LUSAKA – Este año, el lema del Día Internacional de la Mujer fue «invertir en las mujeres, acelerar el progreso». La frase es al mismo tiempo una observación, una promesa y un llamado a la acción. De hecho, la inversión en las mujeres es esencial para crear las «economías de impacto» positivo que imagina la Agenda de Desarrollo Sostenible 2030 de Naciones Unidas (incluidos en ella los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS). Esas economías proveen crecimiento sólido y equitativo, reflejan y apoyan los avances sociales, y cumplen los imperativos de sostenibilidad ambiental.
Durante mi carrera en financiación del desarrollo, he tenido experiencia directa de los efectos positivos de invertir en las mujeres; efectos que no son sólo para ellas, sino también para sus empresas, familias, comunidades y países. Los datos confirman mis observaciones. Numerosos estudios muestran que las inversiones en empresas con una variedad de perspectivas en los puestos de liderazgo rinden más que la media.
En África, según datos del Banco Africano de Desarrollo (AfDB), las mujeres suelen reinvertir hasta el 90% de sus ingresos en educación, salud y nutrición para sus familias y comunidades, a diferencia de un 40% en el caso de los hombres. Y un informe de Ipsos resalta todavía más el poder económico de las mujeres africanas, al señalar que el 89% de las mujeres participa (a veces, como actor principal) en la toma de decisiones sobre las compras hogareñas.
Cuando las mujeres triunfan, sus comunidades prosperan. Y cada año, cuando llega el Día Internacional de la Mujer, organismos internacionales y actores privados se apresuran a hacer declaraciones en apoyo de invertir en ellas. Pero en la práctica, el flujo de financiación hacia empresas lideradas por mujeres es muy insuficiente. En todo el mundo, las emprendedoras reciben 1,7 billones de dólares menos de financiación que sus pares masculinos. En África, según el AfDB, la diferencia es de 42 000 millones de dólares.
El espíritu empresarial de las mujeres africanas es notable. Es la única región del mundo donde hay más autoempleo femenino que masculino. La proporción de mujeres que fundan una empresa en África es casi cinco veces mayor que en Europa (la tasa de emprendedurismo femenino en África subsahariana alcanza el 26%). Y esto se da en un contexto económico muy dinámico: este año, la economía africana va camino de crecer más que la media internacional, en parte gracias a una fuerte ventaja demográfica.
Lo que no está tan bien encaminado es la Agenda 2030. A sólo seis años de que venza el plazo para lograr sus diecisiete ODS, vamos con retraso en muchas áreas. En el informe de la iniciativa Impact Taskforce del año pasado, mostramos de qué manera movilizar inversiones orientadas a resultados hacia los mercados emergentes y las economías en desarrollo puede generar efectos positivos en materia de promoción de los ODS y de las economías del futuro. Pero si los nuevos flujos financieros siguen las viejas pautas y no se invierte suficiente en las mujeres, el potencial económico y social de estos países no se aprovechará en su plenitud.
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¿A qué se debe la falta de inversión en las mujeres? El principal obstáculo sigue siendo la percepción de riesgo. Como dijo un inversor (varón) en una entrevista de 2015 citada por Harvard Business Review: «En definitiva, la inversión en las primeras etapas de una empresa es una cuestión personal … Las personas se sienten más cómodas apostando a alguien con características similares, alguien que se les parece, alguien que habla como ellas». Es una «cuestión de comodidad».
Como sólo un tercio de los puestos en las juntas directivas de los principales bancos, organismos de financiación del desarrollo y consultoras de inversión está ocupado por mujeres, no hay esperanzas de que las emprendedoras «se parezcan» a los inversores a quienes piden capital. La disparidad de géneros en los niveles superiores se traslada a sesgos intrínsecos contra las mujeres emprendedoras.
El resultado es que las instituciones financieras públicas y privadas excluyen de sus flujos de financiación a las empresas femeninas (con riesgo de reducir la rentabilidad, el crecimiento económico y el beneficio social neto) al mismo tiempo que proclaman su compromiso con la inversión de impacto. Tenemos que cambiar con urgencia la narrativa y mostrar que el «riesgo» real para los inversores está en no aprovechar el potencial de las mujeres africanas para impulsar el crecimiento.
A pesar de los muchos obstáculos sociales y financieros que enfrentan, las mujeres africanas están a la vanguardia del mundo en la creación de oportunidades económicas e impacto social para sí mismas, para sus familias y para sus comunidades. Los organismos de financiación del desarrollo y las instituciones financieras privadas tienen que ponerse a la altura de las ambiciones, del ingenio y del compromiso de estas mujeres. Con un cambio de mentalidad y mucha más financiación a las emprendedoras africanas, pueden destrabar un crecimiento económico más rápido, acelerar el avance hacia los ODS, promover la creación de economías de impacto e inspirar a las emprendedoras de todo el mundo.
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US President Donald Trump’s import tariffs have triggered a wave of retaliatory measures, setting off a trade war with key partners and raising fears of a global downturn. But while Trump’s protectionism and erratic policy shifts could have far-reaching implications, the greatest victim is likely to be the United States itself.
warns that the new administration’s protectionism resembles the strategy many developing countries once tried.
