ESTOCOLMO/BRUSELAS/OSLO – Terribles presagios que hablan del inminente derrumbe de la civilización ya casi son un lugar común. ¡Calma, agoreros!
Sí, la humanidad enfrenta riesgos existenciales. En las próximas décadas, miles de millones de personas en las economías más pobres del mundo sufrirán los peores embates. Ahora mismo lo más probable es que el planeta cruce varios puntos de inflexión climáticos.
No hay dudas de que nos espera un futuro difícil, en el que una sucesión de shocks hará tambalear a los gobiernos de todo el mundo. Y es verdad que a los únicos que podemos culpar es a nosotros mismos; o para ser más exactos, a los más ricos de entre nosotros. Pero ¿es inevitable el colapso de nuestra civilización (irresponsable, llena de inventiva, a menudo desconcertante)? De ningún modo.
Como dijo esta semana Mia Mottley (primera ministra de Barbados) a los líderes mundiales reunidos en Egipto para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático: «Hemos sabido eliminar la esclavitud, encontrar una vacuna en dos años desde el inicio de una pandemia, llevar a un hombre a la Luna». Pero la única solución a la crisis actual que ofrecen los políticos es el crecimiento económico. Sin embargo, aunque el crecimiento es esencial para sacar de la pobreza a los países más pobres, lo que creará sociedades resilientes no es el aumento incesante de la riqueza, sino una mayor cohesión social, buena gobernanza y la capacidad de innovar.
Hace dos años, lanzamos la iniciativa Earth4All [La Tierra para todos], un esfuerzo colaborativo internacional en el que participan economistas, científicos y activistas, con el objetivo de examinar soluciones políticas que alejen a la humanidad del colapso y generen resiliencia. Ahora, presentamos nuestros hallazgos en un libro, Earth for All: A Survival Guide for Humanity.
En él exploramos dos escenarios: el escenario de «poco y tarde» y el del «gran salto». En ambos, la economía mundial sigue creciendo a lo largo de todo el siglo. En el primero, los ricos se enriquecen más y se distancian cada vez más de los pobres; aumentan las tensiones sociales; grandes perturbaciones provocan dificultades a los gobiernos; cada década trae consigo un mayor riesgo de colapso regional; es casi seguro que el aumento mundial de temperaturas alcance la catastrófica cifra de 2,5 °C, con enorme peligro para el mundo. Es la senda en la que estamos ahora.
At a time when democracy is under threat, there is an urgent need for incisive, informed analysis of the issues and questions driving the news – just what PS has always provided. Subscribe now and save $50 on a new subscription.
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Pero no es la única. Haciendo un esfuerzo extraordinario, las sociedades pueden convertirse en «economías del bienestar», más resilientes contra shocks, con menos tensiones sociales y con temperaturas mundiales que se estabilizan alrededor de los 2 °C. Ese es el «gran salto».
Los orígenes de Earth4All se remontan al informe Los límites del crecimiento, publicado hace cincuenta años por encargo del Club de Roma. En aquel momento, usando primitivos modelos informáticos los científicos pudieron demostrar que llegaría el día en que los limitados recursos de la Tierra no iban a soportar el peso del consumo material, y que habría una caída de la producción de alimentos seguida de una implosión poblacional. La conclusión de que sobrepasar los límites del planeta podía provocar un colapso sorprendió entonces a muchos. En los últimos cincuenta años, el mundo siguió la senda del peor escenario descrito en el informe, y ya comenzamos a ver profundas fracturas en los sistemas terrestres y dentro de las sociedades.
Pero estamos convencidos de que el futuro se construirá sobre la base del optimismo económico, y no la desesperación. La conclusión de nuestro análisis es que cualquier estrategia para la creación de sociedades justas y resilientes debe hacer algo en relación con la pobreza, la desigualdad, los desequilibrios de género, la inseguridad alimentaria y el acceso a la energía. La transformación que necesitamos depende de encarar todas esas cuestiones a un mismo tiempo.
Se necesita una redistribución de la riqueza que regenere la confianza en los sistemas democráticos, esencial para ampliar el respaldo político a las decisiones audaces que hay que tomar. Las medidas que proponemos, entre ellas un impuesto progresivo a los ingresos y a la riqueza, coordinación internacional impositiva y un dividendo básico universal, garantizarían que alrededor de 2030, el 10% más rico posea menos del 40% del ingreso nacional, con una reducción mayor de la desigualdad después de esa fecha. Además, la respuesta a la desigualdad de riqueza e ingresos debe ir de la mano de medidas que limiten la proporción exagerada que suponen los más ricos en la emisión de gases de efecto invernadero y el consumo de la biosfera. En tal sentido, un precio justo a las emisiones de carbono es un modo inteligente de redistribuir la riqueza y reducir las emisiones.
