¿Son en Verdad Distintos los Valores del Islam?

Durante el año transcurrido desde los ataques terroristas del 11 de septiembre, los cuestionamientos acerca del islam -su naturaleza, su identidad, la amenaza potencial que representa para Occidente- se apoderaron del escenario central de los debates intelectuales y políticos. Mientras que los mayores conflictos del siglo XX, con el fascismo, el comunismo y otros "ismos", fueron ante todo ideológicos, el terrorismo del pasado 11 de septiembre, en cambio, revivió al espectro de las "guerras culturales" y los "choques de civilizaciones".

A menudo se argumenta en el mundo islámico que, como uno de los deberes fundamentales del musulmán es el Zakat (caridad con los pobres), la sociedad islámica está menos atomizada, lo que limita la desigualdad y la exclusión social. Al mismo tiempo, los observadores occidentales con frecuencia ven en el islam una fe que desdeña la libertad personal, especialmente la de la mujer. Oriana Fallaci publicó una larga perorata en ese tono poco tiempo después de los ataques.

En el terreno, los hechos sí parecen apoyar tales percepciones. Los países musulmanes sí tienden a caracterizarse por niveles más bajos de desigualdad y de criminalidad (una buena ruta hacia la exclusión social) que otros países que se encuentran en etapas similares de desarrollo económico, como los países católicos de América Latina. ¿Pero nos dicen las frías estadísticas acerca del ingreso promedio algo realmente significativo?

No, según el politólogo Francis Fukuyama, quien sugiere que los escenarios sociales particulares (incluyendo los niveles de ingreso) resultan del hecho de que los países se encuentran en distintas etapas de un proceso de modernización dentro del cual todas las personas y las sociedades convergen en el camino hacia un grupo de valores universales. Samuel Huntington, de la Universidad de Harvard, también considera que tales comparaciones están mal planteadas, pero no está de acuerdo con Fukuyama en cuanto al diagnóstico.

Huntington encuentra un cierto mecanismo siniestro en las entrañas del islam, pues piensa que los escenarios sociales del islam no reflejan su nivel de modernidad, sino los dogmas de su fe. Debido a que en el islam hay una fusión mesiánica de las dimensiones política, religiosa y cultural, dice Huntington, el Occidente y el islam están destinados a "chocar" entre sí porque los dos sistemas son fundamentalmente irreconciliables.

Pero si lo que queremos es descubrir el papel que tiene una religión como el islam en la determinación de la forma fundamental de una sociedad, sin duda estaremos en mal camino si hacemos comparaciones entre países o regiones globales distintas. Necesitamos ver a los individuos al interior de un solo país para entender el verdadero poder que los "valores islámicos" tienen en la formación de una sociedad. Para hacerlo necesitamos un país que cuente con profundas grietas religiosas entre el islam y el cristianismo y, a diferencia del "hervidero" de Estados Unidos, también con una mezcla limitada entre grupos sociales.

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Dos estudios que conduje con algunos colegas de la Universidad de Beirut utilizan al Líbano para examinar la relación entre la religión y tales características sociales y culturales como la desigualdad, la preferencia por tener hijos varones y el grado en el que la mujer participa en el mercado laboral. El Líbano es un laboratorio social ideal porque tiene un gran número de grupos religiosos segregados geográficamente y fronteras comunales fuertemente delimitadas.

En efecto, lo que divide a la población no es sólo la religión. Algunos libaneses se consideran fenicios más que árabes y argumentan que tienen una mayor afinidad cultural con Francia que con el mundo árabe.

En ese estudio examinamos a los maronitas cristianos (cuyas creencias son similares a las del catolicismo romano), a los sunnitas musulmanes (la religión oficial de la mayoría de los países árabes) y a los shiítas musulmanes (la religión oficial de Irán y del movimiento Hizbullah del Líbano) y no encontramos evidencia de una menor desigualdad entre los musulmanes o de una menor discriminación de la mujer entre los cristianos. Si los valores islámicos fuesen tan fatídicos como sugiere Huntington, debería de haber profundas diferencias entre esas comunidades en cuanto a la desigualdad y al trato de la mujer.

Nuestro estudio de la religión y la desigualdad social en el Líbano examinó la movilidad social más que la desigualdad general. Esto se debe a que las sociedades en las que las oportunidades y la desigualdad se heredan son consideradas menos justas que las sociedades en las que los antecedentes familiares revisten menor importancia. La movilidad social en el Líbano, parece, es extremadamente baja, mientras que los antecedentes familiares son un factor clave en la determinación de los escenarios sociales.

Eso puede explicar por qué las personas que se gradúan de las universidades, sean de la fe que sean, a menudo incluyen el nombre y la profesión de sus padres en sus currículums vitae, o por qué una de las primeras palabras árabes que un extranjero aprende cuando se establece en el Líbano es wasta (conexiones). Además, las clases media y alta de los maronitas cristianos y de los shiítas musulmanes tienden a tener niveles similares de movilidad social. En ambos grupos esa movilidad social es más alta que la de los sunnitas musulmanes. Esto representa otro punto en contra de la noción del supuesto poder abrumador que tiene el islam para determinar las condiciones prevalecientes en una sociedad.

La posición de la mujer tampoco parece ser determinada principalmente por la adherencia al islam. En efecto, descubrimos que todas las familias libanesas tienen una marcada tendencia a preferir los hijos a las hijas. Las familias que tienen dos hijas tienen 9% más probabilidad de tener un tercer niño que las familias que ya tienen dos hijos varones. Estadísticamente, esa es una diferencia inmensa, nueve veces mayor que en los Estados Unidos.

Sin duda, tal y como nuestra investigación inicial no reveló evidencia de una relativa equidad musulmana, tampoco descubrió diferencias entre cristianos y musulmanes en cuanto a la preferencia de hijos varones. Si acaso mostró algo, es que la predisposición a tener hijos varones es más fuerte entre las familias cristianas.

Lo mismo es verdadero para la participación de la mujer en el mercado laboral, que en el Líbano está en un nivel bajo pero es uniforme en todos los grupos religiosos. Aunque esto no garantiza que no haya una relación entre la religión y la discriminación de la mujer, sí sugiere que si tal lazo existe no se relaciona con la participación de la mujer en el mercado laboral ni con la preferencia por hijos varones.

Claro, es imposible refutar la idea de que los distintos países tienen valores diversos. Después de todo, Líbano sí tiene una baja movilidad social, una baja participación de la mujer en el mercado laboral y una fuerte preferencia por los hijos varones, mientras que en otros países esto no sucede. Nuestro trabajo, sin embargo, favorece fuertemente la teoría de Fukuyama de que la cultura y los valores ocupan un lugar secundario ante el nivel de modernidad de un país cuando se trata de las condiciones sociales que en él prevalecen. Entonces, si el mundo islámico es distinto que Occidente, lo es gracias a sus antecedentes, no gracias a que es musulmán.

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