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Hay que hablar de la supervisión bancaria

LONDRES – El capital bancario volvió a ocupar los titulares financieros. A fines de julio, los reguladores bancarios estadounidenses, liderados por la Reserva Federal, anunciaron planes para finalizar las reformas llamadas «de Basilea III» (que los bancos suelen llamar de Basilea IV debido a lo significativo de su impacto). Su objetivo, según una propuesta conjunta de las agencias, es «mejorar la fortaleza y capacidad de recuperación del sistema bancario» mediante la modificación de los requisitos para las empresas de capitalización elevada —para reflejar mejor los riesgos subyacentes—, y la aplicación de requisitos más transparentes y coherentes.

Las propuestas que anunciaron son más duras de lo que muchos esperaban: afectarán a más bancos —entre ellos, algunos que se beneficiaron con las concesiones de la era de Trump— y los obligarán a incluir las pérdidas no realizadas de los valores en sus coeficientes de capital (entre otros cambios). En términos generales, los reguladores estadounidenses prevén que los bancos más complejos aumentarán su capital un 16 %.

Claramente, el colapso del Silicon Valley Bank en la pasada primavera boreal envalentonó a los supervisores bancarios estadounidenses, encabezados por el vicepresidente de la Fed, Michael S. Barr. Pero aunque hubo cambios en el humor político después de ese evento embarazoso, subsiste una feroz oposición a las nuevas regulaciones. La semana pasada David Solomon, director ejecutivo de Goldman Sachs, advirtió que «las nuevas normas sobre capitales se excedieron [...] afectarán al crecimiento económico sin mejorar significativamente la seguridad o la solidez». Del mismo modo, el director ejecutivo de JPMorgan Chase, Jamie Dimon, cree que aumentarán el costo del crédito y podrían llevar a que los bancos dejen de resultar atractivos para los inversores.

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