De no mediar cambios profundos, el caos climático, la inseguridad alimentaria y la pobreza generarán conflicto y agitación social en las regiones vulnerables, con efectos derrame en todo el mundo. Como advirtió Mottley en Sharm El‑Sheij, en 2050 puede haber mil millones de personas refugiadas. Es un cálculo razonable, ya que sin una gran reducción inmediata de las emisiones, las regiones mayoritariamente inhabitables que rodean el ecuador se ensancharán en las próximas décadas, alcanzando al hacerlo áreas muy pobladas. Entre los países que corren mayor riesgo hay algunos de los estados más frágiles y vulnerables de la Tierra: Egipto, Sudán, Nigeria, Yemen, Pakistán, Afganistán y las Filipinas.
Hoy puede parecer que un futuro en que la Tierra sea para todos sigue siendo inalcanzable. Pero hemos hallado que hay cierto margen para el optimismo. Es posible que hallamos llegado a un punto de inflexión social positivo: la gente quiere un cambio. Según nuestra encuesta mundial, el 74% de los habitantes de los países del G20 quiere que sus respectivos gobiernos reformen los sistemas económicos para priorizar el bienestar de las personas y la salud del planeta por encima de un énfasis excluyente en el crecimiento y las ganancias.
Es común que nuestra civilización haga lo correcto cuando se nos agotan las demás alternativas. Ya hemos llegado a ese punto. El futuro de la humanidad en el planeta será muchísimo más pacífico, próspero y seguro si hacemos todo lo que podamos para reconstruir las economías de modo tal que maximicen el bienestar y la resiliencia planetaria en vez del valor para los accionistas.
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South Korea's latest political crisis is further evidence that the 1987 constitution has outlived its usefulness. To facilitate better governance and bolster policy stability, the country must establish a new political framework that includes stronger checks on the president and fosters genuine power-sharing.
argues that breaking the cycle of political crises will require some fundamental reforms.
Among the major issues that will dominate attention in the next 12 months are the future of multilateralism, the ongoing wars in Ukraine and the Middle East, and the threats to global stability posed by geopolitical rivalries and Donald Trump’s second presidency. Advances in artificial intelligence, if regulated effectively, offer a glimmer of hope.
asked PS contributors to identify the national and global trends to look out for in the coming year.
ESTOCOLMO/BRUSELAS/OSLO – Terribles presagios que hablan del inminente derrumbe de la civilización ya casi son un lugar común. ¡Calma, agoreros!
Sí, la humanidad enfrenta riesgos existenciales. En las próximas décadas, miles de millones de personas en las economías más pobres del mundo sufrirán los peores embates. Ahora mismo lo más probable es que el planeta cruce varios puntos de inflexión climáticos.
No hay dudas de que nos espera un futuro difícil, en el que una sucesión de shocks hará tambalear a los gobiernos de todo el mundo. Y es verdad que a los únicos que podemos culpar es a nosotros mismos; o para ser más exactos, a los más ricos de entre nosotros. Pero ¿es inevitable el colapso de nuestra civilización (irresponsable, llena de inventiva, a menudo desconcertante)? De ningún modo.
Como dijo esta semana Mia Mottley (primera ministra de Barbados) a los líderes mundiales reunidos en Egipto para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático: «Hemos sabido eliminar la esclavitud, encontrar una vacuna en dos años desde el inicio de una pandemia, llevar a un hombre a la Luna». Pero la única solución a la crisis actual que ofrecen los políticos es el crecimiento económico. Sin embargo, aunque el crecimiento es esencial para sacar de la pobreza a los países más pobres, lo que creará sociedades resilientes no es el aumento incesante de la riqueza, sino una mayor cohesión social, buena gobernanza y la capacidad de innovar.
Hace dos años, lanzamos la iniciativa Earth4All [La Tierra para todos], un esfuerzo colaborativo internacional en el que participan economistas, científicos y activistas, con el objetivo de examinar soluciones políticas que alejen a la humanidad del colapso y generen resiliencia. Ahora, presentamos nuestros hallazgos en un libro, Earth for All: A Survival Guide for Humanity.
