fOSLO – Hace cuatro años, en el pico de la pandemia del COVID-19, los gobiernos se esforzaban por proteger a sus poblaciones e impedir una crisis económica. Nadie cuestionaba que abordar esta amenaza existencial fuera la máxima prioridad política en aquel momento.
Como ex primera ministra y directora general de la Organización Mundial de la Salud, quedé impresionada por la respuesta internacional coordinada ante el COVID-19. Sin duda, existían grandes desigualdades al interior de los países y entre un país y otro, lo que resultó en que los más vulnerables de la sociedad pagaran un precio demasiado alto, especialmente en lo referido al acceso a las vacunas. Pero vi razones para albergar la esperanza de que el impacto devastador de la pandemia produjera un cambio político radical y generara un mayor compromiso con la preparación, prevención y respuesta futuras.
Me equivoqué. Es tristemente evidente que nos estamos olvidando de las lecciones del COVID-19. El mundo sigue atrapado en el ciclo familiar de pánico y negligencia que ha caracterizado a esta pandemia pasada. En general, los líderes políticos ignoran las amenazas actuales, entre ellas el COVID-19 (que no ha pasado a los libros de historia, a pesar de que dejó de ser una emergencia de salud pública), la gripe aviar H5N1 y el dengue. Y casi con certeza se producirán nuevas pandemias con resultados potencialmente catastróficos, sobre todo en la medida en que el cambio climático y la degradación ambiental empeoren.
No estamos hablando de riesgos hipotéticos. El miércoles, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, declaró que el último brote de viruela del mono en el este de África es una “emergencia de salud pública de interés internacional”. La comunidad internacional ahora no solo debe respaldar a los países africanos afectados y a aquellos que corren el mayor riesgo; también debe prepararse para una potencial propagación en más países y en todo el mundo.
Aun antes de que estallara el COVID-19, yo venía advirtiendo que nuestra incapacidad para romper este círculo vicioso nos ponía en un grave peligro. En septiembre de 2019, la Junta de Monitoreo de Preparación Global (que presido) emitió un informe que destacaba el riesgo grave de una epidemia o pandemia global devastadora. Qué poco conscientes éramos del carácter premonitorio de nuestras advertencias.
Y ahora nos encontramos en una nueva fase de negligencia, que solo se puede entender como una falta de voluntad política. A pesar de todas las palabras piadosas pronunciadas en la era del COVID-19, los jefes de Estado y los gobiernos no están abordando las desigualdades que obstaculizaron los esfuerzos de recuperación. Es inaceptable que los países ricos hayan hecho tan poco para que la próxima respuesta ante una pandemia sea más equitativa -y, por ende, más efectiva.
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En junio, por ejemplo, la 77 Asamblea Mundial de la Salud no logró llevar a término un nuevo acuerdo pandémico, aunque el Órgano de Negociación Intergubernamental (INB por su sigla en inglés) había venido trabajando, durante dos años, en el pacto global, que apunta a impedir que se repita el COVID-19. Los estados miembro han extendido las conversacioneshasta 12 meses. Pero la realidad es que todavía parecen no estar dispuestos a brindarles a los negociadores el apoyo político necesario para acordar sobre medidas que puedan afrontar las desigualdades en la preparación, respuesta y recuperación pandémicas.
La imposibilidad de alcanzar un consenso sobre cuestiones sustanciales es sintomático del creciente déficit de confianza entre las economías avanzadas y emergentes, y de la ineficacia del sistema multilateral en una era de agravamiento de las tensiones geopolíticas. Pero esto no puede ser una excusa para demorar la acción frente a una de las mayores amenazas de nuestro tiempo. El INB necesita una nueva estrategia que permita el máximo compromiso de expertos independientes y organizaciones de la sociedad civil, garantizando al mismo tiempo que los estados miembro se mantengan enfocados en mejorar realmente la equidad global -y no de la boca para afuera.
Asimismo, si los últimos cuatro años nos han enseñado algo, es que los procesos liderados por la OMS por sí solos no son suficientes para enfrentar la amenaza existencial de una pandemia. Otras instituciones multilaterales también deberían adoptar la causa de mejorar la preparación. La Cumbre del Futuro de las Naciones Unidas en septiembre, así como las próximas reuniones del G7 y del G20, deben destacar la urgencia de este desafío y alentar a los líderes mundiales a tomar medidas. Una defensa más visible de la seguridad sanitaria global en estos foros podría ser crucial para asegurar el liderazgo político y el financiamiento necesarios para generar un cambio significativo.
Con ese objetivo, el grupo de exlíderes políticos conocidos como The Elders (Los Mayores) respalda la adopción de una plataforma de emergencia -un conjunto de protocolos que les permitirían a las autoridades de las Naciones Unidas responder con celeridad a los shocks globales- en la Cumbre del Futuro. Los miembros de la Organización Mundial del Comercio también deberían aceptar revisar, como propuso Colombia, la implementación del acuerdo sobre Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (TRIPS, por su sigla en inglés). Este acuerdo gobierna la protección de las patentes para vacunas y tratamientos y, por ende, desempeña un papel clave en los esfuerzos de respuesta pandémica.
Volver a comprometerse con la preparación pandémica es esencial. Pero también debería ser parte de un resurgimiento más amplio del multilateralismo. Solo a través del compromiso y la colaboración podremos confrontar los desafíos más graves de la humanidad.
