SÃO PAULO – Los inversores internacionales están prestando mucha atención al Brasil, cuando sus ciudadanos se preparan para votar en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del próximo 26 de octubre. Su voto no sólo decidirá quién será el nuevo Presidente del país; también puede determinar el futuro del Banco Central del Brasil (BCB) y, por tanto, la trayectoria macroeconómica del país.
Aunque la Presidenta actual, Dilma Rousseff, apoya el marco institucional vigente del BCB, sus oponentes sostienen que la política monetaria adolece de interferencias políticas y la forma mejor de abordarlas sería concediendo una mayor autonomía al BCB, pero ningún candidato ha presentado aún una propuesta de reforma que reduzca el margen de las interferencias políticas y al tiempo garantice una mayor rendición de cuentas y fomente la estabilidad financiera. Para que el Brasil mantenga un crecimiento económico fuerte y estable, habrá que mejorar el funcionamiento del Banco Central.
La política monetaria lleva mucho tiempo desempeñando un papel importante en la política brasileña. Durante el proceso de democratización de los decenios de 1980 y 1990, los sucesivos gobiernos intentaron domeñar la hiperinflación, que llegó a ser de 2.477 por ciento en 1993. Con la introducción del “plan Real”, lanzado en 1994, se consiguió suprimir el aumento anual de los precios hasta un “aceptable” 22 por ciento en el año siguiente. Gracias al éxito del plan, su arquitecto, Fernando Henrique Cardoso, ex ministro de Economía, fue elegido dos veces Presidente (en 1994 y 1998), lo que subrayó el interés de los votantes por la estabilidad de los precios.
Actualmente, cuando los banqueros centrales de los países en desarrollo están preocupados por la amenaza de la deflación, los políticos brasileños se ven una vez más obligados a responder a los temores generalizados a una aminoración del crecimiento y un regreso a la inflación elevada. Lamentablemente, los planes de los candidatos presidenciales para el BCB se quedan cortos respecto de lo que es necesario hacer. Históricamente, el Partido de los Trabajadores (PT) de Rousseff se ha resistido a conceder una autonomía reglamentaria y ha jugado claramente una carta populista durante la campaña, al sostener que la autonomía del BCB entregaría demasiada capacidad de control a los banqueros privados.
Marina Silva, la candidata del Partido Socialista, pidió una independencia reglamentaria del Banco, argumento posteriormente adoptado por el candidato del Partido Socialdemócrata (PSDB), Aécio Neves, quien ahora se enfrenta a Rousseff en la segunda vuelta de las elecciones, pero Neves quiere una autonomía operativa de facto, en lugar de reglamentaria, para el BCB. Como Cardoso, Neves está comprometido con la fijación de un objetivo de inflación, la creación de un superávit primario y el mantenimiento de un tipo de cambio flotante. Si bien esas políticas pueden fomentar la estabilidad de los precios, su propuesta desatiende las dos cuestiones más importantes para el BCB: la autonomía legal y unas reformas institucionales que garanticen la rendición de cuentas ante los ciudadanos.
Un compromiso legal con la autonomía del BCB contribuiría a la confianza en la divisa de un modo que no puede conseguir una autonomía oficiosa. Las estructuras legales tienen repercusiones directas en las perspectivas de inflación, porque la ley puede proporcionar una protección institucional a los bienes públicos, como, por ejemplo, la estabilidad financiera y de los precios. La reforma institucional, apropiadamente ideada y ejecutada, podría aumentar también la rendición de cuentas del BCB ante la sociedad en sentido amplio y al tiempo brindar protección contra la influencia y el mercadeo políticos por parte de los grandes bancos.
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El BCB está maduro para la reforma. Es una burocracia tecnocrática de cincuenta años de edad creada durante una dictadura militar, con pocos instrumentos para la rendición de cuentas política y social. Así, pues, la reforma institucional debe superar el insuficiente objetivo de la estabilidad de los precios del BCB, fijado conforme a un índice de inflación estrecho y que no refleja las experiencias de los consumidores brasileños de a pie. Por ejemplo, la tasa de inflación comunicada en 2013 ascendió al 5,9 por ciento (frente al objetivo del 4,5 por ciento), pero los precios de los alimentos, componente importante de la mayoría de los presupuestos de los hogares, subieron un 8,4 por ciento, con lo que afectaron con mayor dureza a los pobres. El gobierno de Russeff ha mantenido artificialmente baja la tasa de inflación comunicada conteniendo los precios de los servicios estatales.
