CAMBRIDGE – La invasión de Ucrania por parte de Rusia, y las sanciones de gran alcance que Estados Unidos y Europa le han impuesto a Rusia en respuesta a ello, han provocado alteraciones económicas en cuatro niveles: directas, multiplicadoras, indirectas y sistémicas. Para contener sus consecuencias de más largo plazo, debemos empezar a trabajar ahora en los planes de recuperación.
No hace falta decir que las economías ucraniana y rusa son las más afectadas. La actividad económica en Ucrania probablemente se contraiga mucho más de un tercio este año, agravando la crisis humanitaria que escala a pasos acelerados. La guerra ya ha arrojado más de 750 víctimas civiles y ha obligado a 1,5 millones de ucranianos a huir a países vecinos, mientras que otros millones se están desplazando internamente.
Si bien Rusia hoy no padece un sufrimiento humano o una destrucción física de gran escala, su economía también va a contraerse un tercio, debido a la severidad sin precedentes de las sanciones que se le aplican actualmente. En particular, un congelamiento de los activos del banco central y la exclusión de ciertos bancos rusos del SWIFT, el sistema de mensajes financieros que autoriza la mayoría de los pagos bancarios internacionales, están poniendo a la economía de rodillas, mientras que las “autosanciones” de los hogares y las empresas, desde Apple hasta BP, no hacen más que agravar el daño.
Rusia hoy va camino a restricciones severas por falta de divisas, una enorme escasez de productos, el colapso del rublo, atrasos en los pagos y la expectativa entre los hogares de que las cosas empeorarán en lugar de mejorar. Este panorama tiene mucho en común con lo que vi cuando visité Moscú en agosto de 1998.
Aún si la guerra terminara mañana, a estas economías les llevaría años recuperarse; y cuanto más continúe la guerra, mayor el daño, mayor el potencial de interacciones viciosas y ciclos adversos y más profundas las consecuencias.
En Ucrania, la infraestructura física y humana ha resultado seriamente afectada. El país seguramente contará con una enorme ayuda externa para su reconstrucción, durante la cual podría abordar las debilidades pasadas y construir nuevas estructuras y relaciones económicas en el país y en el exterior. Pero el proceso llevará tiempo y habrá sacudidas en el camino.
Por su parte, a Rusia le resultará difícil restablecer los lazos económicos, financieros e institucionales con el mundo exterior, particularmente Occidente. Esto obstaculizará la eventual recuperación económica, que dependerá de la implementación de una cantidad de restructuraciones internas complejas y costosas con dimensiones institucionales, políticas y sociales.
Pero las consecuencias económicas de la guerra no se limitarán a los países que la libran. Occidente ya ha empezado a sentir los efectos “estanflacionarios”. Las presiones inflacionarias existentes estarán acompañadas por un alza de los precios de las materias primas, entre ellas la energía y el trigo. Mientras tanto, ha comenzado una nueva ronda de alteraciones en las cadenas de suministro, y los costos del transporte están aumentando nuevamente. Es probable que las rutas comerciales alteradas ejerzan una mayor presión a la baja sobre el crecimiento.
La magnitud del daño que causan estos acontecimientos variará ampliamente, entre los países y al interior de los mismos. A falta de una respuesta política oportuna, las economías avanzadas deberían esperar un menor crecimiento, una mayor desigualdad y discrepancias más amplias del desempeño entre los países. En general, es probable que a Estados Unidos le vaya mejor que a Europa, que probablemente caiga en una recesión, debido a la mayor resiliencia y agilidad interna de la economía norteamericana, aunque el hecho de que la Reserva Federal de Estados Unidos no haya respondido a tiempo a la inflación el año pasado –un error político histórico- minará la flexibilidad en materia de políticas.
A ambos lados del Atlántico, tenemos que esperar una mayor volatilidad de mercado –por momentos, desestabilizadora-. Las pérdidas financieras serán mayores en Europa, y ciertos sectores –principalmente, ciertos bancos y compañías energéticas- se verán seriamente afectados.
