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La caída de Ícaro y sus lecciones para el mundo de los negocios

PARÍS – Alcanzar un equilibrio entre la responsabilidad social corporativa (RSC), que implica una visión de largo plazo de la manera en que las empresas pueden aportar a un bien social mayor, y sus operaciones cotidianas resulta una tarea formidable. Para entender esta dinámica y los retos que supone, haríamos bien en dejar a un lado las hojas de cálculo y observar en detalle una obra maestra del Renacimiento Flamenco: Paisaje con la Caída de Ícaro, atribuido a Pieter Bruegel el Viejo. Vista desde la perspectiva adecuada, la versión de este pintor del antiguo mito griego de Dédalo y su hijo Ícaro nos da una visión única sobre los excesos de la economía de mercado, así como las recientes iniciativas para ponerles límite.

Prisionero en la isla de Creta, Dédalo construye alas de cera y plumas para él mismo y su hijo. A pesar de sus instrucciones de no volar ni demasiado cerca del mar ni muy lejos del sol, Ícaro vuela tan alto que sus alas se derriten, cae al mar y se ahoga (la pintura muestra un par de piernas blancas desapareciendo en el agua). La moraleja es más que clara: el orgullo desmedido puede ser fatal.

Resulta tentador trazar paralelos entre Milton Friedman e Ícaro. A generaciones de estudiantes de economía se les ha enseñado la doctrina Friedman: la responsabilidad social de la empresa consiste en lograr las mayores utilidades posibles. Las ideas de este economista y el resto de la escuela de Chicago ayudaron a crear el capitalismo sin barreras de las economías occidentales de posguerra. Sin embargo, la crisis financiera global de 2008, junto con el rápido calentamiento global, marcó el fin del consenso dominante de que “el sentido de tener una empresa es ganar utilidades” (“the business of business is business”).

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