Kosovo es responsabilidad de Europa

Hace un año, el 17 de febrero de 2008, Kosovo declaró su independencia y, hasta el momento, fue reconocida por más de 50 países que representan cerca del 60% del poder económico mundial. La violencia interétnica -que muchos temían- se evitó ampliamente y el éxodo masivo de serbios que algunos también predijeron nunca ocurrió. La Propuesta Integral de Acuerdo sobre el Estatuto de Kosovo (el llamado "Plan Ahtisaari"), que establece la supervisión internacional de la independencia de Kosovo, se está implementando gradualmente. Y se desplegó una importante misión civil de la UE.

Desafortunadamente, sin embargo, todavía no podemos dar vuelta la página de este conflicto pernicioso, que derivó en tanta tragedia y que fue causa de inestabilidad en los Balcanes durante tanto tiempo. La cuestión no desaparecerá, porque Serbia insiste en su rechazo de la nueva realidad, y está haciendo todo lo que está a su alcance para impedir la normalización.

Bajo órdenes del gobierno de Serbia, los serbios de Kosovo, que representan alrededor del 5% de la población, se niegan a cooperar con el gobierno de Kosovo y la misión de la UE. Al hacerlo -y aquí reside la ironía de la cuestión-, los serbios mismos están impidiendo la pronta implementación de los amplios derechos comunitarios previstos en el Plan Ahtisaari, que les permitirían llevar una vida normal y segura. A nivel internacional, Serbia -con un fuerte respaldo de Rusia- está comprometida activamente en bloquear el acceso de Kosovo a las Naciones Unidas y a otras organizaciones globales o regionales.

Es difícil entender qué es lo que Serbia pretende lograr. Nadie negará que, para cualquier estado, estar separado de parte de su territorio es una cuestión dolorosa -incluso si un grupo étnico diferente ocupa gran parte de ese territorio-. Aún así, hay ejemplos en la historia reciente en los que esto se logró de manera consensuada.

En el caso de Kosovo, después de que el comportamiento brutal del régimen de Milosevic en los años 1990 -que incluyó represión, violaciones masivas a los derechos humanos y expulsiones en gran escala de los albanos kosovares- obligara a la OTAN a intervenir y a las Naciones Unidas a asumir la administración del país, un retorno al régimen serbio se volvió impensable. Los líderes democráticos de Serbia de hoy deben entender que la pérdida de Kosovo -aunque no se debió a su accionar- es una realidad irreversible a la que deben acostumbrarse.

Lo único que pueden lograr con su actual política de rechazo es demorar la tan necesaria estabilización de la región tras la separación de Yugoslavia, y hacer que la vida de Kosovo y su pueblo se torne miserable. ¿No sería más inteligente brindarle una mano de ayuda al estado de corta edad, convirtiendo hostilidad en amistad y así asegurando la presencia futura de serbios en Kosovo?

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Kosovo es, ante todo, un problema europeo y sobre la UE recae la principal responsabilidad de convertirlo en una historia de éxito. Lamentablemente, al no poder acordar una política común, la Unión no sólo debilitó su papel a nivel internacional, sino que también se convirtió en un importante obstáculo para una acción firme en el país mismo.

Los cinco estados miembro que siguen rechazando el reconocimiento de Kosovo deberían tomar conciencia de que su postura alienta a quienes le niegan a la misión de la UE toda colaboración e impiden su trabajo. También hace que a las fuerzas moderadas de Serbia les resulte infinitamente más difícil ajustarse a la nueva situación.

Sólo una posición unificada de la UE, combinada con la certeza de que el acceso de Serbia a la UE es impensable mientras este conflicto no se haya resuelto por completo, con el tiempo puede llevar a un cambio de actitud tanto por parte del pueblo serbio como de su gobierno. Kosovo, por otra parte, necesita una perspectiva europea clara y una ayuda certera para encarar los desafíos desalentadores a los que se enfrenta. Por el momento, no se vislumbra ninguna de las dos cosas.

Nadie debería dejarse engañar por la relativa calma que hoy prevalece en Kosovo. Las recientes tragedias de los Balcanes demostraron que los problemas a los que no se les encuentra solución tarde o temprano se convierten en un conflicto abierto, y que los costos se vuelven intolerables para todos. No hay tiempo para la complacencia. Los involucrados deberían tomarse a pecho lo que el presidente norteamericano, Barack Obama, dijo en su discurso inaugural: "El tiempo de mantenerse firme en las ideas, de proteger intereses estrechos y de postergar decisiones desagradables -ese tiempo con certeza ya pasó".

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