solana125_Dilok Klaisataporn_EyeEm_2020 Dilok Klaisataporn/EyeEm/Getty Images

Hora de reencauzar el siglo XXI

MADRID – La mayoría de lectores recordará el entusiasmo generalizado que suscitó la llegada del siglo XXI. Era época de editoriales grandilocuentes, de propósitos ilusionantes y de indisimulada osadía occidental. Desde entonces, tan solo ha transcurrido un parpadeo, en términos históricos. Sin embargo, el espíritu de los tiempos parece haber cambiado radicalmente, incluso si dejamos de lado la crisis de la COVID-19. Para buena parte del mundo, este siglo ha estado repleto de frustraciones y desengaños. Muchos ya no afrontan el futuro con confianza, sino con temor.

Hace dos décadas, poco importaba cuál fuese la pregunta: la respuesta por defecto era siempre más globalización. Se trataba de un afán legítimo y loable, pero olvidamos construir las necesarias salvaguardas. Acontecimientos tan devastadores como la actual pandemia y la crisis financiera de 2008 han evidenciado que una mayor interdependencia implica un mayor riesgo de contagio, literal y figuradamente. Además, este año ha demostrado que la especialización productiva puede ser fuente de vulnerabilidades y, previamente, ya habíamos reparado en que las derivadas políticas de la deslocalización habían sido subestimadas.

Cuando naufragó en el año 2000 la primera campaña presidencial de Donald Trump —como miembro del minoritario Partido de la Reforma— nadie hubiese creído que en 2016 lograría implantar su agenda proteccionista en el seno del Partido Republicano y, acto seguido, hacerse con la presidencia. Tras su sorprendente victoria, la siguiente advertencia comenzó a sonar menos exagerada: “toda nación está predispuesta a ver con ojos envidiosos la prosperidad de las naciones con las que comercia, y a considerar sus ganancias como pérdidas propias”. Estas palabras pertenecen nada menos que a La riqueza de las naciones, el texto con el que Adam Smith sentó las bases del liberalismo económico.

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