It took a pandemic and the threat of war to get Germany to dispense with the two taboos – against debt and monetary financing of budgets – that have strangled its governments for decades. Now, it must join the rest of Europe in offering a positive vision of self-sufficiency and an “anti-fascist economic policy.”
welcomes the apparent departure from two policy taboos that have strangled the country's investment.
LUSAKA – Este año, el lema del Día Internacional de la Mujer fue «invertir en las mujeres, acelerar el progreso». La frase es al mismo tiempo una observación, una promesa y un llamado a la acción. De hecho, la inversión en las mujeres es esencial para crear las «economías de impacto» positivo que imagina la Agenda de Desarrollo Sostenible 2030 de Naciones Unidas (incluidos en ella los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS). Esas economías proveen crecimiento sólido y equitativo, reflejan y apoyan los avances sociales, y cumplen los imperativos de sostenibilidad ambiental.
Durante mi carrera en financiación del desarrollo, he tenido experiencia directa de los efectos positivos de invertir en las mujeres; efectos que no son sólo para ellas, sino también para sus empresas, familias, comunidades y países. Los datos confirman mis observaciones. Numerosos estudios muestran que las inversiones en empresas con una variedad de perspectivas en los puestos de liderazgo rinden más que la media.
En África, según datos del Banco Africano de Desarrollo (AfDB), las mujeres suelen reinvertir hasta el 90% de sus ingresos en educación, salud y nutrición para sus familias y comunidades, a diferencia de un 40% en el caso de los hombres. Y un informe de Ipsos resalta todavía más el poder económico de las mujeres africanas, al señalar que el 89% de las mujeres participa (a veces, como actor principal) en la toma de decisiones sobre las compras hogareñas.
Cuando las mujeres triunfan, sus comunidades prosperan. Y cada año, cuando llega el Día Internacional de la Mujer, organismos internacionales y actores privados se apresuran a hacer declaraciones en apoyo de invertir en ellas. Pero en la práctica, el flujo de financiación hacia empresas lideradas por mujeres es muy insuficiente. En todo el mundo, las emprendedoras reciben 1,7 billones de dólares menos de financiación que sus pares masculinos. En África, según el AfDB, la diferencia es de 42 000 millones de dólares.
El espíritu empresarial de las mujeres africanas es notable. Es la única región del mundo donde hay más autoempleo femenino que masculino. La proporción de mujeres que fundan una empresa en África es casi cinco veces mayor que en Europa (la tasa de emprendedurismo femenino en África subsahariana alcanza el 26%). Y esto se da en un contexto económico muy dinámico: este año, la economía africana va camino de crecer más que la media internacional, en parte gracias a una fuerte ventaja demográfica.
Lo que no está tan bien encaminado es la Agenda 2030. A sólo seis años de que venza el plazo para lograr sus diecisiete ODS, vamos con retraso en muchas áreas. En el informe de la iniciativa Impact Taskforce del año pasado, mostramos de qué manera movilizar inversiones orientadas a resultados hacia los mercados emergentes y las economías en desarrollo puede generar efectos positivos en materia de promoción de los ODS y de las economías del futuro. Pero si los nuevos flujos financieros siguen las viejas pautas y no se invierte suficiente en las mujeres, el potencial económico y social de estos países no se aprovechará en su plenitud.
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¿A qué se debe la falta de inversión en las mujeres? El principal obstáculo sigue siendo la percepción de riesgo. Como dijo un inversor (varón) en una entrevista de 2015 citada por Harvard Business Review: «En definitiva, la inversión en las primeras etapas de una empresa es una cuestión personal … Las personas se sienten más cómodas apostando a alguien con características similares, alguien que se les parece, alguien que habla como ellas». Es una «cuestión de comodidad».
Como sólo un tercio de los puestos en las juntas directivas de los principales bancos, organismos de financiación del desarrollo y consultoras de inversión está ocupado por mujeres, no hay esperanzas de que las emprendedoras «se parezcan» a los inversores a quienes piden capital. La disparidad de géneros en los niveles superiores se traslada a sesgos intrínsecos contra las mujeres emprendedoras.
El resultado es que las instituciones financieras públicas y privadas excluyen de sus flujos de financiación a las empresas femeninas (con riesgo de reducir la rentabilidad, el crecimiento económico y el beneficio social neto) al mismo tiempo que proclaman su compromiso con la inversión de impacto. Tenemos que cambiar con urgencia la narrativa y mostrar que el «riesgo» real para los inversores está en no aprovechar el potencial de las mujeres africanas para impulsar el crecimiento.
A pesar de los muchos obstáculos sociales y financieros que enfrentan, las mujeres africanas están a la vanguardia del mundo en la creación de oportunidades económicas e impacto social para sí mismas, para sus familias y para sus comunidades. Los organismos de financiación del desarrollo y las instituciones financieras privadas tienen que ponerse a la altura de las ambiciones, del ingenio y del compromiso de estas mujeres. Con un cambio de mentalidad y mucha más financiación a las emprendedoras africanas, pueden destrabar un crecimiento económico más rápido, acelerar el avance hacia los ODS, promover la creación de economías de impacto e inspirar a las emprendedoras de todo el mundo.
Traducción: Esteban Flamini