además, después de que estallara la crisis financiera los bancos centrales se sintieron cada vez más obligados a abandonar los objetivos de inflación y a aplicar una infinidad de medidas monetarias heterodoxas para mitigar las consecuencias del desplome y facilitar la recuperación económica.

Como las economías avanzadas están luchando para evitar el colapso financiero, librarse de la recesión, reducir el desempleo y recuperar el crecimiento, se pide a los bancos centrales que aborden, a veces simultáneamente, los desequilibrios en aumento, lo que ha desencadenado la búsqueda de una nueva formulación radical de sus objetivos y ha despertado dudas sobre la idoneidad de mantener su independencia.

En particular, el comportamiento de los bancos centrales durante la crisis ha puesto en entredicho que el de los objetivos de inflación sea un marco eficaz en casos de crisis sistémicas y, más en general, que se pueda mantenerlos durante ciclos económicos enteros. Al fin y al cabo, un régimen normativo que deja de lado su único objetivo durante una crisis parece carecer de la capacidad para afrontar problemas inesperados. Los críticos consideran este síndrome de “camisa de fuerza de la crisis” el problema principal que entraña una política basada exclusivamente en los objetivos de inflación.

Si bien se pueden formular argumentos teóricos para justificar los recientes abandonos de la política ortodoxa, la realidad es que en el mundo posterior a la crisis los objetivos de los bancos centrales de los países avanzados ya no se limitan a la estabilidad de los precios. En los Estados Unidos, la Reserva Federal ha adoptado esencialmente un objetivo cuantitativo de empleo, mientras que en otros países se están debatiendo objetivos del PIB nominal y otras variables. Y la estabilidad financiera es una vez más un deber de los bancos centrales, incluido el Banco Central Europeo, más conservador.

Ese cambio hacia objetivos normativos múltiples reduce inevitablemente la independencia de los bancos centrales. Algunos analistas han afirmado recientemente que se debe a que, para lograr el crecimiento del PIB, la creación de puestos de trabajo y la estabilidad financiera, además del establecimiento de prioridades cuando surgen disyuntivas al respecto, hacen falta claramente decisiones políticas, que no deberían correr a cargo exclusivamente de funcionarios no elegidos democráticamente. Además, al reducir los tipos de interés casi a cero, la actual política monetaria de relajación cuantitativa (aumentar la masa monetaria comprando títulos públicos) tiene fuertes repercusiones, con frecuencia regresivas, en los ingresos. Los oponentes de la independencia de los bancos centrales sostienen que, dadas las consecuencias –en materia de asignación y distribución– de las intervenciones de política monetaria, la adopción de decisiones por parte de los bancos centrales debe estar sujeta a un control político.

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Pero ese argumento no tiene en cuenta un detalle importante. Si bien es cierto que los objetivos normativos múltiples suelen intensificar el carácter políticamente delicado de las decisiones de los bancos centrales, centrarse sólo en la estabilidad de los precios tiene también consecuencias distributivas y repercusiones políticas importantes. En realidad, la politización es una cuestión de escala, no una transformación fundamental de la adopción de políticas monetarias.

La razón auténtica por la que la independencia de los bancos centrales suele crear un déficit democrático, cuando se aplica un régimen de política monetaria con multitud de objetivos, y por la que ha llegado a ser cada vez  más vulnerable es la de que los dos argumentos principales a su favor ya no son aplicables.

El primer argumento a favor de la independencia de los bancos centrales es el de que sin ella los políticos pueden aprovechar los efectos positivos a corto plazo de una política monetaria expansiva en época electoral, sin tener en cuenta sus consecuencias inflacionistas a largo plazo. (En cambio, en el caso de las políticas fiscal y de tipos de cambio raras veces se dan esas disyuntivas temporales, por lo que son difíciles de aprovechar para obtener beneficios políticos.) Pero este argumento resulta irrelevante cuando la de velar por la estabilidad de los precios ya no es la única misión de las autoridades monetarias.

El segundo argumento en pro de la independencia institucional es el de que los bancos centrales tienen una clara ventaja comparativa al abordar las cuestiones monetarias y, por tanto, se puede confiar en que perseguirán sus objetivos independientemente, pero no se puede hacer extensiva dicha ventaja a otros sectores normativos.

Como es probable que los bancos centrales sigan persiguiendo objetivos múltiples durante mucho tiempo, seguirá erosionándose su independencia. Mientras los gobiernos no invadan excesivamente el ámbito de adopción de decisiones de los bancos centrales, esa evolución restablecerá el equilibrio en la formulación de políticas y apoyará la coordinación normativa, en particular en momentos de tensión.

Para lograr un resultado positivo, las autoridades deben crear un marco totalmente transparente con “normas de intervención” muy precisas. Un marco estricto para permitir y al mismo tiempo limitar la intervención del Gobierno en la adopción de decisiones de los bancos centrales es particularmente decisiva en los mercados en ascenso, en vista de que en la mayoría de ellos la independencia de los bancos centrales ha contribuido no sólo a la erradicación de la inflación, sino también al fortalecimiento institucional.

La independencia de los bancos centrales es una innovación institucional peculiar. Ciertos modelos teóricos aparentemente irrefutables tienen un paradigma subyacente que ha cambiado en gran medida y que, si se preserva, ha de causar problemas políticos graves. Aunque no les guste, las autoridades deben aceptar que la independencia de los bancos centrales seguirá debilitándose y deben prepararse para afrontar las consecuencias.

Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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