La estabilidad de los precios debe ir acompañada de otros objetivos, en particular el de la estabilidad financiera, pero también, posiblemente, el del empleo. Rousseff frustró los intentos del Congreso de introducir dichos objetivos en 2011 y, naturalmente, se debería formularlos cuidadosamente para evitar los errores del pasado, pero, si se hace correctamente esa operación, una mayor panoplia de criterios con los que evaluar las políticas del BCB, aumentando la rendición de cuentas, fortalecería la legitimidad de la concesión de la autonomía legal a las autoridades.
También hay margen para que la reforma institucional fomente una mayor estabilidad financiera. La crisis financiera de 2008 y sus consecuencias subrayaron la anticuada concepción institucional del BCB. Éste no contó con el suficiente respaldo legal para adoptar las medidas necesarias para estabilizar el sistema financiero, lo que obligó al entonces Presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, a recurrir a varias medidas espectaculares, incluida la utilización del fondo de garantía de depósitos y los bancos de propiedad estatal para rescatar a entidades financieras fallidas. Lula afirmó que ese procedimiento ad hoc brindó al Brasil un grado de flexibilidad del que carecían otros países, pero no careció de costos, según dijo, y los resultados no fueron duraderos.
El rápido aumento de la deuda privada plantea preocupaciones mayores. Otros bancos centrales han reconocido la necesidad de nuevos instrumentos para garantizar la estabilidad financiera, cosa que debe hacer también el BCB. La claridad institucional del mandato del BCB en materia de estabilidad financiera y los instrumentos a su disposición podrían ayudar al Brasil a evitar crisis futuras... o al menos a capearlas más eficazmente.
Las elecciones presidenciales del Brasil parecen ofrecer dos opciones insatisfactorias: una continuación del status quo, con el BCB sometido a la influencia política, en el caso de que gane Rousseff, o un BCB oficiosamente autónomo con un aparato institucional anticuado, en el de que lo haga Neves. Sólo la propuesta inicial de Silva comprendía llamamientos en pro de de una reforma institucional de la política monetaria y la reglamentación financiera y no es seguro que su apoyo a Neves en la segunda vuelta haga cambiar a éste de opinión, en caso de que gane.
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Since Plato’s Republic 2,300 years ago, philosophers have understood the process by which demagogues come to power in free and fair elections, only to overthrow democracy and establish tyrannical rule. The process is straightforward, and we have now just watched it play out.
observes that philosophers since Plato have understood how tyrants come to power in free elections.
Despite being a criminal, a charlatan, and an aspiring dictator, Donald Trump has won not only the Electoral College, but also the popular vote – a feat he did not achieve in 2016 or 2020. A nihilistic voter base, profit-hungry business leaders, and craven Republican politicians are to blame.
points the finger at a nihilistic voter base, profit-hungry business leaders, and craven Republican politicians.
SÃO PAULO – Los inversores internacionales están prestando mucha atención al Brasil, cuando sus ciudadanos se preparan para votar en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del próximo 26 de octubre. Su voto no sólo decidirá quién será el nuevo Presidente del país; también puede determinar el futuro del Banco Central del Brasil (BCB) y, por tanto, la trayectoria macroeconómica del país.
Aunque la Presidenta actual, Dilma Rousseff, apoya el marco institucional vigente del BCB, sus oponentes sostienen que la política monetaria adolece de interferencias políticas y la forma mejor de abordarlas sería concediendo una mayor autonomía al BCB, pero ningún candidato ha presentado aún una propuesta de reforma que reduzca el margen de las interferencias políticas y al tiempo garantice una mayor rendición de cuentas y fomente la estabilidad financiera. Para que el Brasil mantenga un crecimiento económico fuerte y estable, habrá que mejorar el funcionamiento del Banco Central.
La política monetaria lleva mucho tiempo desempeñando un papel importante en la política brasileña. Durante el proceso de democratización de los decenios de 1980 y 1990, los sucesivos gobiernos intentaron domeñar la hiperinflación, que llegó a ser de 2.477 por ciento en 1993. Con la introducción del “plan Real”, lanzado en 1994, se consiguió suprimir el aumento anual de los precios hasta un “aceptable” 22 por ciento en el año siguiente. Gracias al éxito del plan, su arquitecto, Fernando Henrique Cardoso, ex ministro de Economía, fue elegido dos veces Presidente (en 1994 y 1998), lo que subrayó el interés de los votantes por la estabilidad de los precios.
