RÍO DE JANEIRO – Considerando que las ciudades enfrentarán tensiones e impactos climáticos desastrosos en los próximos años, uno creería que estarían tratando de implementar estrategias de mitigación y adaptación lo antes posible. Sin embargo, la mayoría de quienes residen en zonas urbanas son apenas conscientes de los riesgos, porque los alcaldes, administradores y ayuntamientos de las ciudades no recopilan ni analizan los tipos adecuados de información.
La mayoría de los gobiernos está adoptando estrategias para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), esto implica que las ciudades por doquier deben mejorar la recolección e interpretación de los datos climáticos. Más de 11 000 ciudades ya firmaron un pacto mundial para tratar de resolver el cambio climático y gestionar la transición hacia las energías limpias, y muchas procuran reducir las emisiones netas a cero antes de que sus contrapartes nacionales lo hagan. Sin embargo, prácticamente todas aún carecen de las herramientas básicas para medir sus avances.
Es urgente cerrar esta brecha, porque el cambio climático ya está perturbando a la ciudades en todo el mundo: olas de calor, incendios, tifones y huracanes asuelan las ciudades en casi todos los continentes; las ciudades costeras se ven azotadas por graves inundaciones vinculadas al aumento del nivel del mar; incluso se están repensando completamente algunas megaciudades y sus crecientes periferias (como ocurre con el plan de USD 34 000 millones para mudar Yakarta, la capital de Indonesia, a Borneo para 2024).
Sabemos que los planes de preparación para los problemas climáticos están estrechamente correlacionados con las inversiones en acción climática, entre ellas, las soluciones basadas en la naturaleza y la resiliencia sistemática. Pero las estrategias por sí solas no alcanzan, también debemos ampliar las plataformas de monitoreo basadas en datos. Estos sistemas alimentados por satélites y sensores pueden hacer un seguimiento de las temperaturas dentro y fuera de los edificios, alertar a los habitantes de la ciudades sobre problemas en la calidad del aire, y proporcionar información de alta resolución sobre las concentraciones de GEI específicos (dióxido de carbono y dióxido de nitrógeno) y material particulado.
Las empresas tecnológicas son quienes primero han ingresado a este mercado. Por ejemplo, el Environmental Insights Explorer (Explorador para la comprensión ambiental) de Google agrupa datos para los funcionarios municipales sobre las emisiones relacionadas con la construcción y el transporte, la calidad del aire y el potencial solar. Y proyectos como Climate Watch, Project AirView, Project Sunroof y la Red sobre Material Particulado en Superficie están proporcionando a los analistas urbanos datos históricos, registran la contaminación generada por los automóviles y las fugas de metano, e incluso ayudan a la gente a conocer el potencial que tienen sus hogares para generar energía solar.
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Pero vale la pena recordar que muchas iniciativas de datos climáticos del sector privado se crearon aprovechando programas de gran escala con apoyo público. La fuente de datos climáticos más conocida es la NASA, que usa datos de satélites y modelos meteorológicos y de dispersión química para rastrear las emisiones y predecir el movimiento de los elementos contaminantes. De manera similar, la Asociación Nacional Oceánica y Atmosférica de EE. UU. lleva a cabo el seguimiento de los incendios descontrolados y el smog (entre muchas otras cosas), y emite pronósticos basados en datos a través de su Centro Nacional para la Predicción Ambiental. Y en Europa, el Servicio de Monitoreo Atmosférico Copérnico genera pronósticos de cinco días basándose en su seguimiento de los aerosoles, los contaminantes atmosféricos, los GEI y los valores de los índices de UV.
Google Earth se convirtió en un recurso indispensable con su organización y buen uso de más de cuatro décadas de imágenes y datos históricos obtenidos principalmente de fuentes públicas. Dado que el sector privado viene aprovechando los datos desde hace años, la ciudades ya no tienen ninguna excusa para no hacerlo mismo. Una fuente con datos al nivel de ciudades y fácil acceso es el Sistema Mundial de Pronóstico e Información sobre la Calidad del Aire de la Organización Meteorológica Mundial, que registra desde las tormentas de polvo hastala contaminación por incendios y humo. Otro es la Plataforma Mundial del Medio Ambiente del Programa Ambiental de las Naciones Unidas, que ofrece pronósticos de alta resolución.
Algunas ciudades pioneras ya comenzaron a trabajar con proveedores de datos más pequeños como PlumeLabs, que genera datos sobre la calidad del aire con sensores distribuidos en forma local mediante la subcontratación masiva voluntaria. Pero aunque el acceso a los datos es fundamental, también lo son los métodos para aplicarlos en forma útil. Como están las cosas, los conjuntos de datos suelen estar fragmentados entre distintas plataformas, e incluso cuando los líderes urbanos aceptan que la emergencia climática requiere su atención, obtener información a partir de los datos detallados sigue siendo un desafío sobrecogedor. La ciudades están generando un coro de datos climáticos, pero aún no logran que cante bien.