La divergencia económica y financiera también aumentará en otras partes del mundo. Algunos productores de materias primas van a ganar mucho con los precios más altos de las exportaciones y así compensarán las pérdidas causadas por un menor crecimiento global. Pero una cantidad mucho mayor de países –especialmente aquellos ubicados cerca de las economías en desarrollo frágiles y en problemas- enfrentarán una presión de varias fuentes, entre ellas términos comerciales adversos, flujos migratorios, un dólar estadounidense fortalecido, una menor demanda global y una inestabilidad del mercado financiero.
A los importadores de materias primas les costará lidiar con alzas repentinas de los precios en general, que difícilmente puedan ser trasladadas a los consumidores o subsidiadas. El potencial impacto podría incluir más reestructuraciones de deuda. A menos que los responsables de las políticas implementen respuestas oportunas, las economías más débiles enfrentan la perspectiva de disturbios vinculados a los alimentos.
Luego está el futuro del multilateralismo, el cuarto efecto colateral. En el corto plazo, Occidente ha reafirmado su dominio en el sistema internacional que construyó luego de la Segunda Guerra Mundial. Pero debería esperar un serio desafío a más largo plazo como consecuencia de una intensificación del esfuerzo liderado por China para construir un sistema alternativo de a un ladrillo económico o financiero a la vez.
Suele decirse que en cada crisis profunda reside una gran oportunidad. Si bien es imperativo que los países sigan uniéndose para oponerse a la invasión ilegal de Ucrania por parte de Rusia, también es vital que emprendan una acción oportuna para mitigar los riesgos económicos a más largo plazo que plantea el conflicto –y que inclusive fomenten una resiliencia y cooperación futuras.
El mundo demostró estar a la altura del desafío posterior a la Segunda Guerra Mundial. Ahora debemos concentrarnos en garantizar una respuesta similar cuando la paz regrese a Ucrania y Europa.
CAMBRIDGE – La invasión de Ucrania por parte de Rusia, y las sanciones de gran alcance que Estados Unidos y Europa le han impuesto a Rusia en respuesta a ello, han provocado alteraciones económicas en cuatro niveles: directas, multiplicadoras, indirectas y sistémicas. Para contener sus consecuencias de más largo plazo, debemos empezar a trabajar ahora en los planes de recuperación.
No hace falta decir que las economías ucraniana y rusa son las más afectadas. La actividad económica en Ucrania probablemente se contraiga mucho más de un tercio este año, agravando la crisis humanitaria que escala a pasos acelerados. La guerra ya ha arrojado más de 750 víctimas civiles y ha obligado a 1,5 millones de ucranianos a huir a países vecinos, mientras que otros millones se están desplazando internamente.
Si bien Rusia hoy no padece un sufrimiento humano o una destrucción física de gran escala, su economía también va a contraerse un tercio, debido a la severidad sin precedentes de las sanciones que se le aplican actualmente. En particular, un congelamiento de los activos del banco central y la exclusión de ciertos bancos rusos del SWIFT, el sistema de mensajes financieros que autoriza la mayoría de los pagos bancarios internacionales, están poniendo a la economía de rodillas, mientras que las “autosanciones” de los hogares y las empresas, desde Apple hasta BP, no hacen más que agravar el daño.
Rusia hoy va camino a restricciones severas por falta de divisas, una enorme escasez de productos, el colapso del rublo, atrasos en los pagos y la expectativa entre los hogares de que las cosas empeorarán en lugar de mejorar. Este panorama tiene mucho en común con lo que vi cuando visité Moscú en agosto de 1998.
Aún si la guerra terminara mañana, a estas economías les llevaría años recuperarse; y cuanto más continúe la guerra, mayor el daño, mayor el potencial de interacciones viciosas y ciclos adversos y más profundas las consecuencias.