Actualmente, cuando los banqueros centrales de los países en desarrollo están preocupados por la amenaza de la deflación, los políticos brasileños se ven una vez más obligados a responder a los temores generalizados a una aminoración del crecimiento y un regreso a la inflación elevada. Lamentablemente, los planes de los candidatos presidenciales para el BCB se quedan cortos respecto de lo que es necesario hacer. Históricamente, el Partido de los Trabajadores (PT) de Rousseff se ha resistido a conceder una autonomía reglamentaria y ha jugado claramente una carta populista durante la campaña, al sostener que la autonomía del BCB entregaría demasiada capacidad de control a los banqueros privados.
Marina Silva, la candidata del Partido Socialista, pidió una independencia reglamentaria del Banco, argumento posteriormente adoptado por el candidato del Partido Socialdemócrata (PSDB), Aécio Neves, quien ahora se enfrenta a Rousseff en la segunda vuelta de las elecciones, pero Neves quiere una autonomía operativa de facto, en lugar de reglamentaria, para el BCB. Como Cardoso, Neves está comprometido con la fijación de un objetivo de inflación, la creación de un superávit primario y el mantenimiento de un tipo de cambio flotante. Si bien esas políticas pueden fomentar la estabilidad de los precios, su propuesta desatiende las dos cuestiones más importantes para el BCB: la autonomía legal y unas reformas institucionales que garanticen la rendición de cuentas ante los ciudadanos.
Un compromiso legal con la autonomía del BCB contribuiría a la confianza en la divisa de un modo que no puede conseguir una autonomía oficiosa. Las estructuras legales tienen repercusiones directas en las perspectivas de inflación, porque la ley puede proporcionar una protección institucional a los bienes públicos, como, por ejemplo, la estabilidad financiera y de los precios. La reforma institucional, apropiadamente ideada y ejecutada, podría aumentar también la rendición de cuentas del BCB ante la sociedad en sentido amplio y al tiempo brindar protección contra la influencia y el mercadeo políticos por parte de los grandes bancos.
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La estabilidad de los precios debe ir acompañada de otros objetivos, en particular el de la estabilidad financiera, pero también, posiblemente, el del empleo. Rousseff frustró los intentos del Congreso de introducir dichos objetivos en 2011 y, naturalmente, se debería formularlos cuidadosamente para evitar los errores del pasado, pero, si se hace correctamente esa operación, una mayor panoplia de criterios con los que evaluar las políticas del BCB, aumentando la rendición de cuentas, fortalecería la legitimidad de la concesión de la autonomía legal a las autoridades.
También hay margen para que la reforma institucional fomente una mayor estabilidad financiera. La crisis financiera de 2008 y sus consecuencias subrayaron la anticuada concepción institucional del BCB. Éste no contó con el suficiente respaldo legal para adoptar las medidas necesarias para estabilizar el sistema financiero, lo que obligó al entonces Presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, a recurrir a varias medidas espectaculares, incluida la utilización del fondo de garantía de depósitos y los bancos de propiedad estatal para rescatar a entidades financieras fallidas. Lula afirmó que ese procedimiento ad hoc brindó al Brasil un grado de flexibilidad del que carecían otros países, pero no careció de costos, según dijo, y los resultados no fueron duraderos.
El rápido aumento de la deuda privada plantea preocupaciones mayores. Otros bancos centrales han reconocido la necesidad de nuevos instrumentos para garantizar la estabilidad financiera, cosa que debe hacer también el BCB. La claridad institucional del mandato del BCB en materia de estabilidad financiera y los instrumentos a su disposición podrían ayudar al Brasil a evitar crisis futuras... o al menos a capearlas más eficazmente.
Las elecciones presidenciales del Brasil parecen ofrecer dos opciones insatisfactorias: una continuación del status quo, con el BCB sometido a la influencia política, en el caso de que gane Rousseff, o un BCB oficiosamente autónomo con un aparato institucional anticuado, en el de que lo haga Neves. Sólo la propuesta inicial de Silva comprendía llamamientos en pro de de una reforma institucional de la política monetaria y la reglamentación financiera y no es seguro que su apoyo a Neves en la segunda vuelta haga cambiar a éste de opinión, en caso de que gane.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.