Para crear un ecosistema de datos climáticos armonioso hace falta una plataforma accesible que consolide los diferentes indicadores. También hay que optimizar y estandarizar los datos para mejorar el monitoreo de qué ingresa a los sistemas, la información que producen, los resultados y los impactos. Una mejor gestión de los datos mejorará la toma de decisiones y empoderará al ciudadano común, y podría fomentar la colaboración y hasta la competencia de suma positiva entre ciudades. Las asociaciones públicas, privadas y filantrópicas pueden tener un efecto catalizador, como ocurrió cuando ciudades como Ámsterdam, Bristol, Chicago y Los Ángeles unieron fuerzas con el Grupo SecDev para crear un tablero de comando interactivo que registra la vulnerabilidad de la ciudades.
Existen, sin embargo, algunos riesgos vinculados con la consolidación y estandarización de los datos climáticos para las ciudades. Cuando los proveedores mundiales de tecnología saturan el mercado, pueden limitar la innovación local en la recolección y el análisis de datos. Además, si nos centramos excesivamente en un pequeño conjunto de indicadores para todas las ciudades, corremos el riesgo que plantea la Ley de Goodhart: cuando una medición se convierte en un objetivo, la gente trata de manipularla. Consideremos las metas diseñadas para reducir las emisiones vehiculares, cuyo resultado no fue la producción de automóviles con menos emisiones, sino automóviles diseñados para superar los controles de emisiones.
De manera similar, cuando los datos climáticos están más centralizados, podría haber mayores incentivos para que los intereses políticos y corporativos los sesguen a su favor mediante el cabildeo y otras actividades. Y los responsables de las políticas tendrán que asegurarse de mantener la privacidad y protección de los datos potencialmente sensibles o personalizados, y de que los conjuntos de datos y los algoritmos que alimentan eviten los sesgos estructurales y la discriminación.
La mayoría de estos peligros se pueden identificar tempranamente y evitar a través de la experimentación. Las ciudades pueden buscar estrategias originales y nuevos indicadores prometedores. Pero a menos que las ciudades amplíen sus sistemas de monitoreo y recopilación de datos, tendrán pocas probabilidades de cumplir sus metas climáticas. Un mejor análisis puede ayudar a impulsar la conciencia sobre los riesgos climáticos, optimizar las respuestas, y garantizar que las estrategias de mitigación y adaptación sean más equitativas. No podremos gestionar la crisis climática hasta que logremos medirla, y no podremos medirla hasta que no recopilemos y analicemos la información adecuada.
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RÍO DE JANEIRO – Considerando que las ciudades enfrentarán tensiones e impactos climáticos desastrosos en los próximos años, uno creería que estarían tratando de implementar estrategias de mitigación y adaptación lo antes posible. Sin embargo, la mayoría de quienes residen en zonas urbanas son apenas conscientes de los riesgos, porque los alcaldes, administradores y ayuntamientos de las ciudades no recopilan ni analizan los tipos adecuados de información.
La mayoría de los gobiernos está adoptando estrategias para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), esto implica que las ciudades por doquier deben mejorar la recolección e interpretación de los datos climáticos. Más de 11 000 ciudades ya firmaron un pacto mundial para tratar de resolver el cambio climático y gestionar la transición hacia las energías limpias, y muchas procuran reducir las emisiones netas a cero antes de que sus contrapartes nacionales lo hagan. Sin embargo, prácticamente todas aún carecen de las herramientas básicas para medir sus avances.
Es urgente cerrar esta brecha, porque el cambio climático ya está perturbando a la ciudades en todo el mundo: olas de calor, incendios, tifones y huracanes asuelan las ciudades en casi todos los continentes; las ciudades costeras se ven azotadas por graves inundaciones vinculadas al aumento del nivel del mar; incluso se están repensando completamente algunas megaciudades y sus crecientes periferias (como ocurre con el plan de USD 34 000 millones para mudar Yakarta, la capital de Indonesia, a Borneo para 2024).
Aún peor es que, aunque muchos gobiernos subnacionales están fijando nuevas y ambiciosas metas verdes, más del 40 % de las ciudades (que albergan unos 400 millones de personas) todavía no cuentan con estrategias significativas para prepararse para el cambio climático. Y este porcentaje es aún menor en África y Asia, donde se estima que ocurrirá el 90 % de la urbanización futura en las próximas tres décadas.
Sabemos que los planes de preparación para los problemas climáticos están estrechamente correlacionados con las inversiones en acción climática, entre ellas, las soluciones basadas en la naturaleza y la resiliencia sistemática. Pero las estrategias por sí solas no alcanzan, también debemos ampliar las plataformas de monitoreo basadas en datos. Estos sistemas alimentados por satélites y sensores pueden hacer un seguimiento de las temperaturas dentro y fuera de los edificios, alertar a los habitantes de la ciudades sobre problemas en la calidad del aire, y proporcionar información de alta resolución sobre las concentraciones de GEI específicos (dióxido de carbono y dióxido de nitrógeno) y material particulado.