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By trying to running the state like a private business, Elon Musk and other anti-government types are creating a mess that someone else will have to clean up. Governments and businesses serve vastly different purposes, answer to different constituencies, and operate on entirely different timelines.
explain why ongoing efforts to run the state like a business are doomed to fail.
US President Donald Trump says he wants to preserve the dollar's international role as a reserve and payment currency. If that's true, the history of pound sterling suggests he should be promoting financial stability, limiting the use of tariffs, and strengthening America's geopolitical alliances.
applies three lessons from prewar Britain that the Trump administration appears determined to ignore.
fOSLO – Hace cuatro años, en el pico de la pandemia del COVID-19, los gobiernos se esforzaban por proteger a sus poblaciones e impedir una crisis económica. Nadie cuestionaba que abordar esta amenaza existencial fuera la máxima prioridad política en aquel momento.
Como ex primera ministra y directora general de la Organización Mundial de la Salud, quedé impresionada por la respuesta internacional coordinada ante el COVID-19. Sin duda, existían grandes desigualdades al interior de los países y entre un país y otro, lo que resultó en que los más vulnerables de la sociedad pagaran un precio demasiado alto, especialmente en lo referido al acceso a las vacunas. Pero vi razones para albergar la esperanza de que el impacto devastador de la pandemia produjera un cambio político radical y generara un mayor compromiso con la preparación, prevención y respuesta futuras.
Me equivoqué. Es tristemente evidente que nos estamos olvidando de las lecciones del COVID-19. El mundo sigue atrapado en el ciclo familiar de pánico y negligencia que ha caracterizado a esta pandemia pasada. En general, los líderes políticos ignoran las amenazas actuales, entre ellas el COVID-19 (que no ha pasado a los libros de historia, a pesar de que dejó de ser una emergencia de salud pública), la gripe aviar H5N1 y el dengue. Y casi con certeza se producirán nuevas pandemias con resultados potencialmente catastróficos, sobre todo en la medida en que el cambio climático y la degradación ambiental empeoren.
No estamos hablando de riesgos hipotéticos. El miércoles, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, declaró que el último brote de viruela del mono en el este de África es una “emergencia de salud pública de interés internacional”. La comunidad internacional ahora no solo debe respaldar a los países africanos afectados y a aquellos que corren el mayor riesgo; también debe prepararse para una potencial propagación en más países y en todo el mundo.
Aun antes de que estallara el COVID-19, yo venía advirtiendo que nuestra incapacidad para romper este círculo vicioso nos ponía en un grave peligro. En septiembre de 2019, la Junta de Monitoreo de Preparación Global (que presido) emitió un informe que destacaba el riesgo grave de una epidemia o pandemia global devastadora. Qué poco conscientes éramos del carácter premonitorio de nuestras advertencias.
Y ahora nos encontramos en una nueva fase de negligencia, que solo se puede entender como una falta de voluntad política. A pesar de todas las palabras piadosas pronunciadas en la era del COVID-19, los jefes de Estado y los gobiernos no están abordando las desigualdades que obstaculizaron los esfuerzos de recuperación. Es inaceptable que los países ricos hayan hecho tan poco para que la próxima respuesta ante una pandemia sea más equitativa -y, por ende, más efectiva.
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La imposibilidad de alcanzar un consenso sobre cuestiones sustanciales es sintomático del creciente déficit de confianza entre las economías avanzadas y emergentes, y de la ineficacia del sistema multilateral en una era de agravamiento de las tensiones geopolíticas. Pero esto no puede ser una excusa para demorar la acción frente a una de las mayores amenazas de nuestro tiempo. El INB necesita una nueva estrategia que permita el máximo compromiso de expertos independientes y organizaciones de la sociedad civil, garantizando al mismo tiempo que los estados miembro se mantengan enfocados en mejorar realmente la equidad global -y no de la boca para afuera.
Asimismo, si los últimos cuatro años nos han enseñado algo, es que los procesos liderados por la OMS por sí solos no son suficientes para enfrentar la amenaza existencial de una pandemia. Otras instituciones multilaterales también deberían adoptar la causa de mejorar la preparación. La Cumbre del Futuro de las Naciones Unidas en septiembre, así como las próximas reuniones del G7 y del G20, deben destacar la urgencia de este desafío y alentar a los líderes mundiales a tomar medidas. Una defensa más visible de la seguridad sanitaria global en estos foros podría ser crucial para asegurar el liderazgo político y el financiamiento necesarios para generar un cambio significativo.
Con ese objetivo, el grupo de exlíderes políticos conocidos como The Elders (Los Mayores) respalda la adopción de una plataforma de emergencia -un conjunto de protocolos que les permitirían a las autoridades de las Naciones Unidas responder con celeridad a los shocks globales- en la Cumbre del Futuro. Los miembros de la Organización Mundial del Comercio también deberían aceptar revisar, como propuso Colombia, la implementación del acuerdo sobre Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (TRIPS, por su sigla en inglés). Este acuerdo gobierna la protección de las patentes para vacunas y tratamientos y, por ende, desempeña un papel clave en los esfuerzos de respuesta pandémica.
Volver a comprometerse con la preparación pandémica es esencial. Pero también debería ser parte de un resurgimiento más amplio del multilateralismo. Solo a través del compromiso y la colaboración podremos confrontar los desafíos más graves de la humanidad.