En Ucrania, la infraestructura física y humana ha resultado seriamente afectada. El país seguramente contará con una enorme ayuda externa para su reconstrucción, durante la cual podría abordar las debilidades pasadas y construir nuevas estructuras y relaciones económicas en el país y en el exterior. Pero el proceso llevará tiempo y habrá sacudidas en el camino.
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Por su parte, a Rusia le resultará difícil restablecer los lazos económicos, financieros e institucionales con el mundo exterior, particularmente Occidente. Esto obstaculizará la eventual recuperación económica, que dependerá de la implementación de una cantidad de restructuraciones internas complejas y costosas con dimensiones institucionales, políticas y sociales.
Pero las consecuencias económicas de la guerra no se limitarán a los países que la libran. Occidente ya ha empezado a sentir los efectos “estanflacionarios”. Las presiones inflacionarias existentes estarán acompañadas por un alza de los precios de las materias primas, entre ellas la energía y el trigo. Mientras tanto, ha comenzado una nueva ronda de alteraciones en las cadenas de suministro, y los costos del transporte están aumentando nuevamente. Es probable que las rutas comerciales alteradas ejerzan una mayor presión a la baja sobre el crecimiento.
La magnitud del daño que causan estos acontecimientos variará ampliamente, entre los países y al interior de los mismos. A falta de una respuesta política oportuna, las economías avanzadas deberían esperar un menor crecimiento, una mayor desigualdad y discrepancias más amplias del desempeño entre los países. En general, es probable que a Estados Unidos le vaya mejor que a Europa, que probablemente caiga en una recesión, debido a la mayor resiliencia y agilidad interna de la economía norteamericana, aunque el hecho de que la Reserva Federal de Estados Unidos no haya respondido a tiempo a la inflación el año pasado –un error político histórico- minará la flexibilidad en materia de políticas.
A ambos lados del Atlántico, tenemos que esperar una mayor volatilidad de mercado –por momentos, desestabilizadora-. Las pérdidas financieras serán mayores en Europa, y ciertos sectores –principalmente, ciertos bancos y compañías energéticas- se verán seriamente afectados.
La divergencia económica y financiera también aumentará en otras partes del mundo. Algunos productores de materias primas van a ganar mucho con los precios más altos de las exportaciones y así compensarán las pérdidas causadas por un menor crecimiento global. Pero una cantidad mucho mayor de países –especialmente aquellos ubicados cerca de las economías en desarrollo frágiles y en problemas- enfrentarán una presión de varias fuentes, entre ellas términos comerciales adversos, flujos migratorios, un dólar estadounidense fortalecido, una menor demanda global y una inestabilidad del mercado financiero.
A los importadores de materias primas les costará lidiar con alzas repentinas de los precios en general, que difícilmente puedan ser trasladadas a los consumidores o subsidiadas. El potencial impacto podría incluir más reestructuraciones de deuda. A menos que los responsables de las políticas implementen respuestas oportunas, las economías más débiles enfrentan la perspectiva de disturbios vinculados a los alimentos.
Luego está el futuro del multilateralismo, el cuarto efecto colateral. En el corto plazo, Occidente ha reafirmado su dominio en el sistema internacional que construyó luego de la Segunda Guerra Mundial. Pero debería esperar un serio desafío a más largo plazo como consecuencia de una intensificación del esfuerzo liderado por China para construir un sistema alternativo de a un ladrillo económico o financiero a la vez.
Suele decirse que en cada crisis profunda reside una gran oportunidad. Si bien es imperativo que los países sigan uniéndose para oponerse a la invasión ilegal de Ucrania por parte de Rusia, también es vital que emprendan una acción oportuna para mitigar los riesgos económicos a más largo plazo que plantea el conflicto –y que inclusive fomenten una resiliencia y cooperación futuras.
El mundo demostró estar a la altura del desafío posterior a la Segunda Guerra Mundial. Ahora debemos concentrarnos en garantizar una respuesta similar cuando la paz regrese a Ucrania y Europa.