Las empresas tecnológicas son quienes primero han ingresado a este mercado. Por ejemplo, el Environmental Insights Explorer (Explorador para la comprensión ambiental) de Google agrupa datos para los funcionarios municipales sobre las emisiones relacionadas con la construcción y el transporte, la calidad del aire y el potencial solar. Y proyectos como Climate Watch, Project AirView, Project Sunroof y la Red sobre Material Particulado en Superficie están proporcionando a los analistas urbanos datos históricos, registran la contaminación generada por los automóviles y las fugas de metano, e incluso ayudan a la gente a conocer el potencial que tienen sus hogares para generar energía solar.
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Pero vale la pena recordar que muchas iniciativas de datos climáticos del sector privado se crearon aprovechando programas de gran escala con apoyo público. La fuente de datos climáticos más conocida es la NASA, que usa datos de satélites y modelos meteorológicos y de dispersión química para rastrear las emisiones y predecir el movimiento de los elementos contaminantes. De manera similar, la Asociación Nacional Oceánica y Atmosférica de EE. UU. lleva a cabo el seguimiento de los incendios descontrolados y el smog (entre muchas otras cosas), y emite pronósticos basados en datos a través de su Centro Nacional para la Predicción Ambiental. Y en Europa, el Servicio de Monitoreo Atmosférico Copérnico genera pronósticos de cinco días basándose en su seguimiento de los aerosoles, los contaminantes atmosféricos, los GEI y los valores de los índices de UV.
Google Earth se convirtió en un recurso indispensable con su organización y buen uso de más de cuatro décadas de imágenes y datos históricos obtenidos principalmente de fuentes públicas. Dado que el sector privado viene aprovechando los datos desde hace años, la ciudades ya no tienen ninguna excusa para no hacerlo mismo. Una fuente con datos al nivel de ciudades y fácil acceso es el Sistema Mundial de Pronóstico e Información sobre la Calidad del Aire de la Organización Meteorológica Mundial, que registra desde las tormentas de polvo hasta la contaminación por incendios y humo. Otro es la Plataforma Mundial del Medio Ambiente del Programa Ambiental de las Naciones Unidas, que ofrece pronósticos de alta resolución.
Algunas ciudades pioneras ya comenzaron a trabajar con proveedores de datos más pequeños como PlumeLabs, que genera datos sobre la calidad del aire con sensores distribuidos en forma local mediante la subcontratación masiva voluntaria. Pero aunque el acceso a los datos es fundamental, también lo son los métodos para aplicarlos en forma útil. Como están las cosas, los conjuntos de datos suelen estar fragmentados entre distintas plataformas, e incluso cuando los líderes urbanos aceptan que la emergencia climática requiere su atención, obtener información a partir de los datos detallados sigue siendo un desafío sobrecogedor. La ciudades están generando un coro de datos climáticos, pero aún no logran que cante bien.
Para crear un ecosistema de datos climáticos armonioso hace falta una plataforma accesible que consolide los diferentes indicadores. También hay que optimizar y estandarizar los datos para mejorar el monitoreo de qué ingresa a los sistemas, la información que producen, los resultados y los impactos. Una mejor gestión de los datos mejorará la toma de decisiones y empoderará al ciudadano común, y podría fomentar la colaboración y hasta la competencia de suma positiva entre ciudades. Las asociaciones públicas, privadas y filantrópicas pueden tener un efecto catalizador, como ocurrió cuando ciudades como Ámsterdam, Bristol, Chicago y Los Ángeles unieron fuerzas con el Grupo SecDev para crear un tablero de comando interactivo que registra la vulnerabilidad de la ciudades.
Existen, sin embargo, algunos riesgos vinculados con la consolidación y estandarización de los datos climáticos para las ciudades. Cuando los proveedores mundiales de tecnología saturan el mercado, pueden limitar la innovación local en la recolección y el análisis de datos. Además, si nos centramos excesivamente en un pequeño conjunto de indicadores para todas las ciudades, corremos el riesgo que plantea la Ley de Goodhart: cuando una medición se convierte en un objetivo, la gente trata de manipularla. Consideremos las metas diseñadas para reducir las emisiones vehiculares, cuyo resultado no fue la producción de automóviles con menos emisiones, sino automóviles diseñados para superar los controles de emisiones.
De manera similar, cuando los datos climáticos están más centralizados, podría haber mayores incentivos para que los intereses políticos y corporativos los sesguen a su favor mediante el cabildeo y otras actividades. Y los responsables de las políticas tendrán que asegurarse de mantener la privacidad y protección de los datos potencialmente sensibles o personalizados, y de que los conjuntos de datos y los algoritmos que alimentan eviten los sesgos estructurales y la discriminación.
La mayoría de estos peligros se pueden identificar tempranamente y evitar a través de la experimentación. Las ciudades pueden buscar estrategias originales y nuevos indicadores prometedores. Pero a menos que las ciudades amplíen sus sistemas de monitoreo y recopilación de datos, tendrán pocas probabilidades de cumplir sus metas climáticas. Un mejor análisis puede ayudar a impulsar la conciencia sobre los riesgos climáticos, optimizar las respuestas, y garantizar que las estrategias de mitigación y adaptación sean más equitativas. No podremos gestionar la crisis climática hasta que logremos medirla, y no podremos medirla hasta que no recopilemos y analicemos la información adecuada.
Traducción al español por Ant-Translation