En él exploramos dos escenarios: el escenario de «poco y tarde» y el del «gran salto». En ambos, la economía mundial sigue creciendo a lo largo de todo el siglo. En el primero, los ricos se enriquecen más y se distancian cada vez más de los pobres; aumentan las tensiones sociales; grandes perturbaciones provocan dificultades a los gobiernos; cada década trae consigo un mayor riesgo de colapso regional; es casi seguro que el aumento mundial de temperaturas alcance la catastrófica cifra de 2,5 °C, con enorme peligro para el mundo. Es la senda en la que estamos ahora.
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Pero no es la única. Haciendo un esfuerzo extraordinario, las sociedades pueden convertirse en «economías del bienestar», más resilientes contra shocks, con menos tensiones sociales y con temperaturas mundiales que se estabilizan alrededor de los 2 °C. Ese es el «gran salto».
Los orígenes de Earth4All se remontan al informe Los límites del crecimiento, publicado hace cincuenta años por encargo del Club de Roma. En aquel momento, usando primitivos modelos informáticos los científicos pudieron demostrar que llegaría el día en que los limitados recursos de la Tierra no iban a soportar el peso del consumo material, y que habría una caída de la producción de alimentos seguida de una implosión poblacional. La conclusión de que sobrepasar los límites del planeta podía provocar un colapso sorprendió entonces a muchos. En los últimos cincuenta años, el mundo siguió la senda del peor escenario descrito en el informe, y ya comenzamos a ver profundas fracturas en los sistemas terrestres y dentro de las sociedades.
Pero estamos convencidos de que el futuro se construirá sobre la base del optimismo económico, y no la desesperación. La conclusión de nuestro análisis es que cualquier estrategia para la creación de sociedades justas y resilientes debe hacer algo en relación con la pobreza, la desigualdad, los desequilibrios de género, la inseguridad alimentaria y el acceso a la energía. La transformación que necesitamos depende de encarar todas esas cuestiones a un mismo tiempo.
Se necesita una redistribución de la riqueza que regenere la confianza en los sistemas democráticos, esencial para ampliar el respaldo político a las decisiones audaces que hay que tomar. Las medidas que proponemos, entre ellas un impuesto progresivo a los ingresos y a la riqueza, coordinación internacional impositiva y un dividendo básico universal, garantizarían que alrededor de 2030, el 10% más rico posea menos del 40% del ingreso nacional, con una reducción mayor de la desigualdad después de esa fecha. Además, la respuesta a la desigualdad de riqueza e ingresos debe ir de la mano de medidas que limiten la proporción exagerada que suponen los más ricos en la emisión de gases de efecto invernadero y el consumo de la biosfera. En tal sentido, un precio justo a las emisiones de carbono es un modo inteligente de redistribuir la riqueza y reducir las emisiones.
De no mediar cambios profundos, el caos climático, la inseguridad alimentaria y la pobreza generarán conflicto y agitación social en las regiones vulnerables, con efectos derrame en todo el mundo. Como advirtió Mottley en Sharm El‑Sheij, en 2050 puede haber mil millones de personas refugiadas. Es un cálculo razonable, ya que sin una gran reducción inmediata de las emisiones, las regiones mayoritariamente inhabitables que rodean el ecuador se ensancharán en las próximas décadas, alcanzando al hacerlo áreas muy pobladas. Entre los países que corren mayor riesgo hay algunos de los estados más frágiles y vulnerables de la Tierra: Egipto, Sudán, Nigeria, Yemen, Pakistán, Afganistán y las Filipinas.
Hoy puede parecer que un futuro en que la Tierra sea para todos sigue siendo inalcanzable. Pero hemos hallado que hay cierto margen para el optimismo. Es posible que hallamos llegado a un punto de inflexión social positivo: la gente quiere un cambio. Según nuestra encuesta mundial, el 74% de los habitantes de los países del G20 quiere que sus respectivos gobiernos reformen los sistemas económicos para priorizar el bienestar de las personas y la salud del planeta por encima de un énfasis excluyente en el crecimiento y las ganancias.
Es común que nuestra civilización haga lo correcto cuando se nos agotan las demás alternativas. Ya hemos llegado a ese punto. El futuro de la humanidad en el planeta será muchísimo más pacífico, próspero y seguro si hacemos todo lo que podamos para reconstruir las economías de modo tal que maximicen el bienestar y la resiliencia planetaria en vez del valor para los accionistas.
Traducción: Esteban Flamini